Las Pistas de Maldox (Guerra Fría, Drogas y Rock n´ Roll) | Octava entrega

El acrónico ORBS. Discografía indispensable. Bob Marley y su conversión al Rastafari. Las fiestas privadas reemplazan a las discotecas de moda en La Paz. La falsa idea de que el consumo de marihuana deriva en violencia. Ajedrez, mesas de ping pong y las tardes de cricket. Uno de los alucinantes viajes astrales con peyote de siete puntas arrancados en los alrededores de La Paz.
Por los años de la secundaria lo más normal era adoptar una especie de identidad que calificaba la categoría, el rumbo; dónde estabas, qué hacías a qué lado de esa cuadrante te ubicabas. Fue común en La Paz la conformación de distintos grupos, los pacifistas, lo pandilleros esto últimos metidos en la movida del crimen pequeña escala, patea quibo la jerga se usaba por ejemplo para pedir; los pacifistas navegan en otras aguas fumando marihuana que después pasaron a la experimentación de drogas más pesadas. Ya explicamos al grupo cristiano que acumulaba horas de recorrido en la palabra de Dios. No había mucho que escoger a qué lado pertenecías, había que estar en algún lado.
Maldox y sus amigos definieron un denominativo pacifista que los distinguía, bautizaron a su grupo con el acrónico ORBS que quería decir Ojos Rojos Boca Seca, por el efecto activo del compuesto THC de la marihuana que enrojece los ojos y restringe los fluidos salivales. Tenía sentido llamarse así. Era un nombre. Pero este era un gran nombre. No es que fumarán marihuana y levitarán en transe Yin Yang o salieran a las calles a delinquir como se pensaba de los fumadores de hierba.
Los ORBS eran niños de familias bien que les gustaba las discotecas y a curtir (en la jerga pasó a calificarse al denominativo de consumir algo); las discotecas siempre estaban repletas, así que decidieron organizar las privadas en las casas de uno de los ORBS, por lo general en la de Maldox; aunque en honor a la verdad esta no era la única distracción de los fraternos amigos. Les gustaba jugar ajedrez, cacho, juegos de mesa, raquetear horas sobre una mesa de ping pong, jugar fútbol, apuntar golpes certeros a las bolas de madera en los jardines de sus casas, jugando al cricket; eran ágiles excursionistas viajando con el pelo volando al viento sobre camiones a Los Yungas, emprendiendo largas caminatas, por tierra y agua a la Isla del Sol y Copacabana.
Los ORBS eran la parte buena del lado malo de una sociedad que se agarraba de los estereotipos del cine para impactar a una competencia de fanáticos ilusionistas que nacieron con el rock ´n roll. Los ORBS tenían lindas chicas y su propia colección de los álbumes de Led Zepelin, Deep Pourple, Uriah Heep, The Who, Emerson, King Krimson, Alan Parson, Santana, Cat Stevens, Joe Cocker, los propios Rolling Stones, Pink Floyd. Amaban a Bob Marley y su modelo de sociedad Rastafari, nunca mejor descrito por Mario Vargas Llosa.
“Ante el irresistible avance de las fuerzas Cromwell que invadieron Jamaica en 1655, los colonos españoles liberaron a sus 1 500 esclavos que desaparecieron en la maleza. Reaparecieron en los turbulentos siglos sucesivos adornados con el nombre de maroons (desprendido de la voz cimarrón) y una aureola indómita. Dentro de esta bravía estirpe nació en 1887, Marcos Garvey, apóstol de la “negritud” y del retorno de los negros de América al África sin el cual el culto Rastafari jamás hubiera trascendido las fronteras jamaiquinas y sin cuya predica Bob Marley no hubiera sido quien fue”.
“A Marcos Garvey se atribuye la profética advertencia (los historiadores lo discuten): “Mirad al África donde coronarán un Rey Negro. Él será el Redentor”. Años después en 1930, en Etiopia, Ras Tafari Makonnen fue entronizado Emperador y proclamado Negus (Rey de Reyes). En los árboles y techos de las aldeas y en los muros de los guetos de Jamaica, comenzaron a aparecer devotas reproducciones de Haile Selassie y el verde, el rojo y el oro de la bandera etíope. Los fieles de la nueva religión procedían de extractos humildes y su doctrina era simple: Jah (apócope de Jehová) guiaría en su hora secreta al pueblo negro de regreso a Etiopia, sacándolo de Babilonia (el mundo dominado por el blanco, el vicio y la crueldad). El momento se acercaba, pues Jah había encarnado en el monarca de Addis Abeba. Los rastas evitaban el alcohol, el tabaco, la carne, los mariscos y la sal y seguían el precepto levítico (25:5) de no cortarse los cabellos, las barbas ni las uñas. Su comunión y rito básico era la ganja o marihuana, planta sacramental ennoblecida por el Rey Salomón, en cuya tumba broto”.
