Extravio

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Foto: Revista dat0s

El artista Milton Cortéz es nuestro invitado para compartir su experiencia sobre el estado desesperante que nos toca vivir en medio de la pandemia.


Hoy me busqué en el espejo y no me encontré. Me detuve ahí mismo a esperarme, paciente, pero fue inútil; al parecer, esta vez había huido más lejos que de costumbre, y decidí salir a buscarme. Ya afuera, con la seguridad de poder tropezar conmigo en alguna esquina, pude ver al personal de un circo desmontando su carpa, mientras otras personas erigían las suyas para montar otro. Pude ver mucha gente agolpada afuera haciendo filas para poder ingresar al nuevo. “¡Éste será un circo diferente!”, les oí celebrar frotándose las manos e ignorando que, dentro de la carpa semi montada, entre los protagonistas se desató una pugna por quién será la estrella principal, olvidándose totalmente del respetable.

Ya empezó a llover, y la gente continuó afuera desprotegida, esperanzada de poder ingresar y encontrar dentro la tierra prometida. Un show jamás visto en este territorio. Mientras me asomo a ver los avances al interior de la carpa, descubro que algunos miembros del circo desmontado se han quedado a trabajar en el nuevo, a cambio de entregar el siempre codiciado manual mágico de administración; ese que incluye ilusionismo y la sumisión o dominio total del público; ese que promete bolsillos llenos a costa de la inocencia. La lluvia ha arreciado y afuera la gente sigue esperando. Yo, sigo buscándome.

Llueve. Llueve granizo. Una pausa, y llueven piedras. Pausa y llueve hambre. Pausa brevísima, y llueve injusticia, peste y muerte. Llueve dolor y desesperanza aquí afuera, pero nadie se mueve de la fila con la mirada fija en la apertura inaugural de la taquilla.

En algún lugar de la larga fila alguien grita con vehemencia con la intención de ser escuchado por el personal circense: “¡Ya estuvo bueno, señores! ¿No ven lo sucede aquí afuera? “Inmediatamente me reconozco en esa voz y trato de acercarme, pero el caos es impenetrable. Abriéndome paso entre personas que se niegan a moverse de sus lugares, intento llegar a mí. La fila se llena de orfandad; algunos tratan de ingresar al circo por las rendijas de la carpa, pero se encuentran con el olor putrefacto con el que el personal del circo ha contaminado el interior. Desmayan en el intento.

Finalmente, me encuentro persuadido de abandonar la espera, basado en las cosas que vi. Me escuchó con atención y decido contarle a todos lo que les espera tan pronto ingresen. Intento en vano convencerlos que somos los ciudadanos quienes sustentamos cada carpa que se erige; que regresemos a nuestros hogares y entendamos que los principios que inculquemos a nuestros hijos pueden ser la solución para crear nuevos liderazgos. Pese al luto, el hambre, el desamparo y la desesperanza, nadie se mueve de la fila; al contrario, las hordas de barbijos se suman a esperar este repetido espectáculo.

“El puerco vuelve a su vómito y la puerca lavada a revolcarse en el cieno”. Mientras repica en mi cabeza este proverbio bíblico, me alejo, despedazado. La próxima vez, trataré de no salir sin mí, podría correr el riesgo de ya no encontrarme, o de hallarme dentro de la carpa. No hay peor esclavitud que la que tú mismo te impones.

“La vida no es ni un placer ni un dolor, sino un negocio muy serio que nos ha sido encomendado y que debemos llevar honrosamente hasta el fin.” Alexis de Tocqueville 1805-1859