Petróleo vs. Amazonía, el gran dilema en América Latina

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Lula, Brasil
Foto: Andre Borges | EFE

El Gobierno del presidente Luiz Inácio Lula da Silva ha tratado de hacer todo lo posible desde que el Instituto Brasileño del Medio Ambiente de los Recursos Naturales Renovables (Ibama) —que tiene autoridad sobre la explotación de recursos naturales— denegó una solicitud de la petrolera nacional Petrobras para perforar en el Atlántico frente a la costa del estado de Amapá, cerca de la desembocadura del río Amazonas.

La contienda entre agencias comenzó en ese momento. La Procuraduría General de la República declaró innecesaria la evaluación ambiental solicitada por Ibama a Petrobras cuando le negó la licencia. Pero el Ministerio de Medio Ambiente y Cambio Climático, del que depende Ibama, aclaró que la falta de la evaluación no fue el motivo de la denegación.

Mientras tanto, el Ministerio Público Federal, que puede llevar al Gobierno ante los tribunales, coincidió con Ibama en que la licencia debería ser denegada, basándose en la insuficiencia de la solicitud de Petrobras, que no explica adecuadamente cómo abordaría los potenciales riesgos ambientales en este ecosistema tan vulnerable. Además, el ministerio amenazó con tomar “medidas judiciales apropiadas”.

Mientras se desarrollaba este drama caótico, el presidente Lula habló por radio en la Amazonía y dijo que “seguía soñando” con la producción de petróleo en la zona.

El conflicto interno no es tan absurdo como podría parecer. El sueño de Lula no es una locura para un país relativamente pobre como Brasil. El petróleo que anhela se encuentra en el “margen ecuatorial” que cubre la costa más septentrional de Brasil, considerada una de las fuentes sin descubrir más abundantes en petróleo del mundo.

Al noroeste de Amapá, Guyana, un país vecino cuarenta veces más pequeño que Brasil, aprovechó este recurso y produjo unos 275.000 barriles de petróleo por día el año pasado, desde nada en 2018. Cuenta con 11.000 millones de barriles en reservas de petróleo, no lejos de los 15.000 millones de Brasil, que se encuentran en su mayoría frente a las costas de Río de Janeiro y São Paulo en el sureste.

La prosperidad de Guyana apunta al debate más generalizado y complicado detrás del tira y afloja en el desarrollo de las reservas potenciales de petróleo de Brasil en la desembocadura del Amazonas. Por más atractivo que sea el imperativo del desarrollo, ¿qué sentido tiene desarrollar más reservas de petróleo (petróleo que solo empezaría a brotar después de 2030) cuando el mandato climático mundial exige dejar gran parte bajo tierra?

No se pueden liberar a la atmósfera más de 380.000 millones de toneladas adicionales de CO2 si queremos lograr un 50% de probabilidades de mantener la temperatura global promedio no más de 1,5 °C por encima de su promedio a finales del siglo XIX, un umbral considerado esencial para evitar graves daños a las sociedades humanas y a los ecosistemas naturales.

Un barril de petróleo contiene casi media tonelada de CO2, en el mejor de los casos. Según las estimaciones de la Administración de Información Energética de Estados Unidos, las reservas actuales de petróleo conocidas contienen por ende al menos 800.000 millones de toneladas, cantidad suficiente para duplicar con creces lo que se puede liberar. Definitivamente no hay espacio para más.

Informes del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático y la Agencia Internacional de Energía han evaluado que será necesario limitar, y en algunos casos abandonar, la exploración de nuevas inversiones en combustibles fósiles para permanecer por debajo del umbral de 1,5 °C y lograr cero emisiones netas de CO2 para 2050.

Un estudio publicado hace dos años por investigadores de University College London estimó que para mantenernos por debajo de 1,5 °C, aproximadamente el 60% de las reservas de petróleo del mundo (incluyendo más del 70% de las de México, Centroamérica y Sudamérica) tendrían que permanecer bajo tierra hasta 2050.