“La primera vez que Bob Nesta Marley vio un rasta fue en Nine Miles, caserío de la parroquia de St. Ann, donde había nacido en 1945. Hijo de una negra y un blanco que se casó con ella, pero inmediatamente la abandonó, el niño mulato escuchaba deslumbrado las historias medievales del Preste Juan con que entretenía a los campesinos el brujo del lugar, un inspirado contador de fábulas. La aparición del hombre que llevaba un nido de serpientes en la cabeza, una mirada brumosa y en vez de andar parecía flotar, asustó al niño que, esa noche soñó con él. Su conversión al culto Rastafari ocurriría años después”.
“Nine Miles no debe haber cambiado desde entonces. Es todavía una ínfima aldea, en lo alto de una abrupta cordillera a la que se llega después de recorrer una larguísima trocha de curvas y de abismos. La cabaña de tablas donde Bob Marley nació ya no existe. Los devotos están construyendo, en cemento, y han plantado una mata de ganja en el umbral. Su sepulcro está más arriba, en otra cumbre que hay que trepar a pie y desde la cual, me dicen, el infausto día del entierro se podía percibir un hormiguero humano de muchos kilómetros. Allí está la piedra donde solía sentarse a meditar y a componer y, allí su guitarra. Un tapiz bordado por etíopes adorna el monumento fúnebre, al que se entra descalzo, y del que cuelgan, a manera de exvotos, fotografías, recortes de diario y hasta el emblema de su automóvil, un BMW, su marca preferida porque sus iniciales reunían las de su nombre y la del conjunto musical con que se hizo célebre: The Wailers”.
“La visita incluye un recorrido por un extenso campo de plantas sagradas. Como, en teoría la marihuana está prohibida en Jamaica, preguntó si no han tenido problemas con la policía. Se encoge de hombros: “A veces vienen y as arrancan. ¿Y qué? Crecen de nuevo ¿No son naturales acaso? Lo de la prohibición es una fórmula. Unos días antes en un Reggae Bash o concierto al aire libre, en Ocho Ríos, la ganja se vendía, en fibras o liada en spliffs, a la vista de todo el mundo y los vendedores la voceaban como las gaseosas y las cervezas. Y no creo haber estado en un lugar público en Jamaica sin que me la ofrecieran o sin haber visto a alguien –y no solo a los rastas- fumándola”.
Al otro lado del mundo, en la India, sonaba la cítara de Ravi Shankar como un mantra de complicidad perpetua con la naturaleza. A un tiempo en que, el consumo del LSD (desde la unio mystica entre el alma y la divinidad) descrita en el libro tibetano de los muertos; meditación trascendental y las prácticas religiosas modificaron los hábitos de millones de seguidores del Brahmana, la casta sacerdotal india propia de los artistas y músicos a la que más tarde se unió George Harrison para componer Bangladesh. Era una época en la que se peleaba por los derechos de los demás, sin tanta publicidad ilusionista como en el presente. Habían transcurrido los años y la pasión de Maldox por Life seguía envolviendo sus meditaciones.
También entonces se gestó un movimiento de artistas comprometidos con la igualdad y la inclusión; composiciones cargadas de poesías y de justicia social. No era tomar una guitarra simplemente por tomarla como símbolo de rebeldía que con fúsil en mano adoptó nuevos métodos de ver el mundo. En Bolivia, el poeta y compositor Benjo Cruz, partió con sus composiciones de protesta y un fusil a la guerrilla de Teoponte en 1970. El grupo alternativo de música fusión Wara le dio un sentido activo a la transformación de un género novísimo que combinaba el rock con las canciones originarias. Oírlos era una forma alternativa de encontrar un espacio. La emancipación del indio y esas cosas que se habían descubierto ya entonces y no como no quisieron hacernos creer después los premodales del indigenismo plurinacional. A eta categoría pertenecía la movida de la Peña Naira de los hermanos Cauvour, donde se gestó el romance del gringo Gilbert Favre de Los Jairas con la chilena Violeta Parra, autora de Gracias a la Vida, Volver a los 17. ¡Un genio! Este movimiento cultural intenso se respiraba en La Paz, musicalmente.
