Cómo no te voy a querer, Perú

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Foto: Stu Forster/Getty Images

Acaba de terminar el partido cuando Robert Olivares se abraza a sus hermanos Javier y Boris y llora. Llora contento. Llora con ganas. Llora tembloroso y a cara descubierta. Está afónico y enrojecido, empapado de sudor bajo los húmedos 32 grados de Sochi, pero todavía le quedan restos para cantar “Contigo, Perú”, la canción con la que miles de peruanos viajeros están despidiendo a su selección en el Mundial de Rusia 2018.

“Sobre mi pecho / llevo tus colores / y están mis amores / contigo, Perú. / Somos tus hijos, / y nos uniremos / y así triunfaremos / contigo, Perú”.

No solo a los Olivares les han ganado las lágrimas tras el único triunfo que se llevará la selección peruana de vuelta a su país. Después de dos derrotas con sabor a mala suerte ante Dinamarca y Francia, ambas por un apretado y para muchos injusto marcador de 0 a 1 después de lo que Perú hizo en el campo, la Blanquirroja al fin ha sumado tres puntos ganándole con autoridad a Australia por 2 a 0.

Tres puntos que no sirven para pasar a octavos, pero sí para renovar el imaginario simbólico mundialista de un país futbolero y con debilidad por el buen toque.

“A triunfar, peruanos… / Que se haga victoria / nuestra gratitud. / ¡Te daré la vida / y cuando yo muera, / me uniré en la tierra / contigo, Perú!”.

Así que no hay tribuna en el impresionante Estadio Fisht del complejo olímpico de Sochi en la que no haya peruanos cantando y llorando, abrazados entre sí. Lo hace la joven familia Ramírez Watanabe, Alison, Jaime y la pequeña Jazmín de 2 años, a la que han vestido de ñusta, o princesa inca, en cada uno de los tres partidos que ha jugado Perú en tierras rusas.

Lo hacen también los Benítez, papá de 70 años y dos hijos de 39 y 29. El hijo mayor vive en Japón desde hace más de una década y cuenta que no veía a su padre ni a su hermano desde hacía seis años. “Nos hemos reunido para venir al Mundial”, dice, los ojos también hinchados, la expresión feliz y satisfecha. Cuenta que para que su padre pudiera venir desde Lima su familia hizo lo que en el Perú se conoce como “una chancha”; es decir: una colecta de dinero.

“Los peruanos se tienen que ir muy contentos de Rusia”, añaden los amigos Nikita y Vasili, dos moscovitas que han venido al Fisht siguiendo al futbolista peruano Jefferson Farfán, ídolo del Lokomotiv de la capital rusa, y de quien aún se preguntan por qué no pateó el penal que falló Cueva en el primer partido.

“Si hubiera un Mundial de hinchadas, la de ustedes llegaría a la final”, se ríe Vasili, el más locuaz de los dos. Vasili mide más de un metro noventa, casi tanto como el delantero Dzyuba de la selección de su país. Y le gusta hacer bromas. A lo anterior, agrega: “Eso sí, en la final se encontrarían con la hinchada rusa. ¡Y entonces ya veríamos!”.

Casi no hay nadie que no haya escuchado un comentario parecido en lo que va del Mundial. “Los fans peruanos impresionan más que su selección, lo cual es mucho decir”, se emocionaba un inglés en un bar de Moscú.

Y alguien, en clave peruana, comparaba a Perú en Rusia 2018 con el Deportivo Municipal de Lima, un club esforzado pero sin grandes títulos al que se le quiere justamente por la pasión y fidelidad de su hinchada, una de las más ruidosas del torneo local, así el equipo gane o pierda, o esté en primera o en segunda división. Casi más cuando está en segunda.

“¡Si no sufrimos, no vale!”, recordaba el periodista y narrador deportivo Daniel Peredo acerca de este Perú que volvió rampante a un Mundial de fútbol 36 años después. Y aquí han estado. Esa hinchada, contada por decenas de miles, hijos, padres, abuelos y nietos, ha estado aquí, en la costera Sochi bañada por el mar Negro, como antes en la pequeña Saransk y en la fría Ekaterimburgo.

