Nadal reduce a Medvedev en una final maravillosa y conquista el US Open

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Foto: TWITTER US OPEN Puedes seguir Deportes de EL PAÍS en Facebook, Twitter o suscribirte aquí a la Newsletter. Se adhiere a los criterios de The Trust Project Más información > Rafa Nadal Daniil Medvedev Nueva York US Open Grand Slam Estados Unidos ATP

Un demonio rubio anda suelto por Nueva York. Se llama Daniil Medvedev, es largo como una jirafa y parece no tener músculos en el rostro porque durante cinco horas no ofrece un solo signo de expresión. En el circuito ya ha hecho últimamente de las suyas, pero ahora se presenta al mundo conduciendo a Rafael Nadal a una visita por el infierno de la que milagrosamente consigue escapar el español: 7-5, 6-3, 5-7, 4-6 y 6-4, en 4h 51m. Tenis en estado salvaje, un partido de máximo voltaje que subraya el oficio de la vieja guardia y a la vez abre la puerta a un jovencito de la nueva generación. Al parecer, el futuro ya está aquí. Se cierra con el fotograma del número dos alzando los brazos, estallando, pero antes ha estado al borde del precipicio.

Con épica, cómo no, muchísimo sufrimiento y al son de Frank Sinatra gana Nadal en Nueva York. New York, New York, se escucha en el exterior de la mastodóntica pista central mientras 24.000 almas acceden por las bocanas para presenciar el último gran éxito del rey de la colina, King of the hill, el campeón que ya tiene 19 grandes y agobia por la espalda a Roger Federer, 20, porque si puede hacerlo allí (…if I can make it there), puede hacerlo en cualquier parte (…I’ll make it anywhere), acompaña la voz de Sinatra. Está ya Nadal a un solo paso de la gran cifra, de aquella meta de la que nadie quiere hablar pero que todos, los tres, él, el suizo y Djokovic, tienen grabada a fuego en la mente. Solo vale ser el mejor.

Triunfa Nadal otra vez, la cuarta en el torneo neoyorquino, y eleva su segundo grande en una temporada fabulosa, en la que compite como un escalador de cotas exclusivamente altas -cinco finales y cinco semifinales en los 11 torneos que ha participado- y ha alzado cuatro trofeos: Roma, Roland Garros, Montreal y Nueva York. Disfruta en Flushing Meadows, donde su espíritu guerrero y sus golpes de ciencia ficción encantan al personal, amante del show por encima de las buenas formas de París, Londres o Melbourne. Él se lo pasa en grande jugando en esta pista gamberra y el público goza con él, pura adrenalina y puro vértigo, pero también clase y tenis inteligente.

Le exige y de buena manera Medvedev, que vende todos los puntos caros y podría estar peloteando hasta mañana si hiciera falta. El ruso, de 23 años, tiene largura para aburrir, brazos y piernas kilométricos que llegan a todas partes y devuelven la bola desde cualquier ángulo; no tiene, tal vez, el tiro definitivo, pero obliga a Nadal a pensar en cada intercambio y le lleva al límite. En la final propone un puzle, y el mallorquín va encajando las piezas una a una con toda la paciencia del mundo. Y eso que la historia no empieza demasiado bien porque el árbitro, Ali Nili, ya le amonesta por sus retrasos en el primer juego del partido.

Es demasiado pronto, y no lo encaja nada bien Nadal, que sortea la primera opción de rotura y al irse a la banqueta le dedica una mirada cortante y unas cuantas palabras. Le escuece la decisión, pero no pierde el norte un solo instante. Sigue a lo suyo, descifrando a Medvedev y construyendo el juego como el arquitecto frente al plano, pensando en el todo y a la vez en cada detalle. El primer set es un tenso ejercicio de funambulismo en el que ambos mantienen el tipo y el ruso tiene herramientas para todo. Le acosa Nadal, pero es frío, frío, frío. Un espárrago (1,98) con la cabeza de hielo. Y eso que tiene 23 añitos y lleva una paliza de aúpa este verano, pero aguanta, propone y desafía de principio a fin. No le pesa el escenario, el mamotreto que es la caliente Arthur Ashe, ni el oponente, el tenista de la mente privilegiada y el orgullo a prueba de bombas.

Todo transcurre bajo un fino equilibrio que se rompe por primera vez en una maniobra que ha repetido Nadal varias veces, y con excelentes resultados, a lo largo del torneo. Medvedev traza una pelota rasa en dirección al vértice y Nadal corre, esprinta y galopa hacia allí con todo; flexiona, ejecuta un difícil escorzo en una posición poco natural y decide bombear la bola de revés para que el ruso piense, se endemonie, se agarrote y su respuesta, también con el reverso, se quede en la red. Es el principio del fin para él, que lo pelea todo, y el primer mordisco del español a una tarde en la que la actriz Uma Thurman observa con admiración a Nadal mientras suena de fondo aquel glorioso twist de Jack Rabbit Slim’s de Pulp Fiction.

Los decibelios van aumentando conforme el número dos va adueñándose más y más de la victoria, erosionando a un Medvedev que replica pese a todo e insiste una y otra vez, sin perder la compostura un solo segundo. Es un muro el joven, maneras de potencial ganador de un Grand Slam en un futuro no muy lejano. Sin embargo, Nadal le castiga con una ofensiva pendular y va agrietándose. Cede un break en el segundo parcial (para 4-2) y ahí, sí que sí, sabe que lo tiene verdaderamente complicado. No solo repele, sino que también embiste, pero el mallorquín está inmenso.

Entonces se reparten un par de bofetadas -intercambio de roturas al quinto y sexto juego- y los neoyorquinos, agradecidos porque lo que ven es realmente bueno, reclaman más final al hombre que abuchearon en los primeros partidos por los malos modales de este: “¡Medvedev, Medvedev, Medvedev!”. Hay tenista ahí, vaya que si lo hay. Así son las cosas: el villano, que rebatió arañando dos mangas con un majestuoso rearme, terminó vitoreado. Soberbio el ruso -ni siente ni padece, una auténtica pesadilla…-, precioso el duelo e infinito Nadal (“¡Rafa, Rafa, Rafa!”), que sudó de lo lindo, vaya que si sudó. Hasta que no logró ese primer break de la manga definitiva estuvo a un suspiro del KO. Aún así, Medvedev no se inclinó. Batalla hasta la última milésima.

Hay de todo en ese último camino. La rotura, un tercer warning al ganador al reincidir en la demora con el saque, un segundo break que parecía sentenciar la final con el 5-2… Y la enésima insurreción del chico con alma de iceberg y llamaradas en la raqueta, achuchando, achuchando y achuchando sin parar. Un dolor. Imperturbable. Pero al igual que la ciudad, Nadal, el indestructible Nadal, nunca duerme. Nunca descansa el español, nunca tiene suficiente. Siempre quiere más el rey de la colina. 2010, 2013, 2017 y 2019, cuatro tréboles en New York, New York. Es otra vez de él.