La ausencia de objetivos compartidos entre sus integrantes, un obstáculo para que el bloque gane protagonismo.
El nuevo en el foco mundial, el presidente izquierdista de Brasil Luis Inacio Lula da Silva subió al escenario esta vez en Johannesburgo, Sudáfrica, donde tuvo lugar la reunión de los Brics (acrónimo de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). Cada miembro del grupo, formado en 2009 por las potencias emergentes, ejerció allí su capacidad para tejer costuras diplomáticas y aprovechó la oportunidad para expresar su visión del mundo. Resetearlo -si vale el término- desde una posición antagónico con el modelo sistémico actual. O sea, fue una reunión de gestos y actitudes retóricas que dejó clara su crítica al dominio geopolítico del G7, el grupo de las siete naciones más ricas, encabezado por los Estados Unidos.
Lula da Silva afirmó entre otras cosas, que la Unión Europea no tendrá margen para ejercer un “neocolonialismo verde”. Más allá de la polémica generada en su última gestión por el manejo discrecional del Banco de Desarrollo (BADES), insistió en la necesidad de “crear un banco más grande que el FMI”.
La reunión de los BRICS tuvo lugar en un momento en que sus miembros originales (a los que ahora se suman Arabia Saudita, Argentina, los Emiratos Árabes Unidos, Egipto, Etiopía e Irán) abordan agendas diferentes. Brasil está interesado en convertirse en la cabecera del llamado Sur Global, un grupo de economías en desarrollo. Sudáfrica quiere plantar su bandera en todo el continente africano y, por esa razón, el presidente Cyril Ramaphosa salió a saludar a sus vecinos para que se unieran al bloque, un gesto que el primer ministro indio, Narendra Modi, consideró excesivo.
La Rusia de Vladimir Putin (que no asistió al encuentro para no correr riesgos, ya que tiene orden de arresto emitida por la Corte Penal Internacional) busca ampliar sus tentáculos para aliviar el aislamiento provocado por la guerra en Ucrania. China, bajo las manos de hierro de Xi Jinping, planea extender la ambiciosa Ruta de la Seda, cocinando acuerdos comerciales por todo el mundo para reactivar su economía, que ha ido perdiendo vigor. La estrategia china es aumentar su zona de influencia en todas direcciones.
El punto más voluble de la mesa fue precisamente la adhesión de una ola de países que ya le da al bloque nuevas características. Impulsados por la campaña del gobierno de Xi, más de cuarenta naciones han expresado interés en unirse a la lista; 23 de ellas han presentado una solicitud formal.
El presidente boliviano Luis Arce que integra el grupo de países interesados en ingresar al bloque, habló como lo hizo días antes en la cumbre Amazónica en la misma línea retórica asumiendo que Bolivia es el ombligo del mundo en temas en los que apenas aparece: ecología y litio para andar de la mano de un posible, aunque remoto escenario que ocupe en el acuerdo comercial.
Como viene haciendo en otros encuentros de esta naturaleza, el mandatario usó un discurso ambivalente e impregnado de referencias a la cuestión ambiental y a las desigualdades planetarias, que agrada entre sus partidarios en el plano interno; apretó el acelerador con frases listas para hacer eco que ya han generado reacciones contrarias por la dualidad del discurso. La narrativa que usó en la Cumbre Amazónica juzgada línea tras línea, frase tras frase, mereció elocuentes matices en tono de irónico por parte de expertos del Centro de Estudios Latinoamericanos (CEDLA).
Quiénes se integran y quiénes deben esperar
Los socios siguen en desacuerdo sobre los criterios de admisión y el ritmo al que se producirá, algo que China, el miembro más poderoso, quiere acelerar para ganar terreno en el duelo que sostiene por el control del poder con los Estados Unidos. Para Brasil, el juego así planteado no le favorece, ya que, con muchos socios, la influencia de Lula en el bloque se diluye. Además, porque el tono antagonista hacia Occidente planteado por China, es interpretado como extremadamente condescendiente. “Los BRICS pueden ser una buena manera para que Brasil se ubique en el tablero y abra oportunidades, pero no está interesado en inflar una rivalidad con Europa y Estados Unidos”, dijo luego de la cumbre, un internacionalista brasileño citado por agencias de prensa.
