El hombre que se adueñó de la pelota pierde en lo penal
Carlos Chávez tira el cigarrillo rubio que acaba de fumar y lo pisa con la obsesión de quien trata de evitar un incendio. Está en un cuarto vacío, sin muebles ni más decoración que las pisadas de los presos que pasaron por las celdas de la Fuerza Especial de Lucha Contra el Crimen de Sucre.
Da tres pasos y vuelve al mismo lugar, como dándose cuenta de que no tiene adónde ir. Lleva la mano derecha a la boca. Mira a los que lo miran y parece incómodo. Carlos Chávez, el hombre que supo adueñarse del fútbol, el que manejó la Federación Boliviana desde una cafetería, el que llenaba el espacio que ocupaba con su aroma a tabaco, es ahora un animal enjaulado, un trofeo de un zoológico político, pero habla como si aún pudiera comerse a todos si le abriesen la puerta de la celda: ”No estoy quebrantado -dice, con esa voz de ultratumba-, esto no tiene ni pies ni cabeza”.
Lo que para Chávez “no tiene ni pies ni cabeza” es una acusación de 20 páginas de la Fiscalía General del Estado en la que se lo acusa de haber conformado un grupo delincuencial -el Comité Ejecutivo de la Federación Boliviana de Fútbol- destinado a quedarse en el cargo por casi toda la eternidad, con el fin de apropiarse de los dineros del balompié (como Bs 200 millones en nueve años).
Le achaca, además, de haber estafado a todas y cada una de las 40.000 personas que compraron su entrada para ver cómo Brasil goleaba a Bolivia en una tarde soleada en el Tahuichi, allá por 2013, ya que esos fondos debieron ir a la familia de un niño muerto en un partido de fútbol entre San José y Corinthians.
La tesis es que, desde 2006, Chávez se convirtió en una especie de brujo que se las ingenió para que nueve asociaciones departamentales y 12 clubes de la Liga Profesional dejen sus destinos en sus manos.
Paracaidista
Cruceño, 54 años, padre y esposo, Carlos Chávez no es como cualquier otro camba de su edad y posición social: no hizo el eslalon institucional antes de volverse poderoso, no tiene comparsa ni fraternidad conocida y ni siquiera tiene gente que públicamente admita ser su amiga.
Guido Náyar es una excepción. Tal vez por considerarse exiliado y perseguido, Náyar reconoce que conoció a Chávez antes de llegar al fútbol. Cuando Náyar era ministro de Gobierno, Carlos Chávez trabajó en la división de Extranjería de Migración.
También colaboraba en la comisión de finanzas de ADN, el partido del general Hugo Banzer. “Siempre he tenido un buen concepto de él, ha sido un buen funcionario y se ha destacado en el área económica”, recuerda Náyar, desde algún lugar fuera de Bolivia.
Antes de eso, Chávez fue un hombre en busca de su espacio. En una entrevista, en 2014, contó que salió exiliado de niño, que vivió en Chile antes de que su familia huyera del golpe de Pinochet, que rebotó hasta Francia para asentarse en Alemania, que estudió en la universidad de Berlín y volvió a Santa Cruz con 25 años.
En los 10 años que pasaron entre su regreso al país y su inserción en el fútbol, Chávez fue un funcionario público que nunca duró más de cinco años en el mismo cargo.
En el campo de juego, fue un mediocampista ofensivo lo suficientemente técnico como para participar de olimpiadas universitarias en Alemania, pero en los despachos, fue un ariete rápido y efectivo: comenzó como dirigente en 1997, dos años después ya era presidente del club más grande de Santa Cruz y siete años después ya mandaba en el fútbol nacional.
Llegó al fútbol por una fatalidad. Náyar recuerda que comenzó en la dirigencia de la mano de Luis Antonio Áñez, que era vicepresidente ejecutivo de Oriente y falleció durante el corso de Carnaval de 1997. Chávez lo asesoraba y lo sucedió en el cargo con tanto éxito que luego Óscar Mileta se hizo a un lado para que se quedara como presidente.
