En la película Elvis, de Baz Luhrmann, hay una escena basada en conversaciones reales que tuvieron lugar entre Elvis Presley y Steve Binder, el director del especial de televisión de la NBC de 1968 que supuso el regreso del cantante a las actuaciones en directo.
Binder, un iconoclasta poco impresionado por el trabajo reciente de Presley, había empujado a Elvis a volver a su pasado para revitalizar una carrera estancada por años de mediocres películas y álbumes de bandas sonoras. Según el director, sus intercambios dejaron al intérprete sumido en un profundo examen de conciencia.
En el tráiler de la película biográfica de Luhrmann, se muestra una versión de este intercambio: Elvis, interpretado por Austin Butler, dice a la cámara: “Tengo que volver a ser quien realmente soy”. Dos fotogramas después, Dacre Montgomery, en el papel de Binder, pregunta: “¿Y quién eres, Elvis?”.
Como estudioso de la historia del sur de Estados Unidos que ha escrito un libro sobre Elvis, me sigo preguntando lo mismo.
Presley nunca escribió unas memorias. Tampoco un diario. En cierta ocasión, cuando se le informó de que se estaba preparando una biografía sobre él, expresó sus dudas sobre que hubiera siquiera una historia que contar. A lo largo de los años, se sometió a numerosas entrevistas y ruedas de prensa, pero la calidad de estos intercambios fue errática, caracterizada frecuentemente por respuestas superficiales a preguntas aún más superficiales.
Su música podría haber sido una ventana a su vida interior, pero como no era compositor, su material dependía de las palabras de otros. Incluso las escasas joyas reveladoras –canciones como “If I Can Dream”, “Separate Ways” o “My Way”– no atravesaban del todo el velo que envolvía al hombre.
La pregunta filosófica de Binder, por tanto, no era meramente filosófica. Innumerables fans y estudiosos han querido saber durante mucho tiempo quién era realmente Elvis.
Un barómetro para la nación
Identificar a Presley puede depender de cuándo y a quién se le pregunte. En los albores de su carrera, tanto los admiradores como los críticos lo denominaron “Hillbilly Cat” (podría traducirse como “gato paleto”). Luego se convirtió en el “Rey del Rock ‘n’ Roll”, un monarca musical que los promotores colocaron en un trono mítico.
Pero para muchos, siempre fue el King of White Trash Culture (el Rey de la cultura basura blanca“, una imagen de la clase trabajadora blanca del sur de Estados Unidos que se hizo rica y que nunca convenció del todo al establishment nacional de su legitimidad.
Estas identidades superpuestas captan la provocativa fusión de clase, raza, género, región y negocio que encarnaba Elvis.
Quizás el aspecto más polémico de su identidad fue su relación con la raza. Como artista blanco que se benefició enormemente de la popularización de un estilo asociado a los afroamericanos, Presley, a lo largo de su carrera, trabajó bajo la sombra y la sospecha de la apropiación racial.
La conexión era complicada y también flexible, sin duda.
Quincy Jones conoció y trabajó con Presley a principios de 1956 como director musical del programa Stage Show de la CBS-TV. En su autobiografía de 2002, Jones señaló que Elvis debería figurar junto a Frank Sinatra, los Beatles, Stevie Wonder y Michael Jackson como uno de los mayores innovadores de la música pop. Sin embargo, en 2021, en medio de un clima racial cambiante, Jones descalificaba a Presley como un desvergonzado racista.
Elvis parece servir de barómetro para medir las diversas tensiones de Estados Unidos, y el indicador hace menos referencia a Presley y más al pulso de la nación en un momento dado.
Eres lo que consumes
Pero creo que hay otra manera de pensar en Elvis, una que podría contextualizar muchas de las cuestiones que le rodean.
El historiador William Leuchtenburg caracterizó en su día a Presley como un “héroe de la cultura del consumo”, una mercancía fabricada con más imagen que sustancia.
La valoración era negativa; también era incompleta. No tenía en cuenta cómo una disposición consumista podía haber moldeado a Elvis antes de convertirse en un artista.
Presley llegó a la adolescencia cuando la economía de consumo posterior a la Segunda Guerra Mundial estaba en pleno apogeo. Producto de una opulencia sin precedentes y de una demanda reprimida por la depresión y los sacrificios de la guerra, ofrecía casi oportunidades ilimitadas para quienes buscaban entretenerse y definirse.
