En la fiesta del Mundial, nadie quiere hablar de las drogas
La imagen de Diego Maradona tomando de la mano a la enfermera que lo llevaba a hacerse el control antidopaje en el Mundial de Estados Unidos es una de las más famosas en la historia reciente del futbol.
Fue en junio de 1994, en Massachusetts, al final del partido que Argentina ganó contra Nigeria en la segunda fase de grupos. Cuando faltaban pocos minutos para terminar, el propio médico de la selección albiceleste, Roberto Peidró, le sugirió a la enfermera Sue Carpenter -encargada de acompañar a los jugadores sorteados a hacer la prueba antidopaje- que se acercara al hombre que llevaba el número 10 en la espalda: el mismo número que había resultado elegido en el sorteo previo al encuentro.
“Vas a salir en todos los diarios del mundo”, le dijo Peidró a Carpenter. Así sería, pero no de la manera en que ambos se lo habían imaginado.
Cuando la prueba dio positivo y quedó afuera del Mundial, Maradona definió el momento con una frase que excluía su responsabilidad: “Me cortaron las piernas”. Hasta hoy afirma que Joseph Blatter y João Havelange, secretario general y presidente de la FIFA en aquel entonces, habían respaldado una persecución en su contra para usarlo como chivo expiatorio.
La FIFA fue una de las precursoras en la implementación de pruebas y revisiones para evitar que algunos atletas tuvieran ventaja gracias al consumo de estimulantes: los controles antidopaje se integraron en la Copa del Mundo en 1966, una medida que significaba un avance, pero no era suficiente. Hacía falta un organismo independiente.
Más de tres décadas después, en 1999, nació la Agencia Mundial Antidopaje (WADA, por su sigla en inglés), que define al dopaje como el uso de sustancias prohibidas que cumplen con dos de estos tres criterios: el incremento del rendimiento deportivo; daño a la salud o a la integridad física; violación del “espíritu deportivo”.
Los casos de deportistas -y en particular de futbolistas- que han en sido encontrados culpables de consumir sustancias prohibidas tras un control no son escasos. Sin embargo, a diferencia de otros deportes, la voluntad de la FIFA para perseguir seriamente el dopaje parece bastante laxa.
En 2001, Edgar Davids fue suspendido por cinco meses mientras era jugador de la Juventus de Turín, equipo que protagonizó un escándalo de dopaje sistemático por parte del jefe de servicios médicos, Riccardo Agricola, quien después fue absuelto. En 2017, el grupo de hackers Fancy Bears reveló que durante la Copa del Mundo de Sudáfrica 2010 habían existido ciertas excepciones hechas para futbolistas que dieron positivo por alguna sustancia prohibida en controles antidopaje.
Entre los nombres que dieron a conocer se encontraban cinco argentinos (Diego Milito, Carlos Tévez, Juan Sebastián Verón, Gabriel Heinze y Walter Samuel), dos chilenos (Fabián Orellana y Humberto Suazo), dos italianos (Vincenzo Iaquinta y Mauro Camoranesi) y un holandés (Dirk Kuyt).
La velocidad del desarrollo científico es tal vez una de las mayores desventajas de la lucha contra el dopaje. Mientras los mecanismos para mejorar el rendimiento deportivo se perfeccionan y refinan, los controles para detectarlos siempre están un paso por detrás. Nacen y funcionan a posteriori.
El juego del gato y el ratón ha dejado a los organismos internacionales en posición adelantada en más de una ocasión, pero la ciencia no está sola: el negocio del deporte y la necesidad de no arruinar un espectáculo en el que cada vez hay que rendir más y mejor, y mientras tanto romper marcas que ya parecen inalcanzables, parecen sus principales enemigos.
La Copa del Mundo de Rusia no ha sido ajena a esta polémica. Aunque, como suele ocurrir con las noticias vinculadas a los malos manejos de la FIFA, surge como un murmullo en medio de los gritos ensordecedores de los fanáticos durante un evento global y explotan una vez que este ha terminado.
El domingo 1 de julio, la selección rusa de futbol consiguió un triunfo histórico sobre España que la llevó a cuartos de final. El avance del equipo local en el torneo siempre da color, emoción y sobre todo buenos dividendos a los organizadores. Pero a esa altura, el inédito progreso de Rusia ya no podía ser atribuido al azar o a golpes de suerte.
La mira de las agencias antidopaje, especialmente las estadounidenses, está puesta en todos los deportistas rusos, sin importar la especialidad. Meses antes de que se celebraran los Juegos Olímpicos de Invierno de Sochi 2014 e incluso previo a Vancouver 2010, organismos como el Comité Olímpico Internacional fueron advertidos sobre un complejo y masivo mecanismo de dopaje operado por el Ministerio de Deportes ruso, el mismo que ya había generado suspicacias durante los Juegos Olímpicos de Londres 2012.
