El mundo Mundial: El cántaro, la fuente

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Foto: Alberto Estévez /EFE

Ahora lo llaman fútbol directo, pero mi tía Porota lo llamaba fútbol amarrete. Y su marido, Cacho, fútbol gonca; en mi familia nunca fueron finos, por lo menos para hablar de fútbol. Lo llaman fútbol directo y ensalzan la astucia de esos equipos que desdeñan la posesión de la pelota y dejan que la tengan los de enfrente para lanzar veloces contraataques, cabalgatas de reyes. Para ellos este partido -entre otros- puede ser una buena lección, disfrazada de viejo refrán castellano: tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe. O, dicho de otro modo: si te dejas atacar una vez y otra vez hay muchas chances de que en alguna te entre un pepinazo.

Eso fue lo que le pasó esta tarde a la Pérfida Albión. La Pérfida se encontró, a los cinco minutos, con el partido más dulce de su historia: un gol de ventaja casi regalada contra un rival mediocre. Fue, otra vez, la famosa pelota parada. Trippier, un marcador de punta que dice ser un estudioso de Beckham -una materia que no se enseña en todos los colegios-, clavó un tiro libre en un ángulo; todo eran smiles y el futuro, venturoso, tan inglés.

De ahí en más Croacia dedicó casi sesenta minutos a mostrar su medianía. Con ese mediocampo tan loado de Rakitic y Modric no era capaz de armar media jugada. Inglaterra, agazapado, corría de tanto en tanto como para decir en cuanto quiera los remato, y le creíamos: era verosímil.

Era, también, repetitivo: croatas llegando cerca del área inglesa, buscando un camino, perdiendo la pelota, ingleses amenazando un despliegue rápido que nunca terminaba, croatas recuperando la pelota y armando un avance más lento para acercarse al área inglesa, buscando un camino, perdiendo la pelota, ingleses amenazando y todas esas cosas.

Hasta que un centro lejano que no parecía traer peligro se transformó en gol croata por la coz de un señor Perisic que levantó los tapones a la altura de la cabeza de un señor Walker, su marcador, que intentaba rechazar la pelota. Hay reglamentos -el del fútbol, por ejemplo- que dicen que eso no es legal: se llama “jugada peligrosa”. Los ingleses, famosos por un gol con la mano -divina- que los dejó sin un Mundial, ahora se llevaban otro gol tan ilegítimo.

Pero no hubo videoarbitraje (VAR) y ni siquiera hubo protestas: el famoso fair play. Los jueces, que al principio no paraban, se nos han vuelto tímidos: en la fase de grupos cobraron 24 penales en 48 partidos; en cuartos y semifinales no cobraron ni uno. Y el VAR está desenchufado. Últimamente ese protagonismo -y cierta valentía- de los árbitros fue reemplazada por los clásicos sacapartidos, cultores del siga-siga, tan temerosos de equivocarse que se dejan casi todo por cobrar. Como la falta en ese gol croata, que dejó a la Pérfida desnuda.

Desnuda como en el rey está desnudo: esa ilusión de que los ingleses controlaban todo y no lo remataban para no despeinarse o porque no es tan de caballeros se disolvió en el aire. Cuando se vieron 1 a 1 y tuvieron que salir a ganarlo mostraron que estaban, más bien, al borde del ataque de nervios o el calambre.

Y así llegaron al alargue, donde se rindieron. Podrían haber dado, en la mejor tradición british, sangre, sudor y lágrimas, pero que nadie les pidiera que corriesen: estaban duros, blandos, rotos. Y el alargue es como el salón de la casa croata, su zona de confort: los jugaron en sus tres últimos partidos.

O, dicho de otro modo: todavía no ganaron ni uno en la fase final; los empataron todos. Y después los penales o, en este caso, un gol en el alargue. Que llegó cuando Inglaterra agonizaba: a los tres minutos de la segunda parte de la tercera parte, semidormidos, alelados, vieron cómo Mandzukic sí se movía y acababa con sus sueños.

Al hacerlo, el grandote vino al rescate de una raza en peligro: la de los viejos nueves. Mandzukic es un nueve que metió el gol que tenía que meter en un torneo en el que los nueves han metido pocos goles: ni el de Brasil ni el de Argentina ni el de Alemania ni el de Francia metieron ninguno -y es muy raro-.

Los ingleses sí tienen un nueve goleador, el señor Kane, pero esta tarde ni la olió. Y sus amigos tampoco. No reaccionaron, no podían: Inglaterra fue, esta tarde, un raro ejemplo de impotencia. La segunda semifinal del Mundial de Rusia se resolvió sin brillo: la perdió la Pérfida.

Pero, por esas cosas raras de la dialéctica, se dice que la ganó Croacia y el domingo va a jugar contra Francia para ver si alguno se lleva esa copa que guardaron los rusos. Las sirenitas de los medios argentinos, atadas a sus palos mayores, podrán decir -ya dicen- que “nos ganaron los dos finalistas”. Yo creo que nos ganó el campeón y uno que andaba por ahí y tuvo mucha suerte. Pero el que no se consuela, decían a coro mi tía Porota y mi tío Cacho, es porque no quiere.

 

 

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