El adolescente de Memphis, Tennessee, aprovechó estas oportunidades. Inspirándose en el dicho “eres lo que comes”, Elvis se convirtió en lo que consumía.
Durante sus años de formación, compraba en Lansky Brothers, una tienda de ropa en Beale Street que vestía a los artistas afroamericanos y le proporcionaba conjuntos rosas y negros de segunda mano.
Sintonizaba la emisora de radio WDIA, donde se empapaba de melodías de gospel y rhythm and blues, junto con la jerga de los pinchadiscos negros. Escuchaba Red, Hot, and Blue de WHBQ, un programa en el que Dewey Phillips hacía girar una mezcla ecléctica de R&B, pop y country. Visitaba las tiendas de discos Poplar Tunes y Home of the Blues, donde compraba la música que después bailaba en su cabeza. Y en los cines Loew’s State y Suzore #2 veía las últimas películas de Marlon Brando o Tony Curtis, imaginando en la oscuridad cómo emular su comportamiento, sus patillas y su corte de pelo.
En pocas palabras, sacó de la floreciente cultura de consumo del país el personaje que el mundo llegaría a conocer. Elvis aludió a esto en 1971 cuando ofreció una rara visión de su psique al recibir un Premio Jaycees como uno de los diez jóvenes sobresalientes de la nación:
“Cuando era niño, señoras y señores, era un soñador. Leía cómics y era el héroe del cómic. Veía películas y era el héroe de la película. Así que cada sueño que he soñado se ha hecho realidad cien veces… Me gustaría decir que aprendí muy pronto en la vida que ‘sin una canción, el día no acabaría nunca. Sin una canción, un hombre no tiene un amigo. Sin una canción, el camino nunca se doblaría. Sin una canción’. Así que seguiré cantando una canción”.
En ese discurso de aceptación citaba “Without a Song”, una melodía estándar interpretada por artistas como Bing Crosby, Frank Sinatra y Roy Hamilton, presentando sin problemas la letra como si fuera una palabra directamente aplicable a sus propias experiencias vitales.
Una pregunta cargada
¿Convierte esto al ganador de uno de los premios Jaycees en una especie de “niño raro y solitario que busca la eternidad”, como le dice Tom Parker, interpretado por Tom Hanks, a un Presley adulto en la nueva película de Elvis?
No lo creo. Por el contrario, lo veo como alguien que simplemente dedicó su vida al consumo, un comportamiento no poco común a finales del siglo XX. Los estudiosos han observado que, mientras que en el pasado los estadounidenses se habían definido a sí mismos por su genealogía, sus trabajos o su fe, empezaron a identificarse cada vez más a través de sus gustos y, por tanto, a través de lo que consumían. Al mismo tiempo que Elvis elaboraba su identidad y se dedicaba a su oficio, hacía lo mismo que el país.
Esto también resulta evidente al observar cómo pasaba la mayor parte de su tiempo libre. Trabajador incansable en el escenario y en el estudio de grabación, esos escenarios le exigían, sin embargo, relativamente poco tiempo. Durante la mayor parte de la década de 1960 hizo tres películas al año, cada una de las cuales no le llevó más de un mes. Ese era el alcance de sus obligaciones profesionales.
Desde 1969 hasta su muerte en 1977, sólo dedicó 797 días del total de 2 936 a dar conciertos o grabar en el estudio. La mayor parte de su tiempo lo empleó en estar de vacaciones, hacer deporte, montar en moto, dar vueltas en karts, montar a caballo, ver la televisión y comer.
Cuando murió, Elvis era una sombra de lo que había sido. Con sobrepeso, aburrido y químicamente dependiente, estaba consumido. Unas semanas antes de su fallecimiento, una publicación soviética lo describió como “destrozado”, un producto “despiadado” víctima del sistema consumista estadounidense.
Elvis Presley demostró que el consumismo, cuando se canaliza de forma productiva, puede ser creativo y liberador. También demostró que si se deja sin control, puede ser insustancial y destructivo.
La película de Luhrmann promete revelar mucho sobre una de las figuras más cautivadoras y enigmáticas de nuestro tiempo. Pero tengo el presentimiento de que también le dirá mucho a los estadounidenses sobre ellos mismos.
“¿Quién eres, Elvis?”, pregunta el tráiler de forma inquietante.
Quizá la respuesta sea más fácil de lo que pensamos. Él es todos nosotros.
Este artículo fue publicado originalmente por The conversation