Los ORBS cantaban y bailaban a voz en cuello ese cambio que se había gestado en cada uno de los ambientes descritos, quizá sin saber lo que estaba queriendo decir Cocaine de Erick Clapton o Long Train Running de Dubbie Brothers, como una manera de entender el cambio de época de forma algo más natural que la discoteca. Siguiendo la tendencia que tenía en la música un aliado central se abrió La Caverna, una discoteca en el centro de La Paz, una copia bien lograda al menos en el nombre de The Cavern Club, la famosa discoteca de Londres.
Mientras los ritmos penetraban el alma, la revolución industrial seguía el alboroto de la producción en masa de tecnología. Los sonofónicos dieron un salto a los estereofónicos, los casetes a los cadrich que podían sonar horas enteras. Los ORBS instalaron estereofónicos en sus casas para sentir los instrumentos ahí cerca, para aparentar también en su fietas que podían superar a La Caverna. Una canción tras otra. ¡¡Perfecto!! Podías considerarte el mejor DJ de la noche.
Los ORBS ambientaron lo livings de sus casas con equipo de música potentes para no depender de las discotecas que siempre estaban llenas. Lámparas con luz tenue en los rincones para besarte con tu chica. No chico con chico, ni chica con chica, como ahora. Era chico con chica.
Los ORBS no dependían de celulares compulsivos. Eran charlas interminables por teléfono de disco. Los Ericsson, esos aparatos negros que hoy adornan algunos cafés vintage que hicieron aparición en las páginas de publicidad de Life. Esos en los que metías el dedo a un disco diseñado con fibra de carbono. Los números (26072) de cinco dígitos y llevaban inscrito en la parte inferior una chapa para introducir el número. Teléfonos que a simple vista parecían que iban a durar una perpetuidad, diseñados para dar grandes batallas, como casi todo lo que hacía la industria y lo anunciaba e marketing de Life.
Esa inocencia se fue deformando con los años. Las drogas fueron una explosión al desenfreno. Cuando las usas y no las controlas te desequilibran. Enchufe/Desenchufe. Hay algunos que no se desenchufaron y ¡bum! Nos dejaron antes. En el grupo grande de amigos, los más traviesos traían las novedades. La Paz en sus alrededores está rodeada de cerros algunos infestados de cactus. Te has fijado que por doquier. La Paz estaba rodeada de estos encantos que antes de transformase en mezcalina, nacen de una flor amarilla intensa. Guantes, machetes y ¡ya! Los ORBS salían a cortarlos.
Decían que el cactus alucinógeno tenía que tener siete puntas ¡zas! el corte y a la bolsa. El preparado riguroso para tragar el licuado amargo como la hiel. Cortes finos, un litro de agua, unas gotas de fragancia de vainilla, agua, 300 gramos de mermelada y a la licuadora. Todo lo amargo es sano. ¡Salud! Buenas tardes/Buenas días/ Buenos noches. Días enteros. Los ORBS se alzaban trips de días enteros.
Esa histeria del feminismo hipter vino después con modales y frases hechas y sobrevaloradas. Los ORBS pasaban el tiempo sin los algoritmos de la inteligencia artificial que te hacen dependiente y fanático zombi a la vez, ni nada que te haga dudar que estabas al frente de un ser viviente. Los espacios estaban bien establecidos. Mucho respeto y cuidados comunes. Era la clave. Una educación que no te permitía dar muchos saltos alrededor de las tecnologías avanzadas.
En uno de esos viajes con los cactus de siete puntas los ORBS giraron una noche hasta el amanecer alrededor de una fogata escuchando el concierto sinfónico de Rick Wakeman con la filarmónica de Londres. ¡Uaaa! Enciendan una fogata, el fuego devorando el pasto inglés de una casa prestada. Un lio descomunal. Entonces no había nacido el embrión del movimiento ecologista. Greta Thunberg ni ese despilfarro de alienígenas defensores del Medio Ambiente. Estaban incendiando un jardín. Así sucedieron muchas cosas. El concierto Viaje al Centro de la Tierra sonando a toda por los parlantes instalados en lo ventanales; la fogata subiendo a una altura de dos metros. Una explicación detallada de la novela de Julio Verne. El viaje del profesor Lidenbrok, su sobrino Axel y su guía Hans. Paco, vestido a lo Wakeman, subido encima de una rama explicando el vuelo astral.
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