De modo que no pocos rusos han hecho de Perú “su Municipal”, su segundo equipo. La afición peruana, agradecida, hoy le cantó tras el segundo gol que Paolo Guerrero le marcó a Australia: “Ra-ssi-á, Ra-ssi-á”. A lo que los compatriotas de Nikita y Vasili respondieron con el aprendido “¡Arriba, Perú!”. Dicho con acento ruso, claro.

Perú ha renovado su imaginario mundialista y en un juego tan simbólico como el fútbol eso suena más a comienzo de algo nuevo que a simple despedida de este Mundial. Rusia 2018, para muchos, empieza a oler a México 70, cuando el país clasificó por primera vez a un Mundial, deslumbró al mundo futbolero con una generación extraordinaria de mediocampistas virtuosos y, tras el bache de 1974, repitió participación en Argentina 78 y España 82.

Ricardo Prieto, fotógrafo de 48 años, lo explicaba así, llorando también frente a la pantalla de un televisor desde Lima: “Mi último recuerdo ya no es España 82, con el uniforme gris del colegio, corriendo a casa para ver a un polaco marcarle otro gol a Perú en el último partido que jugamos en ese Mundial”.

He ahí lo que ha cambiado este Perú dirigido por Ricardo Gareca. En ese partido que Prieto recuerda, el último de una selección peruana en un Mundial antes de Rusia 2018, la Blanquirroja venía de empatar con Camerún y con la Italia que ese año salió campeona del mundo. Pero llegó el tercer partido decisivo ante Polonia y a Perú le cayeron cinco goles seguidos, todos en el segundo tiempo, y los tres primeros con un intervalo exacto de tres minutos entre uno y otro.

A 36 años de distancia, la selección de Gareca se va de Rusia con un triunfo por 2 a 0 y dos derrotas por el mínimo marcador.

“Lo más importante”, resumían los recién casados Blanca Sánchez Salaverry y Diego León, “es que vinimos a competir, y hemos competido. Nos tenemos que ir con la cabeza muy alta”. Sánchez y León se casaron en enero y han venido a pasar su luna de miel al Mundial. Celebraron una boda austera para ahorrar el dinero que les ha costado su afición futbolera. Y, por supuesto, se van contentos, con el recuerdo de la mejor luna de miel jamás imaginada.

“Hasta hace poco no éramos nadie y ahora somos una selección mediana a la que el mundo futbolero empieza a respetar. Vayamos por partes”, resumía también el ingeniero Pedro Rodríguez, que aprovechó el Mundial para armar un reencuentro con sus amigos de la universidad. “Lo más difícil empieza mañana, y será lograr que Gareca se quede”.

Que el entrenador argentino se quede dirigiendo a la selección es otro pedido que se oyó masivamente en el Estadio Fisht de Sochi. Como antes en Ekaterimburgo, cuando pese a la derrota ante una Francia a la que nunca se le sintió abismalmente superior a Perú digan lo que digan hombre por hombre sus plantillas de jugadores, hoy la afición dedicó el último canto al “No se va, / no se va, / Gareca no se va”.

Perú y los peruanos empezarán a volver esta misma noche a su país. El equipaje estará dividido entre la satisfacción por haber puesto un pie de verdad en el muy jerárquico mundo futbolero mundial y la amargura de no haber podido marcar un gol hasta el tercer y último partido.

En todo caso, ese gol, el que marcó un jugador fuera de serie como André Carrillo en el minuto 18 -“36 años y 18 minutos después”, como dijo alguien- fue un soberano golazo.

El misterio que también se llevarán los peruanos en la maleta de vuelta es por qué ese gol no llegó antes, por ejemplo, ante la rocosa Dinamarca. Como tantos otros misterios peruanos (para qué se construyeron realmente las líneas de Nasca, por qué tantos peruanos siguen votando a los corruptos Fujimori, etcétera), seguramente habrá tantas respuestas como peruanos en Rusia ahora mismo.

Con el triunfo de hoy en Sochi, Perú inicia un viaje a la semilla. Allí donde todo vuelve a empezar.

Quién sabe si de aquí a cuatro años, con Gareca atornillado en el banquillo, a este querido “Municipal” del fútbol y de las hinchadas mundialistas le toque sonreír, y no llorar, de orgullo y alegría.

 

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