Como se observa hay rivalidades que se tendrán que limar antes de sumar adherentes o para emplear un concepto muy de moda en la economía global win-win-win. En el bloque de países sudamericanos el Brasil, o su presidente, mejor dicho, cuyo debut en la escena internacional, marca de nuevo el discurso ideológico impregnado de referencias casuísticas de otras épocas.
En Johannesburgo el presidente del gigante brasileño volvió a plantear la idea de conformar un nuevo orden mundial. Su ministro de Finanzas, tuvo cuidado de decir que el avance de los BRICS no significa una pulseada con la parte desarrollada del planeta. Hadad –así apellida el ministro-, proviene de un sector de la derecha brasileña que pacto un acuerdo prelectoral con Lula no precisamente para antagonizar con los mercados. Hadad fue nominado en la fórmula ganadora para articular puentes con el poderoso empresariado brasileño. Sea como fuere, queda claro que Lula debe hacer de malabarista y obrar con buen pulso. Ya que funcionarios de su entorno han señalado abiertamente que “el mundo ya no puede seguir los dictados del G7”.
Geoestrategia global
En la cumbre de los BRICS apenas se tocó el espinoso tema de la guerra en Ucrania, sugerido en el marco de la discusión. Los presidentes socialista latinoamericanos (Bolivia, Chile, Colombia, Argentina) evitaron decir que Rusia era el país invasor. Durante el evento, por cierto, llegó la noticia de que el líder mercenario del grupo Wagner Yevgeny Prigozhin, que intentaba derrocar a Putin, había muerto en un accidente de avión; al día siguiente, el propio presidente ruso apareció en la televisión, envió sus condolencias a la familia del oponente y lamentó a su antiguo socio por haber “cometido graves errores en la vida”.
El encuentro también sirvió para dibujar un nuevo diseño de la geoestrategia global. El presidente brasileño aprovechó la oportunidad para exponer su pretensión de convertir a Brasil en miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU. Hasta el último momento, la diplomacia brasileña intentó convencer al gobierno de Xi de que apoyara oficialmente el movimiento. A cambio, prometió respaldar el deseo chino de incluir a docenas de países en el grupo BRICS.
Una moneda BRICS para enfrentar al dólar
Al igual que sus colegas del bloque, Lula se manifestó a favor de cambios en el FMI y el Banco Mundial (BM), instituciones concebidas por las naciones victoriosas de la Segunda Guerra Mundial en lo que se conoció como los Acuerdos de Bretton Woods de 1944. Para dar gas a la reconfiguración de fuerzas, el brasileño cree que el camino pasa por la articulación del Nuevo Banco de Desenvolvimento (NBD), el “banco BRICS”, actualmente presidido por la ex presidenta Dilma Rousseff. En el orden institucional la estructura sería ideal para la creación de una moneda común para las transacciones comerciales. Sería una forma de reducir el uso del dólar, otro punto que, una y otra vez, surge en el discurso. La propuesta, sin embargo, es vista con cautela por los especialistas. “La moneda no se inventa por decreto. Es necesario que exista un mercado común sólido entre los países, lo que no sucede en el caso de los BRICS”, afirmaron especialistas y banqueros. Los más críticas a esta tendencia han remarcado que con economías tan diversas, el proyecto suena utópico.
La trayectoria de los BRICS
Creado en 2001 por el economista británico Jim O’Neill, el acrónimo nació como “BRIC”, ya que Sudáfrica (de donde proviene la “S”) recién se uniría al equipo una década después. En aquel momento, los cuatro países representaban un tercio de la población mundial y el 8% del PIB (hoy representan el 32%). Bajo el sombrero de los países emergentes, cada uno caminaba a su propio ritmo, pero ninguno avanzó como China, sacudida durante mucho tiempo por un crecimiento sostenido de dos dígitos.
Hasta ahora, los BRICS tienen poco que mostrar en cuanto a resultados concretos. La ausencia de objetivos compartidos entre los miembros es, sin duda, un obstáculo para que el bloque gane protagonismo.
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