El de Belgrado contó que cuando tenía cinco años vio por primera vez un Wimbledon en las montañas nevadas de Serbia entonces Yugoslavia hace 30 años. Cómo cambió desde entonces la vida de la familia Djokovic.
Novak Djokovic se instaló en un Wimbledon cargado de emociones, apostando a la serenidad y la paciencia -ante un rival Nick Kyrgios caótico y muy agresivo, que desde el primer set mostró un libreto que es su puro estilo-. Al final se impuso la experiencia del serbio que acaba de ganar su 21avo Grand Slam y se permite un retorno exclusivo a los grandes. Su raqueta pausada pudo más que la fortaleza del servicio del australiano que a cada golpe parecía dispuesto a fumigar a La Catedral del mítico torneo inglés.
Djokovic, además, celebró su séptimo título en Londres con el que iguala a Pete Sampras y recorta diferencias con Rafa Nadal (22 GS); ha saltado al césped, al imponerse por 3 set contra 1: 4-6, 6-3, 6-4, 6-6 (7-2), culminando un medio año cargado de incertidumbre que lo dejó a rastras del primero del año en Australia, un escenario adverso por donde se lo mire, convertido en un camino plagado de contrariedades, malos augurios a los que finalmente el de Belgrado supo reponerse. Quizá sea este el más grande significado: haber remontado tanto drama que se cocinó en contra de él y superado la adversidad que le devuelve contextura y el mensaje de que aun en los peores momentos la voluntad vale más que cualquier lastre.
La Catedral adversa para el de Belgrado se emocionó ante el primer entre piernas de Kyrgios y deliró pensando que sus reiteradas bravuconadas y los parloteos a los suyos y al árbitro tendrían un efecto psicológico, pero las butacas repletas se fueron disipando. Tuvieron, al cabo de las tres horas de duración de la disputa, que imponer un aplauso al serbio que el jueves, tras derrotar al inglés Cameron Norrie, lanzó besos a las tribunas en respuesta a los desafectos que recibió durante todo el partido.
Con todo, se impuso el tenis del serbio. En la entrevista al finalizar el partido y recibir el premio de manos de la Duquesa de Cambridge, dijo lo que representa Wimbledon para él. Narró un pasaje de la vida en familia cuando a sus cinco años después de ver un partido del torneo de tenis inglés les pidió sus padres que le comprarán una raqueta. Los esfuerzos de sus primogénitos nunca detuvieron la marcha. Ellos trabajaban en un resort haciendo pizzas para sobrevivir y escuchando el llamado del niño se trasladaron a Belgrado para integrarlo a una de las escuelas de tenis de la capital de la exYugoslavia. El resto, los sufrimientos, los viajes a Alemania para entrenar buscando la formación de un tenis competitivo para el pequeño atleta es una larga historia que ha culminado este domingo con un laurel más. Un triunfo memorable que le devuelve a la cima del deporte blanco.
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