La norteamericana Simone Biles, gana el oro en gimnasia

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Foto: El País

Simone Biles llegó a Río a asombrar al mundo y cada paso que da, cada mortal perfecto, cada final, es una confirmación de que estamos ante una gimnasta extraterrestre y que su dominio durará lo que a esta jovencita de 19 años le aguanten las ganas de divertirse con un deporte técnico y muy sacrificado. Biles se proclamó el jueves campeona olímpica como estaba previsto, su segundo oro en estos Juegos Olímpicos, pero este es el más importante, el que la corona como la reina de la gimnasia. Ya sabíamos que lo era, imbatida como ha estado en los tres últimos Mundiales, todo el periodo olímpico, pero da gusto constatarlo de esta forma, con este recital de ejercicios imposibles, aterrizados casi matemáticamente y siempre con una enorme sonrisa de satisfacción.

Como todo estaba bastante claro desde el principio, solo había dos incógnitas que despejar cuando empezó la final. Si Biles fallaría -ni las mejores gimnastas son infalibles, como demostró la gran Nadia Comaneci en Moscú 80 y como vivió Biles en alguno de sus Mundiales- y cuál sería la distancia que separaría a la diminuta y explosiva deportista de Spring (Texas) de sus inmediatas perseguidoras.

La primera se aclaró en la barra de equilibrios. Era el tercer ejercicio de las favoritas y Biles había superado con éxito los anteriores: en salto logró controlar su dificilísimo amanar, pero se vio obligada a dar un saltito extra para frenar la caída, y en paralelas, su peor prueba, la única de cuya final estará ausente, terminó sin fallos aparentes y una salida altísima, de esas que suben la autoestima. Al contrario que la mayoría de las gimnastas, Biles pareció tranquilizarse en la barra de equilibrios, ese alambre de 10 centímetros de ancho donde se ponen a prueba los nervios más templados. Para entonces, la ventaja que le llevaba la rusa Mustafina era tan nimia y su superioridad en los dos ejercicios restantes tan aplastante que la texana debió de pensar que lo difícil ya estaba hecho.

Esa fue la seguridad que desprendió en la barra y que la llevó en volandas, y ya indiscutible campeona, hasta el suelo.

El suelo de Simone Biles no tiene nada que ver con lo que se ha visto en la gimnasia. Su coreografía transmite complicidad y hasta cachondeo y sus acrobacias, cuatro diagonales a cada cual más complicada, provoca en los espectadores algo similar a un chute de energía inexplicable. Ayer lo realizó mejor que nunca para dejar un abismo de más de dos puntos con sus seguidoras.

Bronce para Mustafina

Esa distancia habría sido aún mayor si otra estadounidense, Aly Raisman, la misma que se quedó a un suspiro de la medalla hace cuatro años en Londres 2012, no hubiera decidido regresar del retiro para recuperar la medalla que entonces se le había negado -Biles no pudo participar porque no tenía la edad mínima-. El bronce fue para la rusa Aliya Mustafina.

A pesar de las críticas de algunos sectores, que cuestionan si lo que hace la campeona es circo o gimnasia, el oro de Biles lo tiene todo. Su programa ha sido concebido para triunfar por su complejidad y, siguiendo la ley de la gimnasia, lo mejora cada año. Además, Biles, que empezó a hacer gimnasia a los seis años, tiene una técnica depurada que, según ha explicado su entrenadora, Aimee Boorman, en la prensa americana es fruto de mucho trabajo y de una capacidad innata para aprender los trucos en poco tiempo y depurarlos.

Así ha trabajado su sueño olímpico, que pretende aún tres oros más: barra, salto y suelo. No hace falta que lo consiga para emparentar a la nueva campeona con las mejores gimnastas de siempre, las Latynina, Turisheva, Comaneci… El éxtasis fue su ejercicio de suelo de ayer. Biles voló, disfrutó y se despidió con una sonrisa como siempre. Pero cuando los jueces le devolvieron ese 15,933 que constataba que era la nueva campeona olímpica, la gimnasta feliz se echó a llorar.