Mensajes subliminales en la última cinta de Tarantino

Por Carolina Hoz de Vila | dat0s
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Foto: Revista Dat0s

Parece ser una película prometedora “Once upon time in Hollywood”. Desde el trailer, el soundtrack, hasta el anuncio del elenco; estelarizado por Leonardo Di Caprio, Brad Pitt y Margot Robbie, es publicidad llamativa.  La historia se perfilaba como una comedia negra de Tarantino para estremecer de horror y morbo a la audiencia. Más aún porque es un homenaje al Hollywood de finales de los años 60. Por cuanto además recrea un tema que obsesionó por décadas a la cultura popular: el asesinato de Sharon Tate.

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Aun así, la película termina siendo decepcionante, pues banaliza, estereotipa y ridiculiza a algunos personajes, con  un mensaje subliminal perturbador.

Es de sobra conocido el estilo sanguinario y violento de quentin Tarantino, tal como se lo vio en cintas como “Pulp Fiction”, “Django Unchained”, “Unglorious Bastards” y “The Awful Eight”.   Por ese motivo, parecía que la sangre se mezclaría con un ingrediente social y cultural que pondría en cuestionamiento los discursos ideológicos de una época que empezaba a colapsar, con acontecimientos como el deceso de Tate, Vietnam y el asesinato de Luther King, así como el final de la era hippie. Toda la ilusión manchada por la imagen de un genio del mal: Charles Manson. No obstante, la obra de Tarantino es superficial y cargada de clichés.

En la trama, Ricky Dalton (Leonardo Di Caprio) y Cliff Booth (Brad Pitt) buscan levantar sus decadentes carreras del polvo al que parecen estar destinadas. Dalton, una estrella de westerns de los años 50, atrapado en el alcoholismo y roles secundarios de películas clase B, busca recobrar su viejo estrellado con la ayuda de su doble de acción, Cliff Booth, un mercenario de guerra, cuyo oscuro pasado lo persigue, al ser un secreto a voces que asesinó a su esposa. Transcurre la trama y el tedio devora a la expectativa, en un largometraje de casi tres horas de duración.

La primera hora y media del film es soporífera. Es alarmante cómo varios espectadores empezaron a abandonar la sala.  Escenas hedonistas que retratan el frívolo estilo de vida de los actores, así como sus vanos intentos por reconquistar la meca del cine, se van esbozando poco a poco, sin ninguna emoción. Mientras Dalton es el divo insufrible que se emborracha y llora por sus glorias pasadas en su mansión de Cielo Drive, Cliff es el doble aventurero que vive en una casa rodante junto a su mascota Pitbull, a la que alimenta con un generoso racionamiento de carne enlatada.

Se evoca la televisión que se realizaba en las series de acción de espionaje o de vaqueros, así como la referencia a películas taquilleras de la época. Ricky Dalton personifica en sus personajes pasados a ese hombre rudo y hábil para matar, que por mucho tiempo Estados Unidos buscó consagrar para mostrar al mundo de la Guerra Fría su poderío económico y militar. No hay que olvidar que el cine comercial estadounidense siempre ha buscado ser un reflejo de los anhelos de su sociedad.  El mensaje subliminal empieza a tramarse.

Al estar estancado, Ricky Dalton (Di Caprio) intenta reivindicarse a través de la interpretación de un vaquero villano. Oportunidad que lo lleva a estar de nuevo en el ruedo de un set en Hollywood. Cliff Booth, el doble, intenta realizar por su parte tomas de acción para una película, pues se encuentra hace tiempo desempleado. La escena donde Dalton (Di Caprio) dialoga con una niña actriz en el descanso de una película del Oeste, es sugerente y quizás la única intensa de la historia. Al ver la sagacidad y entrega de la niña a su actuación, Dalton se siente vacío, reducido, insignificante y acabado en comparación, porque ya no es el joven vital, apasionado y atractivo que solía ser.

Ese momento es quizá el único en el que la actuación de Di Caprio muestra a un Ricky Dalton vulnerable, desplazado por los nuevos formatos de la industria de Hollywood, en que ya no imperan los héroes de acción si no aquellos más galanes, atractivos y seductores. Una industria que, al mismo tiempo sólo valora la juventud como un bien redituable y descarta el envejecimiento, como un error condenable.

¿qué sucede con las mujeres? Son casi objetos ornamentales y prescindibles en la trama de Tarantino. Fantasmales, infantiles ejemplares en serie se acomodan en escenas donde los pies de cada una lucen deformes, desprolijos y poco apetecibles. Fetiche del director que, en vez de realzar los atributos femeninos, los condena a un lugar proscrito, siempre a la sombra de sus príncipes masculinos: Ricky Dalton, Cliff Booth, Roman Polanski o Charles Manson. Esos héroes de Hollywood o de la prensa amarillista, que a través de sus crímenes ficticios o reales, fueron siempre motivo de admiración.

