¿Por qué Bizarrap e Ibai son figuras centrales de la cultura contemporánea?
El productor argentino y el streamer español traspasan generaciones y países con sus contenidos, y dominan con el moderno paradigma de lo viral.
“Es una ventaja secundaria, pero real, de las amantes jóvenes: accedes a otro mundo, a un universo cultural que de lo contrario no habrías conocido”, afirma Michel Houellebecq en Unos meses de mi vida. Y añade: “Así, gracias a esta joven, descubrí Nirvana y YouPorn: no es poco”.
La historia de la cultura es la historia de una sucesión interminable de polémicas, conflictos, amores, apropiaciones y préstamos entre jóvenes y viejos, antiguos y modernos. Ese debate, que se sigue dando en todos los ámbitos que ya existían en el siglo XX, tiene una inflexión particular en nuestra época: la tensión entre dos macroesferas, la clásica y la viral.
“Es una ventaja secundaria, pero real, de las amantes jóvenes: accedes a otro mundo, a un universo cultural que de lo contrario no habrías conocido”, afirma Michel Houellebecq en Unos meses de mi vida. Y añade: “Así, gracias a esta joven, descubrí Nirvana y YouPorn: no es poco”.
La historia de la cultura es la historia de una sucesión interminable de polémicas, conflictos, amores, apropiaciones y préstamos entre jóvenes y viejos, antiguos y modernos. Ese debate, que se sigue dando en todos los ámbitos que ya existían en el siglo XX, tiene una inflexión particular en nuestra época: la tensión entre dos macroesferas, la clásica y la viral.
El argentino es tanto un genio del beat como un experto en marketing. Vive según parece con sus padres y durante los últimos cinco años se ha convertido en un referente internacional gracias a las sesiones que graba en su habitación de Buenos Aires con estrellas como Shakira o Raw Alejandro. El dormitorio de los youtubers se ha convertido en un espacio prescriptor en manos de este editor musical de veinticinco años.
Llanos es tan buen comunicador como empresario. Fue elegido por Messi para una entrevista exclusiva en París y presenta sus propias campanadas de fin de año. El pasado 1 de julio organizó La velada del año 3 en Madrid, un macroevento de boxeo amateur y música en directo profesional, que reunió a casi 60.000 jóvenes –que agotaron las entradas en una hora– y fue retransmitida por Twitch, con 3.400.000 personas conectadas en todo el mundo.
Los crossovers entre ambos creadores digitales constituyen una serie clásica de la cultura contemporánea. El español ha generado varias reacciones a las sesiones musicales del argentino: Reaccionando a Bizarrap es casi un subgénero de Ibai Llanos. También ha explicado los referentes culturales de algunas de sus colaboraciones, como la Music Session 55 con Peso Pluma y el tumbado corrido. O ha hecho rankings de sus mejores sesiones, además de entrevistarlo.
Con los videojuegos, la música y los fenómenos de internet, Ibai Llanos se comporta como un periodista o crítico cultural. Las partidas en directo, las reacciones y las listas son nuevos géneros críticos, que conviven con otros clásicos, como la entrevista o la columna de opinión. Como el medio es gran parte del mensaje, YouTube o Twitch actualizan formas tradicionales de intervención cultural.
La viralidad llama a la viralidad. Las dos marcas se retroalimentan. En esas conversaciones late la conciencia cuantitativa. Bizarrap comenta a menudo el número de visualizaciones de ciertos temas o que tal canción acaba de llegar a determinada posición de un ranking global. Ibai también insiste en los récords que él mismo va batiendo. De hecho, ambos figuran en el Libro Guinness de los Records. Repetidamente.
Ahí encontramos una de las claves de su éxito masivo. Si en el paradigma clásico la calidad subestimaba a la cantidad, en el nuevo la cantidad es la nueva calidad. La estadística de views, reproducciones, seguidores se convierte a menudo en un nuevo tipo de prestigio. Y como la cantidad de objetos culturales y de productores de contenido no cesa de multiplicarse exponencialmente, se han vuelto más importantes que nunca los curadores. Ibai y Bizarrap lo son, cada uno a su singular manera.
Ibai interviene de un modo transversal e intergeneracional, como comentarista y gestor. En sus espectáculos conviven gamers de 20 años con Estopa o Belén Esteban. Bizarrap, en cambio, selecciona y crea cánones. Eso son, esencialmente, los proyectos Freestyle Sessions y Music Sessions: listas de reproducción de alto nivel, una curación exquisita, un mecanismo de expresión curatorial que se ha convertido en una forma de legitimación. Para ello hay que viajar hasta la habitación de un joven porteño, para grabar allí un videoclip con ese sello de calidad que asegura un sello de cantidad –o viceversa– en el ámbito bastardo del trap, el hip hop, las músicas urbanas.
Los artistas se han convertido en sus propios agentes de marketing, pero no sólo necesitan el apoyo de los algoritmos, también siguen necesitando prescriptores. La crítica cultural clásica mantiene una cierta cuota de influencia en ciertos canales tradicionales, pero no se ha adaptado a la dinámica de internet. A los mejores críticos culturales del mundo digital –como Jaime Altozano o Ter– no les interesa tener presencia en los canales clásicos. Y la mayoría de los periodistas y ensayistas que publicamos en papel no hemos sabido, o querido, comunicar según los códigos de las redes sociales.
Durante la década pasada, al tiempo que aparecían Instagram, TikTok o Twitch, y algunos youtubers se volvían referentes generacionales, empezó a consolidarse la figura de metainfluencer. Algunos de ellos, como Bizarrap o Ibai Llanos, se han vuelto centrales porque además de hacer su trabajo con calidad y con un estilo reconocible, y de haber sido favorecidos por las corrientes caprichosas de los algoritmos, han creado puentes entre lo clásico y lo viral, entre los adolescentes y los que nacieron en los años 60 y 70.
Bizarrap e Ibai son “chamaquitos”, “inteligentes, maduros y cabrones”, como ha dicho Residente sobre Bizarrap, que encontró en la colaboración claves para conectar con las audiencias más jóvenes. Las que acceden a la cultura –al mundo– a través de píldoras y unidades mínimas, como el meme o el reel, y para quienes la idea de “obra completa” es sinónimo de app o canal. Consumidores culturales ajenos a la vieja idea de “canon”, pero que crean el suyo propio.
Si durante el siglo XX la legitimación llegaba desde los vates, los productores y las estrellas de las generaciones anteriores, ahora puede llegar a través de personas nacidas en los 90 o los 2000. Esa inversión cuestiona las jerarquías, democratiza la cultura. Aunque haya vastas zonas de autosuficiencia o autismo, espacios en los que no existe diálogo entre la cultura clásica y la viral, cada vez es mayor la confluencia. Y en ella sobresalen, cada vez más importante, las figuras capaces de viralizar lo clásico y canonizar lo digital.