Encabezado por Grigory Rodchenkov, quien entonces fungía como director de la Agencia Nacional Antidopaje de Rusia, el sistema de fraude estaba basado en un enorme banco de orina con más de 10.000 muestras “limpias” que podían ser intercambiadas por muestras “contaminadas” de atletas en competencia.
El escándalo explotó cuando a 111 atletas rusos no les fue permitido participar en los Juegos Olímpicos de Río y, posteriormente, en los Olímpicos de Invierno de Pieonchang, 168 tuvieron que competir como atletas independientes.
Con el Mundial en marcha, Vladimir Putin ha buscado que este sea “el mejor Mundial de la historia” y ello también incluía una destacada participación de la selección local. Richard Pound, exdirector de la WADA, considera que por lo mismo resultaba insoslayable la complicidad del Estado en los recientes casos de dopaje en el interior del seleccionado nacional ruso. “Hay miles de millones de dólares en juego y la idea es tener una Copa del Mundo sin contratiempos”.
Ese contratiempo podría llamarse Ruslan Kambolov, jugador del Rubin Kazan y hasta hace más de un mes, de la selección rusa. El futbolista de 28 años dio positivo en 2015 por un esteroide prohibido, su orina fue cambiada en el famoso banco de Rodchenkov, pero los estudios posteriores alcanzaron a detectar que la orina pertenecía en realidad a otra persona, un pentatleta cuyo nombre se desconoce hasta ahora.
Antes de la Copa del Mundo, la Federación Rusa reportó que Kambolov estaba lesionado y lo dejó fuera de la convocatoria final. Al ser cuestionada al respecto, la FIFA no respondió a varias preguntas de medios internacionales, pero aseguró en un comunicado que no había encontrado evidencia suficiente para seguir con la investigación y la dio por concluida.
Sumado a la poca credibilidad que tiene la FIFA después de los escándalos de corrupción que han manchado su imagen, el organismo se ha negado a revelar cuántos exámenes sorpresa ha realizado ni qué futbolistas han sido sometidos a los mismos.
Mientras tanto, el balón rodaba por los estadios de Rusia y las expectativas respecto de la selección local no eran muy altas. No obstante, comenzó la fase de grupos con dos contundentes triunfos y con la anotación de ocho goles. Además, la selección que comanda Stanislav Cherchesov fue la que, en promedio, realizó los recorridos más largos durante la primera fase: casi 12 kilómetros cuando la media ronda los 10.
De acuerdo con la reglamentación internacional y con declaraciones del director de la agencia antidopaje de Estados Unidos, Travis Tygart, los rendimientos altos que surgen de manera repentina siempre deben ser investigados.
Según este criterio, debería abrirse un nuevo expediente ante las recientes acusaciones contra el seleccionado ruso. Medios alemanes denunciaron recientemente que los jugadores locales olieron amoniaco durante la Copa del Mundo, particularmente previo al duelo ante Croacia por los cuartos de final. La sustancia no está tipificada como prohibida por los organismos internacionales, pero esto incrementa las sospechas que rondan al seleccionado comandado por Cherchesov.
Sin embargo, parece poco probable que la FIFA, organismo con poca credibilidad internacional y que busca el beneplácito de los grandes poderes globales, investigue seriamente dichas denuncias.
El dilema ético en torno al dopaje y sus cada vez más complejos mecanismos se entrelaza también con el del deporte como espectáculo y negocio, siempre sujeto a los límites del propio cuerpo humano.
En 1967, los Gators de la Universidad de Florida, ganaron el Orange Bowl después de que en un laboratorio de la institución se desarrollara una bebida hidratante llamada “Gatorade”. El producto se convirtió en un éxito instantáneo y hoy patrocina a equipos, atletas y es casi un acompañante obligado en la práctica de cualquier deporte profesional. ¿Cómo podemos determinar cuáles son los recursos “correctos” para mejorar el rendimiento y cuáles no?
Hay situaciones en las que tal vez resulte más obvio que otras, sin embargo tal vez sea más importante replantearnos nuestra relación con el deporte, nuestras expectativas en torno al triunfo y sobre todo qué tanto estamos dispuestos a seguir alimentando nuestra fantasía con un espectáculo que disfrutamos siempre y cuando nuestra suspensión de la incredulidad, como con cualquier otra ficción, sea respetada y no sepamos qué sucede tras bambalinas.