El obsesivo
“En algún momento, Carlos Chávez fue el cambio”, dice un hombre que estuvo muy cerca de él y que ahora es su enemigo. Como presidente de Oriente, Chávez creó un bloque de oposición contra todo lo establecido en el fútbol y se rodeó de dirigentes efectivos y acaudalados, que pronto trajeron éxitos deportivos a los albiverdes.
En 2001 se coronó campeón después de 10 años y mientras él fue presidente, Oriente siempre estuvo entre clasificados a torneos internacionales. Además, inauguró la era de los dirigentes de fútbol a tiempo completo. “A Oriente llegaba a las 8:00 y se iba 10:00 de la noche”, recuerda su exaliado.
También supo crearse un enemigo a la altura de sus ambiciones. Antagonizó con la dirigencia de Blooming hasta calentar en exceso los clásicos. Recuerdan en especial uno de ellos, en el que Oriente ya no se jugaba nada y Blooming dependía del resultado.
Habían expulsado al Cochi Justiniano en el anterior partido, pero Chávez insistió que el entonces baluarte albiverde juegue. Entró a la cancha, brilló e hizo el gol de la victoria con un cañonazo desde 35 metros. A Oriente le quitaron los puntos, pero Chávez se dio el gusto de celebrar.
Otro, un hombre que le guarda una especie de admiración culposa, lo define como un tipo ordenado, metódico, persistente, inteligente y jugado. Dice que es un apasionado de la lectura, un espectáculo bailando salsa y un estudioso de la normativa del fútbol. Ese conocimiento lo llevó a conseguir su reelección como presidente de Oriente cedulando a toda la barra brava y yendo contra buena parte de la dirigencia histórica del club.
Uno de los que lo apoyaron en ese momento fue Adhemar Suárez. “No es mi amigo -aclara de entrada Suárez-, es un tipo muy especial, un poco esquivo, muy talentoso, buen estratega. Siempre tuvo un trato distante. Hasta cierto punto, un poco autoritario”.
En ese momento, en 2002, Chávez era un crítico de cómo se manejaba el fútbol. Creía que debería haber una sola cabeza que gobierne todo, que se le debería dar más importancia a las divisiones inferiores, que el fútbol aficionado debería ser incentivado con dinero y premios y que deberían irse todos los viejos dirigentes. Casi nadie, salvo su entorno en Oriente Petrolero, lo tomaba en serio.
El príncipe
Antes de hacerse con la presidencia de la Federación, Chávez intentó apoderarse de la Liga. Fue candidato de oposición a Mauricio Méndez y perdió 11 votos contra uno. Era 2006, su situación en Oriente era insostenible y las elecciones para la Federación Boliviana de Fútbol estaban cantadas.
Rómer Osuna, eterno tesorero de la Conmebol, era el presidente cantado. Incluso ya había distribuido las comisiones entre viejos dirigentes y tenía el apoyo de toda la Liga Profesional.
“Todavía quedan 12 horas”, le dijo Chávez a un colaborador cercano. Al día siguiente, tenía en el bolsillo a todo el fútbol amateur y la elección ganada con el voto de su club. Lo que no sabía Osuna y la vieja dirigencia es que Chávez es un estudioso de Nicolás Maquiavelo.
Había aprendido que el fin justifica los medios y salvo que él era el nuevo presidente, nada iba a cambiar en el organigrama de la FBF. Los viejos dirigentes se pusieron bajo sus órdenes, el fútbol boliviano siguió siendo un monstruo con tres cabezas que se negaban a pensar como una sola. Chávez manejaba una federación quebrada y endeudada, Méndez encabezaba una Liga con clubes hundidos y Jorge Justiniano dominaba el amateurismo famélico.
