El dirigente del Banco Interamericano de Desarrollo analiza en el Foro de Davos la incertidumbre a la que se enfrenta el continente y el papel que juega la transición energética en su desarrollo.
El Foro de Davos analiza en su cumbre anual los retos de un mundo cada vez más fragmentado y polarizado. Ilan Goldfajn, brasileño de 57 años, presidente del Banco Interamericano de Desarrollo, apunta en una entrevista concedida en la localidad Suiza una visión que observa en las actuales circunstancias importantes desafíos, pero también oportunidades. En el primer frente, señala como “la sociedad está cada vez más impaciente con las desigualdades”. En el segundo, que el nuevo entorno geopolítico y económico representa un prometedor cambio para América Latina, que puede presentarse como parte de la solución a problemas globales, sea como suministrador de recursos esenciales para la transición verde, como proveedor de alimentos, o como sede interesante en la reorganización de cadenas de suministro. “Antes, América Latina necesitaba el mundo. Ahora, el mundo también necesita a América Latina”, dice Goldfajn, que fue anteriormente gobernador del Banco Central de Brasil.
Pregunta. ¿Cómo ve la coyuntura económica latinoamericana y, en especial, la sostenibilidad de la deuda en este periodo de tipos de interés altos con incertidumbres acerca del ritmo de bajada?
Respuesta. Yo veo un cambio, una posibilidad de un punto de inflexión en la relación de América Latina y el Caribe con el mundo. Durante muchas décadas, la lente de la América Latina era la lente de necesidad. Yo necesito que me financien, necesito que me administren la deuda, necesito que vengan a invertir acá, necesito que me ayuden. América Latina necesitaba al mundo. Pero por primera vez yo creo que hay una relación un poco más simétrica. Creo que el mundo necesita a América Latina también, en este caso. Lo digo por la nueva geopolítica y la nueva economía global.
P. ¿De qué manera este nuevo entorno impulsa esa posibilidad de cambio?
R. Le doy ejemplos. Vivimos en un mundo que necesita cada vez más energía limpia y avanzar en la transición energética. No es algo abstracto, es algo muy pragmático. Europa necesita en los próximos 20 años sustituir su matriz energética. Hay contratos de 20 años que se están haciendo entre Alemania y Chile, o entre Alemania y Uruguay. En otro sentido, un país como Brasil, cuya matriz energética es casi 90% limpia, puede exportar energía verde. También estamos en un mundo de inseguridad alimentaria. Sudamérica es un gran exportador de comida. México se beneficia de un mundo más fragmentado. Si lo hace bien, si aprovecha la oportunidad, América Latina puede configurarse como una solución de problemas globales. Eso tiene consecuencias económicas importantes, porque vienen más inversiones. En los últimos dos, tres años, América Latina está sorprendiendo y creciendo un poco más. No mucho más, pero un poco más. ¿Qué está pasando? Puede ser esta nueva circunstancia. Y eso entronca con la deuda, porque si eso es verdad, tenemos un poco más de sostenibilidad. ¿Eso está garantizado? No. Hay que hacer muchas cosas. Hay que tener estabilidad, regulación, estado de derecho. Por ejemplo, ahora tenemos problemas de crimen y de seguridad. Es algo que no es compatible con un período de boom de inversión. Hay que resolverlo. Pero yo sí veo que hay una oportunidad en dónde está el mundo y donde está América Latina.
P. El nuevo presidente de Argentina impulsa planes para un draconiano recorte del gasto y de los servicios públicos. ¿Teme que esto pueda causar una fuerte desestabilización social en un país con una amplia capa de población en situación de fragilidad?
R. Durante muchos años se ha estado pidiendo a Argentina que tenga una estabilidad monetaria, que significa estabilidad inflacionaria y que se relaciona esta estabilidad con la estabilidad fiscal. De alguna manera se dice que la estabilidad económica tiene su fuente un poco en la forma como el gobierno y la sociedad se organizan para financiar sus gastos y como gestiona sus déficits. En el caso que estamos viendo hoy, hay una voluntad de salir de un déficit fuerte para tener superávit. Entonces, digamos, es una condición necesaria que yo creo que hay que apoyar. Nosotros en el BID buscamos apoyar al gobierno en que este ajuste sea el más eficiente posible. Que sea más progresivo y no regresivo, que prevea una protección a la población. Eso es importante porque la población ha sufrido mucho en los últimos años. Con esa inflación la pobreza ha aumentado y los que tienen menos capacidad de protegerse acaban sufriendo el impacto. Entonces, tenemos una oportunidad acá de un cambio fiscal, pero también tenemos el desafío de que este sea sostenible y es a lo que nosotros queremos contribuir, protegiendo el aspecto social, protegiendo los más vulnerables para que sea más sostenible.
P. Usted está tratando de llevar adelante reformas en el BID, lograr una mayor eficiencia. ¿Cuánto complica la tarea el tener que desarrollarla en un entorno político muy polarizado, turbulento, con fuerte carga ideológica y un pragmatismo que sufre?
R. Yo entré en el BID hace algo más de un año y desde el principio dije que buscaba promover el diálogo en un mundo polarizado, una visión no ideológica, una visión que tiene como objetivo pragmático mejorar la vida de las personas. ¿Qué significa mejorar la vida de la gente? Significa que estamos más preocupados en el resultado final de lo que hacemos. Esto es importante porque muchas veces nos concentramos en los medios y no en los resultados. Por ejemplo, sobre cuánto estamos prestando. Pero al final lo importante es saber si lo que estamos haciendo tiene impacto. ¿Cuántas personas tienen luz? ¿Cuántas personas tienen saneamiento? ¿Cuántas personas salieron de la pobreza? Esto es un cambio cultural y es mucho más difícil. Porque tienes que concentrarte en varios indicadores, que es mucho más difícil que decir que prestaste 20.000 millones el año pasado y el año siguiente 25.000. Esto ocurre en un mundo en el que creo que se necesita hacer más, en el que creo que la sociedad está cada vez más cansada, impaciente con las desigualdades, con la pobreza.
P. El mundo asiste desde hace tiempo a peticiones de cambios en el sistema de las instituciones financieras internacionales. Hay muchos que critican que Occidente impide el cambio de una arquitectura que le favorece y que no se corresponde al tiempo moderno. ¿Cree que Occidente está frenando demasiado el cambio en este ámbito?
R. A mí me parece que están todos pidiendo cambios desde los países más ricos, a los países del norte, del sur. Lo que se tiene que pensar es cómo coordinar para que salgan los cambios en una dirección que beneficie a todos. Hay bienes públicos que son de todos. La pobreza, la desigualdad, el cambio climático, son asuntos de interés general en los que sí podemos encontrar un puente y puntos comunes. El problema es disponer de los recursos, ahí sí está la dificultad. Yo no veo tanto una contradicción entre Oriente y Occidente, como más bien un desafío entre lo que todos quieren y lo que todos pueden pagar.
P. Dice que no ve una contradicción entre Oriente y Occidente. ¿Y entre Norte y Sur?
R. Yo creo que siempre hay fases de visiones y narrativas diferentes. Es algo que no es nuevo. Pero yo antes señalaba el interés común en esos bienes públicos, y es en esos que deben concentrarse los multilaterales. Nosotros no vamos a estar en el mundo de las divisiones, adonde no hay consensos o donde hay disputas, nosotros estaremos activos para el diálogo, para generar bienes públicos, que por su naturaleza necesitan un mínimo de consenso.