Ese Da Vinci costó 450 millones de $us, pero no es La mona lisa

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Foto: Benjamin Norman/ The New York Times

No puedes ponerle precio a la belleza, pero puedes ponerle precio a un nombre. Cuando la Galería Nacional de Londres exhibió una pintura de Cristo en 2011, considerada hasta el momento una obra perdida de Leonardo da Vinci, la sorpresa en los círculos de la historia del arte solo fue superada por la cantidad de comerciantes y subastadores que se frotaban las manos.

La pintura, Salvator mundi, es el único Leonardo en manos de un particular y fue puesto en el mercado por el fideicomiso familiar de Dmitry E. Rybolovlev, el multimillonario ruso enfrascado en una épica demanda multinacional con su excomerciante de arte, Yves Bouvier. La noche del miércoles, en la venta de arte contemporáneo y de la posguerra de Christie’s (en la que se incluyó incongruentemente esta obra para que llegara también a postores más allá de los expertos en el Renacimiento), el Leonardo se vendió por la impactante suma de 450,3 millones de dólares, el precio más alto jamás pagado por una obra de arte en una subasta. ¿Lo vale? Bueno, considera qué estás comprando: ¿la pintura o la marca?

La pintura, que al momento de la compra en una venta de bienes en 2005 se adquirió por menos de 10.000 dólares, se consideró en un principio una copia de un Leonardo perdido, terminada aproximadamente en el año 1500 y que en determinado momento había formado parte de la colección de Carlos I de Inglaterra. Con el tiempo, la superficie de madera se agrietó y se raspó, y se recubrió con pintura burdamente, tal como lo muestra una imagen en el catálogo de venta. La pintura aparece ahora en una especie de limbo entre su forma original y una rehabilitación rigurosa, aunque en parte imaginaria, después de haber sido limpiada por la curadora Dianne Dwyer Modestini.

La autenticación es un tema serio pero subjetivo. No soy quién para confirmar o contradecir su atribución; muchos eruditos la aceptan como un Leonardo, pero no todos. Sin embargo, puedo hablar de lo que creí estar viendo al tomar mi lugar entre la multitud que se había formado durante una hora, o más, para admirar y fotografiar incesantemente Salvator mundi: se trata de una pintura religiosa que demuestra destreza, aunque no se destaca por algo en especial, que data de la Lombardía de principios del siglo XVI y que fue sometida a varias restauraciones.

Sus pasajes más interesantes se encuentran en la túnica azul bordada que viste Cristo. Los pliegues del atavío son suaves y sinuosos, y el ribeteado, en zigzag con un elaborado patrón de nudo ininterrumpido, tiene un intricado matemático que dota a esta pintura cristiana con un sorprendente toque islamista. (El análisis técnico confirma que Leonardo utilizó lapislázuli puro para la túnica en lugar de la azurita, que es más económica).

El mundo que Cristo sostiene en la mano izquierda, que simboliza su dominio sobre toda la creación, no es tan majestuoso como los devotos del escritor Dan Brown hubiesen querido, pero su coloración acuosa, sus brillantes bordes y su base con textura funcionan bastante bien. Su cabello rizado, en especial los mechones inferiores que enmarcan el cuello de Cristo, tiene ciertos movimientos en espiral que denotan pericia, aunque no tanta como en los rizos del recién restaurado San Juan Bautista, que se encuentra en el Louvre de París, o el ligeramente anterior Retrato de una joven de Botticelli, que está en el museo Städel en Fráncfort, Alemania.

Sin embargo, hay cierta mansedumbre y monotonía en Salvator mundi que no puede redimirse con estos detalles interesantes al margen. El salvador del mundo aparece en esta pintura como un blando don nadie. Sus ojos están en blanco. Su barbilla, salpicada con una barba incipiente, se desvanece entre las sombras. La mano derecha levantada está más rígida y es menos sensible que la de Juan Bautista, además de tener mucha más luz que sus ensombrecidas mejillas y boca.

Además, a diferencia de otras pinturas de Da Vinci ⎯San Juan Bautista y La mona lisa, o la seductora obra La dama del armiño, o La Belle Ferronnière, que se envió recientemente del Louvre hacia Abu Dabi⎯, aquí el sujeto aparece de frente, plano dentro del marco como si se tratara de un pintura icónica medieval. Otras pinturas sofisticadas de alrededor del año 1500, como el autorretrato estilo Cristo de Alberto Durero (Autorretrato con pelliza), que está en el Alte Pinakothek de Múnich, se crearon con esa orientación frontal. No obstante, mientras que la pintura de Durero como Cristo irradia autoridad, Salvator mundi se retrae en sí mismo. Este Jesús, lejos de salvar al mundo, podría tener problemas para conseguirse un asiento en un autobús.

El Leonardo se presentó casi como si fuera una reliquia sagrada, además de que el departamento de mercadotecnia de la casa de subastas Christie’s hizo un trabajo excepcional y extravagante enviando la pintura a un recorrido mundial y exaltándola con el sobrenombre, bastante sacrílego, de “La mona lisa masculina”.

Se ofreció la fantasía del genio individual, una fantasía más seductora y duradera que cualquier tipo de arte en Occidente. Esto puede conferir hasta a la más árida pintura una ilusión de grandeza, y también precios tan exagerados como este pueden dotar al arte cotidiano de más relevancia. Cuando su nuevo dueño admire el Salvator mundi sobre una repisa (o quizá sea más probable que la visite en una bodega libre de impuestos y con clima controlado), él o ella tal vez encuentre algún motivo para reflexionar acerca del evangelio de Lucas.