Sharon Tate se entrelaza, de manera simultánea, aunque casi lejana, a la historia de estos dos protagonistas. La joven promesa de Hollywood, es interpretada por Margot Robbie. Si bien, de manera brillante, la australiana logra encarnar la dulzura y sensualidad de Tate, el personaje es plano. Se ve a una Sharon feliz y risueña en todo momento, sin posibilidad a contrastes dramáticos que le otorguen profundidad. La actriz fue una persona en vida carismática. A su pesar, tuvo sinsabores tanto en su matrimonio con Polanski, así como en los roles de mujer tonta que le dieron en películas. Personaje que, pese a la gran actuación de Robbie, queda eclipsado, por la banalidad con que se lo enfoca.

Otra gran actuación desperdiciada es la de la actriz chilena, Lorenza Izzo, que interpreta a la esposa italiana de Ricky Dalton, Francesca Capucci. En los segundos que se la puede ver interactuar junto a Brad Pitt y Di Caprio, Izzo genera hilaridad en una escena aterradora, que al final acaba siendo jocosa. No obstante, el perfil de su personaje italiano parece a momentos estereotipado.  La niña coestrella, que aparece en una escena western junto a Ricky Dalton, es arrojada al piso, como si de un juguete descartable y reemplazable se tratase. Además de que en la escena hay una sugerencia sexual, pues ella aparece en las faldas de Dalton, y es tratada como una “pequeña adulta”, objeto de canje para que el villano reciba su recompensa.  Intencional o no, es un guiño cuestionable para sugerir pedofilia en Hollywood.

Las mujeres de la sagrada familia también merecían más atención en la película, pues eran portadoras de desórdenes emocionales y psiquiátricos, así como de un recalcitrante discurso ultra derechista y fascista. En la historia de Tarantino este perfil se pasa casi por alto. Dakota Fanning  es una actriz prodigiosa que interpreta a una de ellas, aunque la crueldad que debería exudar, no puede percibirse demasiado, por la pobreza de guión que le dan.

¿qué pasa con los extranjeros en Hollywood? En una escena breve aparece Bruce Lee, ridiculizado y disminuido hasta el hartazgo. Se lo satiriza como a un actor de artes marciales gritón, charlatán, absurdo y poco competente para pelear frente al héroe americano, rubio y casi inhumano, por sus dotes extraordinarias de guerrero, que es Cliff Booth, el doble de acción. De hecho, Shannon Lee, hija del desaparecido actor, tras ver la película, atacó a Tarantino por mostrar una imagen errónea de su padre. A lo que el director replicó que mostró a Lee tal cual era en realidad, un “arrogante”.

En otra escena de la Mansión Playboy, Polansky es descrito por Steve Mcqueen como un hombrecillo pequeño de estatura, que parece de trece años, al criticar los gustos “poco masculinos” de Sharon Tate. Además, que en la cinta hay críticas despectivas a los objetos culturales de Polonia y de Italia.  Simultáneamente se observa el movimiento hippie de finales de la década, pero desde la decrepitud. Ese agónico canto del cisne que retrata a la sagrada familia de Charles Manson, como una

cofradía de Marías Magdalenas que escarban comida en los contenedores de chatarra de los Ángeles, y que viven como pordioseras en las afueras de la ciudad, es también anodino. Dentro de un rancho que antes sirvió para el ruedo de películas de vaqueros, se muestra la decadencia de la juventud hippie bajo la influencia de Manson.

Cuando Cliff Booth (Brad Pitt) visita el rancho, donde recuerda su trabajo de doble en películas de vaqueros en los 50, es donde recién comienza la acción. Establece contacto con la familia, que de inmediato sospecha de él y desconfía, pues teme que descubra su actividad delictiva.  Cliff tiene necesidad de saludar al dueño del lugar, que fue su amigo años atrás, pero la familia lo tiene casi cautivo, al igual que un rehén, debido a su discapacidad visual y mental. Esta parte subraya muy bien el choque generacional entre la vieja industria del cine, y el nuevo discurso de una juventud dominada por el odio.

Es recién en el desenlace, donde el asesinato de la familia a Tate está a punto de perpetrarse. Cuatro de los miembros de la familia ingresan a Cielo Drive, el condominio de Hollywood Hills donde conviven como vecinos Dalton y el matrimonio Polanski. Un giro del destino hace que el asesinato tenga una licencia poética. Una posibilidad de que la historia sea al revés. Esta vez, la sagrada familia recibe la paliza por parte del doble de acción, Cliff Booth (Brad Pitt), Ricky Dalton (Di Caprio), su mascota pitbull, y Francesca Capucci (Lorenza Izzo). Escena en la que las mujeres del clan Manson son exterminadas con mayor sadismo que el integrante masculino. Otra pista para detectar la imagen misógina que construye el director en personajes femeninos.

Al final de la historia, los dos héroes son rubios, rudos y estadounidenses. Ambos han librado a Tate de una masacre sangrienta. Ellos son la ley y el orden del Oeste que las colinas de Hollywood buscan para que “América vuelva a ser grande otra vez”. Una América sin actores de artes marciales, sin hippies, sin extranjeros, y con mujeres obedientes. Una América donde los héroes desalmados de acción se parezcan tanto a los oficiales de migración como a los asesinos seriales.

 

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