Suely Araújo, quien como presidenta de Ibama hace cinco años negó las solicitudes de la petrolera francesa Total SA para perforar justo al lado del lugar que Petrobras quiere explotar, sostiene que los ecosistemas submarinos y costeros de la zona son frágiles y poco comprendidos. Las corrientes son fuertes, más fuertes de lo que Petrobras puede manejar. Total abandonó la zona, señala, al igual que BP. Solo queda Petrobras.

Pero, añade, los planes de Petrobras serían una mala idea incluso si los riesgos para los ecosistemas locales fueran más manejables. “La simple explotación de petróleo ya es un problema”, afirmó.

La Agencia de Protección Ambiental de EE.UU. estimó el llamado “costo social del carbono” en US$51 por tonelada —el objetivo es representar el costo en dólares de los daños presentes y futuros que se causarían a los ecosistemas y las economías del mundo si se emitiera más CO2 a la atmósfera. Pero la agencia reconoce que es muy bajo. Tras un nuevo análisis sobre los costos del probable cambio climático, propuso un rango mucho más alto de precios, centrado en alrededor de US$190 la tonelada. A ese precio, mantener un barril de petróleo bajo tierra significaría para el mundo un beneficio cercano a los US$100.

Pero Caetano Scannavino, coordinador de la consultora Health and Joy Project, una organización sin ánimo de lucro centrada en la Amazonía que apoya proyectos sostenibles en la cuenca del Tapajós, señala que muchos de esos costos recaerían en Brasil, donde se prevé que el aumento de las temperaturas provoque sequías, menores rendimientos, más enfermedades infecciosas y otros impactos costosos.

¿Despertará el presidente Lula de su sueño? Renunciar a nuevas exploraciones petroleras presentaría un desafío político. ¿Cómo convencer a tantos brasileños para quienes el petróleo evoca imágenes de 800.000 guyaneses que gozan de un producto interno bruto de alrededor de US$60.000 por persona? Ese es el promedio en Europa occidental y aproximadamente tres veces el PIB per cápita de Brasil.

Como señalarán muchos brasileños, es un poco injusto exigir que Brasil asuma el costo de poner fin a las inversiones en combustibles fósiles cuando las empresas de la mayoría de los demás países, muchos de los cuales son mucho más ricos, siguen invirtiendo en el desarrollo de fuentes petroleras.

Activistas ambientales aplaudieron cuando los ecuatorianos votaron a favor de detener la producción de petróleo en el parque nacional Yasuní en medio de la selva amazónica. Pero eso representa solo el 12% de la producción de Ecuador. En Colombia, el Gobierno de Gustavo Petro se ha negado a otorgar nuevas licencias de exploración petrolera. Pero hasta ahora, solo Dinamarca, Nueva Zelanda y Francia han prometido detener nuevas exploraciones de petróleo y gas en su territorio. Incluso Noruega, uno de los favoritos en temas ambientales, sigue invirtiendo fuertemente en la producción de petróleo.

Araújo resalta que el sueño del Gobierno de un desarrollo impulsado por el petróleo está fuera de lugar. Los ingresos por petróleo rara vez financian un desarrollo general y equitativo. De hecho, el PIB de Guyana podría rivalizar con el de Finlandia, pero su índice de desarrollo humano es inferior al de Ecuador, México o Brasil.

“Apostarle a los ingresos por petróleo para resolver problemas sociales no es realista”, afirma. Se pueden obtener más riquezas a partir de los productos naturales de una selva amazónica sana y protegida. “El bosque es una farmacia”.

Estos no son argumentos malos. Scannavino añade que mantener el petróleo bajo tierra reforzaría el liderazgo de Brasil en el debate global sobre el cambio climático y promovería la causa de que los ricos del Norte Global deberían asumir una mayor parte de los costos impuestos al Sur Global. Si la Amazonía beneficia al mundo entero, el mundo entero podría ayudar a pagar por su preservación.

Y, sin embargo, en la batalla contra el cambio climático, este tipo de argumentos tienden a perder fuerza. Como dijo Scannavino, “tarde o temprano van a extraer ese petróleo”. Aún falta convencer al pueblo de Brasil de que la alternativa no solo preservará el medio ambiente sino que también proporcionará un medio de vida. Si el presidente Lula quiere retirarse como un defensor del desarrollo sostenible, debe dejar de soñar con riquezas petroleras y validar este argumento.