Roland Garros: Djokovic tortura a Nadal

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Foto: AFP

Rafael Nadal, campeón orgulloso, asume el cambio de guardia en París. Se despide en cuartos, muy pronto y lejos de cualquier opción de décima, pero lo hace contra el mejor tenista del momento, un competidor asombroso que domina el circuito con una autoridad brutal y que le tortura en la sobremesa de este 3 de junio para la historia. En la Philippe Chatrier, animada por el sol en la batalla de las batallas,Novak Djokovic gana por 7-5, 6-3 y 6-1 y da un paso más hacia su obsesión, más cerca que nunca de Roland Garros. Le falta ese grande y ya ha despejado a Nadal de su camino. Sólo le queda rematar.

No hay crónicas como esta porque no hay crónicas de derrotas en Francia más allá de aquella mancha de 2009, unos tristes octavos contra Robin Soderling con muchos elementos en contra. Aquí, en 2015,Nadal pierde porque es inferior, así de simple, una afirmación que se antoja difícil de escribir, pero que hace justicia por el estado de su enemigo más íntimo. Hoy por hoy no hay nadie capaz de discutir con Djokovic, ni siquiera el mejor Nadal. Y tampoco en París, su tierra bendita.

El balear, sin embargo, se despide después de intentarlo de todas las maneras, un ejemplo de orgullo que revierte una situación imposible después de 20 minutos de huracán. Al otro lado de la pista, el número uno le tortura, juega con él, le lleva de un lado a otro y se pone con 4-0 y saque, tremendo recital para enmudecer a los parisinos. Es un Djokovic en estado puro, un Djokovic celestial que en cualquier otro momento hubiera firmado un 6-0. Cualquier otro momento significa cualquier otro rival, pues a Nadal jamás se le puede dar por muerto.

Y renace una vez más, por fin satisfecho con sus golpes, impulsado con una derecha que empieza a volar. A base de gritos y puños, Nadal fija la mirada en su objetivo y nivela el pulso hasta el 4-4, un esfuerzo titánico que a la postre le pasa factura. Porque luego, ya en el epílogo, se ve justo de fuerzas después de tanto rema, exhausto en un miércoles descorazonador. En su 29 cumpleaños, hace las maletas, adiós a Roland Garros.

Después de salvar seis bolas de set, siempre a remolque, Nadal entrega el primer capítulo de mala manera, ensuciando todo lo anterior y eligiendo siempre la peor opción. Y ese triunfo parcial entierra al español y le da alas a Djokovic, que por un momento se puso a temblar, asustado por los fantasmas del pasado. Pero no, ni ese Nadal es el de ahora ni Djokovic es el de antes. Y he ahí la gran diferencia.

Porque el serbio de ahora abusa de un juego dominante, tan fino con la derecha como con el revés. Tira mil dejadas, sube a la red, cambia direcciones, mueve a su antojo y gestiona los nervios con profesionalidad. Todo lo que se le pide a un número uno, disparado hacia el título de su vida, capaz de resolver el mayor de los desafíos.

Después de esa eterna pela del primer parcial, con una hora y siete hasta el 7-5, Nadal y Djokovic reducen la velocidad, pero siempre da la sensación de que el balcánico manda. Lo lleva todo bien hasta el 4-3 y ahí decide subir de nivel para romper el saque de Nadal, una renta más que definitiva. Gana el set y se avecina el final, descartada cualquier opción de hazaña pese a que enfrente esté el mejor de la tierra, el dueño de la épica.

Además, el campeón de 14 grandes sabe que es su fin y empieza de la peor manera posible la tercera manga. Está sin gasolina, consumido en sus propios errores, dominado por una situación que jamás había conocido. Nunca ha estado con dos sets en contra en París y nunca he tenido a semejante rival, que se escapa hasta el 4-0. «¡Venga, Rafa, que todo es posible!», exclama alguien desde la grada. No, todo no.

Y se acabó, fin a 39 triunfos consecutivos en esta arcilla, fin a una era de acento mallorquín en la Chatrier. Djokovic se abre paso y se proclama su reinado antes de jugar lo que le queda, que no es poco ya que sólo ha llegado a semifinales. Sin embargo, el partido tiene mucho de simbólico, un desenlace significativo que lo explica todo. Djokovic le ha robado la corona a Nadal.