Podría ser contradictorio pese a eso los comentaristas de los torneos de tenis lo dicen. Novak Djokovic acabó quinto en un año azaroso para el deporte blanco, guerra incluida que bajó la bandera a los tenistas rusos y pasó Wimbledon sin sumar puntos.
El domingo en Turín, Italia, Nole demostró por qué sigue siendo el número uno del tenis mundial. Arrasó invicto el torneo, jugó demoledor todos los partidos con las siete mejores raquetas del mundo. A pesar de no haber sido su año, perdió la calificación de la ATP como número 1 –el más largo de la historia en la cima- y para variar fue vetado de participar de dos grandes de los cuatro que se disputan en la temporada por negarse a las vacunas contra la Covid-19.
En el primer Grand Slam de 2022, en Melboure, Australia, se lo detuvo en una guarida para refugiados indocumentados todos extranjeros aguardando que las autoridades migratorias del país dispusieran si jugaba o no. No se le permitió y fue deportado por una ingrata actuación del Ministro del Interior australiano.
El mundo entero siguió el proceso que la justicia del país impuso a Djkovic por ingresar al continente sin la vacuna contra el coronavirus dejando en entredicho las virtudes del sistema igualitario por un lado y la violación al derecho de elección de un atleta.
Mientras escribo, de acuerdo a datos de la Universidad Johns Hopkins (21 de noviembre) 12,7 billones de personas han recibido la vacuna contra el coronavirus. Si seguimos el razonamiento de la OMS de que son necesarias al menos tres dosis para prevenir el contagio, significa que la mitad de la población mundial sigue expuesta a la enfermedad. La hipocresía domesticada del sistema que puso entre cejo y cejo la capacidad de repartir tres dosis de la vacuna a las poblaciones de menos recursos. El pasado martes el mundo alcanzó el numero de 8.000 millones de habitantes.
Entre desconexión y desconexión
Pero volviendo a Djkovic al que también este año se le negó ingresó a EEUU para participar del US Open por el mismo motivo. Perdió en total algo más de 2.000 puntos que implicó perder el cetro, pese a haber ganado Wimbledon sin reparto de puntos este año por la guerra en Ucrania – y pese a haber tenido que competir (voluntariamente) a contrapié, cierra el ejercicio brazos en alto. Imponente, Nole canta victoria. Para hacerlo ha tenido que superar varias pruebas de alta exigencia en Turín, desde el caprichoso saque de Stefanos Tsitsipas hasta la reñida semifinal con Taylor Fritz, pasando por una prueba de largo kilometraje contra Daniil Medvedev; solo Andrei Rublev en la segunda jornada y Ruud en esta última –mucha voluntad y buenas formas.
Algo habrá que destacar y esas son sus propias palabras. Durante su intervención ante los periodistas, al serbio le preguntaron si se considera actualmente el mejor jugador del momento, dadas las cifras que ha registrado en el tramo final. Y respondió: “No, soy el quinto”. A continuación, prolongó: “Esta semana, probablemente sí, pero a lo largo del año lo ha sido Alcaraz. Él es el número uno. Pero en mi mente siempre me veo como el mejor, por supuesto. Esa es mi mentalidad. Pensar así me ha llevado hasta donde estoy”.
“Es un gran alivio y una satisfacción, porque he estado todo el año entre alfileres, esperando permisos para poder ir a algunos sitios. Así que estoy contento de haberlo manejado de manera positiva”, dice después de resolver el litigio final con Ruud y de recuperar la gloria en un torneo que se le resistía desde 2015, cuando venció por última vez.
Lo hace en un curso en el que han pasado muchísimas cosas, resumido en pelotazos: la explosión de Alcaraz, las proezas de Nadal, las despedidas de Serena y Federer, entre otros muchos vaivenes. Sin embargo, en 2022 se empezó hablando de él y sus fechorías, y se termina de la misma forma. Pero trofeo en mano.