No solo los que habían conspirado con él para llevarlo a la FBF se habían quedado sin pega, sino que los dirigentes de Blooming, el eterno rival, el más odiado, aparecían en la foto. Fue este club el que lo postuló para la reelección en Tarija, en agosto de 2010, cuando prometió quedarse solo 11 meses más en el cargo para ‘refundar el fútbol boliviano’.
Para ese entonces ya no era bien visto por el presidente Evo Morales. A través del ministro de Deportes, Miguel Ángel Rimba, el Gobierno cuestionó la reelección del cruceño y él prometió refundación del fútbol en 2011. Antes de eso, vino el quiebre definitivo con Evo Morales.
Sucedió en Venezuela, durante la Copa América. La FIFA había puesto en duda a La Paz como sede de las eliminatorias del Mundial y Morales le propuso a Chávez volar desde Caracas hasta Zurich para convencer a Joseph Blatter de mantener la sede. Chávez se negó. Morales fue a Zúrich, trajo al suizo a Bolivia y el Hernando Siles siguió siendo el campo de la selección nacional.
Luego de la Copa América, Chávez citó a un congreso de la FBF, donde cambió los estatutos, eliminó el Consejo Superior de la Federación y dio todo el poder a un Comité Ejecutivo en el que todos podían ser cambiados, excepto él. Ahora sí había una sola cabeza en el fútbol, la suya.
La caída
Entre 2006 y 2014, Chávez manejó unos Bs 200 millones en la FBF y nunca rehuyó a la pregunta de si se había hecho rico con el fútbol. Se defendía diciendo que era rico desde antes, desde sus abuelos, que tenía negocios de ganadería y una empresa de importación y exportación con sus hermanos, pero nunca fue demasiado específico. “Si usted gana $us 10.000 o 15.000 por mes por 10 años, está asegurado.
En estos tiempos de Evo, el que heredó un pedazo de tierra se hizo rico”, dice un hombre que estuvo cerca de Chávez y que vio cómo se reeligió para un tercer mandato en una plaza de Trinidad, luego de que la Policía dispersara la reunión lanzando un gas lacrimógeno en la sala donde Chávez debería ser reelegido. “Ahí debió haberse ido -añade-; pero se sentía respaldado por la FIFA”.
Cada vez que el Gobierno anunciaba una investigación de los dineros del fútbol, una carta de advertencia llegaba de la FIFA y de la Conmebol respaldando a Chávez. El boliviano se había logrado afianzar en el ámbito internacional y, junto con el paraguayo Ángel Napout, lideró un recambio generacional que desplazó a la generación de Nicolás Leoz de la dirigencia.
Para ese momento, Chávez ya era tesorero de la Conmebol y manejaba un presupuesto anual de $us 100 millones. Pudo haberse quedado en el cargo y dejar la FBF, pero decidió seguir. “Quedó desnudo y en la calle cuando aparece la investigación a la FIFA. Él creyó que la Conmebol y la FIFA iban a recuperar su poder y siguió desafiando al Gobierno, negándose a renunciar, hasta que le cortaron la cabeza con este juicio”, dice el testigo.
Cuando el Gobierno abrió la investigación sobre la supuesta corrupción de Chávez, no tenía absolutamente nada para imputarlo, pero él decidió no ir a declarar hasta pasada la Copa América. Cuando volvió de Chile, 42 dirigentes y gente a la que había hecho a un lado, habían aportado documentos, pruebas y sospechas en su contra. El Estado había encontrado la forma de imputarlo, detenerlo y encarcelarlo.
De esa celda pequeña donde solo podía dar tres pasos antes de volver a su punto de partida, Chávez fue trasladado a la cárcel de Palmasola. Ahí lo esperaba Leónidas Rodríguez, un hombre condenado a 30 años de cárcel que ahora regenta Palmasola.
“Le expliqué bien la situación. Le dije que no se meta en líos, en peleas, discusiones o borracheras, que debe cumplir nuestras normas o estará en problemas con nosotros”, cuenta Leónidas. Ahora, el macho alfa, la fiera enjaulada, está en territorio ajeno