La marea roja sacude América Latina

Por Veja con dat0s
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Lula y Lacalle en Celac américa Latina

La cumbre de la Celac y las promesas de integración regional tienen un efecto económico limitado.

Brasil vuelve al ruedo con promesas de reforzar el bloque tras una ausencia de tres años. Lula se convierte en un referente de articulación. ¿Será eso suficiente? En su primer viaje internacional, el presidente de Brasil Luiz Inacio Lula da Silva habló de revitalizar el Mercosur e invertir el dinero del Banco Nacional de Desarrollo Social (Bandes) en países amigos. ¿Alguien ha escuchado esta historia antes? Por supuesto. Y de la forma como la plantea el mandatario brasileño ha levantado sospechas de que Lula no ha cambiado sus métodos y este es un hecho alarmante más que preocupante.

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“Por azares del destino, mi primera actividad fuera del país en este nuevo mandato fue en Argentina, y para una reunión de la Celac”, dijo Lula en Buenos Aires la semana pasada. Pero, analistas destacados en la cumbre ensayaron la respuesta al instante: “En realidad, el destino poco tuvo que ver con la ocasión. Lula inauguró su agenda internacional embelesado en el pleno de una organización regional de la que Brasil salió por decisión del expresidente Jair Bolsonaro.

Lula no tuvo dificultad en establecer inmediatamente su posición de liderazgo. Los expertos se siguen preguntando: ¿Vale la pena? Estos señalan que, en las condiciones actuales, muy diferentes a las de hace veinte años, Brasil tiene muy poco que ganar anteponiendo la ideología al pragmatismo y dando preferencia a los vínculos con América Latina, una parte del planeta que crece por debajo del promedio mundial (1,3%, contra 1,7%, según el Banco Mundial).

Las estadísticas demuestran que priorizar la integración con los países latinoamericanos en este momento no rendirá mucho en términos prácticos. “La región tiene poca relevancia”, dice Paulo Velasco, profesor de política internacional de la Universidad de Rio de Janeiro. “Los últimos diez años han sido una década perdida”. La situación, por lo tanto, es diferente a la de principios de siglo, cuando Brasil y sus vecinos se beneficiaron de un auge en el comercio de materias primas que creó empleos, aumentó los salarios y multiplicó los ingresos públicos. La participación latinoamericana en el PIB mundial, que alcanzó el 8% al final del segundo mandato del PT (2010), hoy no supera el 5,7%. “Lula volvió en un escenario diferente, que exige cambios de enfoque”, advierte Velasco.

Colocarse a la cabeza del bloque formado por países vecinos es un camino natural para el presidente brasileño. En el pasado, Lula compitió activamente con el venezolano Hugo Chávez por el liderazgo regional, pese a los efusivos abrazos y elogios mutuos, también le tocó convivir con el aura de Fidel Castro, a quien reverenció varias veces, cerniéndose sobre la izquierda latina. “El aislacionismo del Gobierno de Bolsonaro dejó adelante a la región y nadie fue capaz de llenar el rol de Brasil”, opina Velasco.

Como líder en la región, el país gana algo de peso —mejora, por ejemplo, sus posibilidades de obtener un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU— pero, por otro lado, está atado a naciones de menor talla diplomática, que debilita su posición.

Si Brasil puede obtener algún beneficio político de su opción preferencial por los pobres, en términos económicos cualquier ganancia se desvanece en el aire. En 2022, el país exportó 77.600 millones de dólares a China, 42.800 millones a la Unión Europea y 31.000 millones a Estados Unidos. Para América Latina, la cuenta no superó los 5.100 millones. Es más: entre 2010 y 2019, período en el que las importaciones de latinoamericanos aumentaron un 12,9 % (principalmente de China), las exportaciones brasileñas a los vecinos cayeron un 24,7 % y la parte argentina fue responsable del 70 % de esta caída.

Incluso la ola roja que se apoderó de América Latina en las últimas elecciones, facilitando el liderazgo de Lula, debe ser vista con cautela a la hora de formular una diplomacia centrada en la región. “Esta ola generó una izquierda tan multifacética que la acción coordinada parece cada vez más difícil”, dice Marcos Azambuja, exembajador de Brasil en Argentina.

Mientras Gabriel Boric, en Chile, condena los regímenes dictatoriales de Venezuela, Nicaragua y Cuba, Gustavo Petro, en Colombia, tendió una mano solidaria al venezolano Maduro apenas pisó el Palacio de Nariño, actitud refrendada por Lula y Fernández, que cree injusto criticar a Maduro por querer imponer su propio “modelo” de gobierno, como si la represión y la brutalidad fueran aceptables.

“La mejor estrategia para Brasil es mantener una equidistancia pragmática”, dice Velasco, de la Uerj. Si usa el sentido común y tiene en cuenta los mejores intereses del país, el gobierno de Lula deberá ajustarse al viejo dicho: amigos, amigos, negocios aparte, sin ideología.