El verdadero problema de Estados Unidos con China
Aunque se supone que todos se benefician cuando los países individuales aprovechan sus ventajas comparativas, esta teoría económica canónica puede tropezar con problemas si se aplica ciegamente al mundo real. En el caso de China, los líderes estadounidenses no tuvieron en cuenta por qué el país exhibe las fortalezas que exhibe.
En lugar de suponer que un mayor comercio internacional siempre es bueno para los trabajadores estadounidenses y la seguridad nacional, el gobierno del presidente estadounidense Joe Biden quiere invertir en capacidad industrial nacional y fortalecer las relaciones en las cadenas de suministro con países amigos. Pero, por más bienvenida que sea esa reformulación, la nueva política puede no ser suficiente, especialmente cuando se trata de abordar el problema planteado por China.
El statu quo de las últimas ocho décadas fue esquizofrénico. Si bien Estados Unidos siguió una política exterior agresiva –y a veces cínica– de apoyo a dictadores y, en ocasiones, de organización de golpes de Estado inspirados por la CIA, también abrazó la globalización, el comercio internacional y la integración económica en nombre de generar prosperidad y hacer que el mundo fuera más amigable para los intereses estadounidenses.
Ahora que este statu quo se ha derrumbado, las autoridades deben articular un reemplazo coherente. Para ello, dos nuevos principios pueden formar la base de la política estadounidense. En primer lugar, el comercio internacional debe estructurarse de manera que fomente un orden mundial estable. Si la expansión del comercio pone más dinero en manos de extremistas religiosos o revanchistas autoritarios, la estabilidad global y los intereses estadounidenses sufrirán. Tal como lo expresó el presidente Franklin D. Roosevelt en 1936, “la autocracia en los asuntos mundiales pone en peligro la paz”.
En segundo lugar, ya no basta con apelar a las abstractas “ganancias del comercio”. Los trabajadores necesitan ver los beneficios. Cualquier acuerdo comercial que socave significativamente la calidad y cantidad de los empleos de la clase media estadounidense es malo para el país y su gente, y probablemente provocará una reacción política.
Históricamente, ha habido ejemplos importantes de expansión comercial que han dado lugar a relaciones internacionales pacíficas y a una prosperidad compartida. Un buen ejemplo son los avances logrados desde la cooperación económica franco-alemana posterior a la Segunda Guerra Mundial hasta el Mercado Común Europeo y la Unión Europea. Después de librar guerras sangrientas durante siglos, Europa ha disfrutado de ocho décadas de paz y creciente prosperidad, con algunos contratiempos. Como resultado, los trabajadores europeos están en una situación mucho mejor.
Sin embargo, Estados Unidos tenía una razón diferente para adoptar un mantra de cada vez más comercio durante y después de la Guerra Fría: a saber, asegurar ganancias fáciles para las empresas estadounidenses, que ganaban dinero mediante el arbitraje fiscal y la subcontratación de partes de su cadena de producción a países que ofrecían mano de obra de bajo costo.
El aprovechamiento de reservas de mano de obra puede parecer con la famosa “ley de ventaja comparativa” del economista del siglo XIX David Ricardo, que demuestra que si cada país se especializa en aquello en lo que es bueno, todos saldrán beneficiados, en promedio. Pero surgen problemas cuando esta teoría se aplica ciegamente en el mundo real.
La especialización china
El gigante asiático debería especializarse en la producción de bienes que requieren mucha mano de obra y exportarlos a Estados Unidos, pero aún hay que preguntarse de dónde proviene esa ventaja comparativa, quién se beneficia de ella y qué implican esos acuerdos comerciales para el futuro. La respuesta, en cada caso, tiene que ver con las instituciones: ¿quién tiene derechos de propiedad seguros y protección ante la ley, y quiénes tienen derechos humanos que pueden o no ser pisoteados?
La razón por la que el Sur de Estados Unidos abastecía de algodón al mundo en el siglo XIX no era simplemente que tuviera buenas condiciones agrícolas y “mano de obra barata”. La esclavitud era lo que le otorgaba una ventaja comparativa al Sur. Pero este acuerdo tuvo consecuencias nefastas. Los esclavistas sureños ganaron tanto poder que pudieron desencadenar el conflicto más mortífero de la era moderna temprana: la Guerra Civil de Estados Unidos.
Hoy en día, la situación del petróleo no es diferente. Rusia, Irán y Arabia Saudita tienen una ventaja comparativa en la producción de petróleo, por la que los países industrializados los recompensan generosamente, pero sus instituciones represivas impiden que sus pueblos se beneficien de la riqueza de los recursos y, cada vez más, aprovechan los beneficios de su ventaja comparativa para causar estragos en todo el mundo.
A primera vista, China puede parecer diferente, porque su modelo exportador ha sacado a cientos de millones de personas de la pobreza y ha producido una enorme clase media, pero debe su “ventaja comparativa” en la industria manufacturera a instituciones represivas. Los trabajadores chinos tienen pocos derechos y a menudo trabajan en condiciones peligrosas, y el Estado depende de subsidios y crédito barato para apuntalar a sus empresas exportadoras.
Tecnologías represivas
Ésta no era la ventaja comparativa que Ricardo tenía en mente. En lugar de beneficiar en última instancia a todos, las políticas chinas se aplicaron a expensas de los trabajadores estadounidenses, que perdieron sus empleos rápidamente ante un aumento descontrolado de las importaciones chinas en el mercado estadounidense, especialmente después del ingreso de China a la Organización Mundial del Comercio en 2001. A medida que la economía china crecía, el Partido Comunista de China podía invertir en un conjunto aún más complejo de tecnologías represivas.
La trayectoria de China no presagia nada bueno para el futuro. Puede que todavía no sea un Estado paria, pero su creciente poder económico amenaza la estabilidad global y los intereses de Estados Unidos. Contrariamente a lo que creían algunos científicos sociales y responsables de las políticas, el crecimiento económico no ha hecho que China sea más democrática (dos siglos de historia muestran que el crecimiento basado en la extracción y la explotación rara vez lo logra).
Los eslabones críticos en la cadena china
¿Cómo puede Estados Unidos, entonces, poner la estabilidad global y a los trabajadores en el centro de la política económica internacional? En primer lugar, se debe disuadir a las empresas estadounidenses de instalar eslabones críticos de la cadena de suministro de manufacturas en países como China. El expresidente Jimmy Carter fue ridiculizado durante mucho tiempo por enfatizar la importancia de los derechos humanos en la política exterior estadounidense, pero tenía razón. La única manera de lograr un orden global más estable es asegurar que los países genuinamente democráticos prosperen.
Los jefes corporativos en busca de ganancias no son los únicos culpables. La política exterior estadounidense ha estado plagada de contradicciones durante mucho tiempo, y la CIA a menudo ha socavado regímenes democráticos que no estaban en sintonía con los intereses nacionales o incluso corporativos de Estados Unidos. Es esencial desarrollar un enfoque más basado en principios.
La tecnología componente clave
Las afirmaciones de Estados Unidos de que defiende la democracia o los derechos humanos seguirán sonando huecas. En segundo lugar, debemos acelerar la transición a una economía neutral en carbono, que es la única manera de quitarle poder a los petroestados parias (y resulta que también es bueno para la creación de empleos en Estados Unidos), pero también debemos evitar cualquier nueva dependencia de China para el procesamiento de minerales críticos u otros insumos “verdes” clave. Afortunadamente, hay muchos otros países que pueden suministrarlos de manera confiable, entre ellos Canadá, México, India y Vietnam.
Por último, la política tecnológica debe convertirse en un componente clave de las relaciones económicas internacionales. Si Estados Unidos apoya el desarrollo de tecnologías que benefician al capital por sobre el trabajo (mediante la automatización, la deslocalización y el arbitraje fiscal internacional), quedaremos atrapados en el mismo mal equilibrio del último medio siglo. Pero si invertimos en tecnologías que favorezcan a los trabajadores y generen mayor experiencia y productividad, tendremos una oportunidad de hacer que la teoría de Ricardo funcione como debería.