Yanis Varoufakis: “El capitalismo está muerto. El nuevo orden es una economía tecno-feudal”

Miguel Ángel García Vega | El País
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Yanis Varoufakis

Yanis Varoufakis (Atenas, 1961) enciende el portátil que arranca el Zoom que ilumina la cámara del estudio de su casa de Atenas. Uno de los economistas más conocidos e influyentes del mundo saluda, amable, al otro lado. Por primera vez en muchos años —se lo había prometido a su mujer, Danae— se ha tomado unos días de vacaciones en agosto en el Egeo. Pero un mes después está, puntual, el día acordado. “He vuelto a coger las herramientas”. “Vamos allá”, lanza. Comencemos por la memoria.

Varoufakis estudió en el colegio privado Moraitis, y después cursó dos posgrados en Matemáticas y Economía en las universidades de Essex y Birmingham. Ha enseñado en Australia, Estados Unidos, y desde 2000 imparte clases de Economía en la Universidad de Atenas. Pero su vida, y por qué no, su “mito”, procede de la política. Fue ministro de Finanzas griego entre enero y julio de 2015. Días de piedra —su enfrentamiento con Wolfgang Schäuble, exministro de Finanzas de la antigua canciller Angela Merkel, se cuenta ya en los libros de historia económica y se contempla en la película Comportarse como adultos (2019), del director Costa-Gavras—, meses interminables de la crisis soberana griega. Cuando la Troika (Banco Central Europeo, BCE, el Fondo Monetario Internacional y la Comisión Europea) exprimió, con sus condiciones para el rescate, hasta el último euro del pueblo griego. Los ciudadanos votaron en contra de un sufrimiento social —denominado austeridad— que duraría años. Varoufakis dimitió a los cinco meses del cargo.

En febrero de 2016 creó Democracy in Europe Movement 2025 (DiEM25) y en mazo de 2018 —como antiguo miembro del partido de izquierdas Syriza— funda MeRA25, la “rama política” del movimiento. Regresa al parlamento heleno. Desde entonces, este “marxista libertario” —así se define, con evidente sentido de la provocación— ha encadenado, también, éxitos en los anaqueles de las librerías. Adults in the Room (Comportarse como adultos, editorial Deusto) y And the Weak Suffer What They Must? (¿Y los pobres sufren lo que deben?, Deusto) fueron superventas. Y también ha dado a la imprenta Talking to My Daughter: A Brief History of Capitalism, The Global Minotaur (El minotauro global, editorial Capitan Swing) o Technofeudalism. What Killed Capitalism (acaba de publicarse en inglés por Random House y en España lo publicará Deusto en febrero de 2024 con el título de Tecnofeudalismo. El sigiloso sucesor del capitalismo).

Brillante con los títulos, uno de sus últimos artículos se titula: Dejemos arder los bancos. También ha acuñado términos para una época: “Capitalismo en la nube”, “colonialismo moderno”, “desdolarización”, “austeridad global”, “riesgo moral”, “modificación de la conducta” o “tecnofeudalismo”. Pese a que no lo pretenda, se impregna algo, en muchos de sus párrafos, del pesimismo del filósofo Emil Cioran (1911-1955) y su tentación de existir: “Escribir es una cuestión de vida o muerte”.

Sin duda, su último libro también posee el horizonte de cierta tristeza. Nace de una conversación, hace muchos años, en 1993, en la casa de Paleo Faliro, con su padre, comunista, Giorgios. Estaba intentando conectarle a internet. “¿Ahora que las computadoras hablan unas con otras, esta Red hará imposible derrocar al capitalismo?”, “¿o finalmente revelará su talón de Aquiles?”.

Pregunta. ¿O lo ha mostrado ya?

Respuesta. Alexa, de Amazon, por ejemplo, no es nada más que un portal detrás del cual hay un sistema totalitario centralizado creado para satisfacer a su dueño, Jeff Bezos. Hace cuatro cosas al mismo tiempo. Nos entrena para que le dictemos lo que queremos. Nos vende de manera directa lo que sabemos que “queremos”, prescindiendo de cualquier mercado real. Logra que reproduzcamos su capital en la nube (es decir, es una máquina inmensa de modificación del comportamiento), porque con nuestro trabajo, sin remunerar, publica reseñas o valora productos. Y, finalmente, amasa enormes rentas de los capitalistas que están dentro de esta red, generalmente el 40% del precio de venta. Esto no es capitalismo ¡Bienvenidos al tecnofeudalismo!

¿Cuál es su hipótesis?

El capitalismo ahora está muerto. Ha sido reemplazado por la economía tecno-feudal y un nuevo orden. En el fondo de mi tesis existe una ironía que puede sonar al principio confusa, pero que queda clara en el libro: lo que está matando al capitalismo… es el propio capitalismo. No el capital que conocíamos desde el amanecer de la era industrial. Sino una nueva forma, una mutación, que ha ido creciendo en las dos últimas décadas. Mucho más poderoso que su predecesor que, como un virus estúpido y demasiado entusiasta, ha matado a su huésped. ¿Por qué se ha producido esto? Debido a dos causas principales: la privatización de internet por Estados Unidos, pero también las grandes tecnológicas chinas. Junto a la manera en la cual los gobiernos occidentales y los bancos centrales respondieron a la gran crisis de 2008.

El último libro de Varoufakis advierte de la imposibilidad hoy de la socialdemocracia o de esa falsa promesa que es el mundo cripto. “Detrás de la criptoaristocracia, los únicos verdaderos beneficiarios de estas tecnologías han sido las mismas instituciones que estos criptoevangelistas se suponía querían derrocar: Wall Street y el conglomerado de las grandes tecnológicas. Por ejemplo, “JP Morgan y Microsoft recientemente han unido fuerzas para dirigir un “consorcio de cadenas de bloques”, basado en los centros de datos de Microsoft, con el objetivo de aumentar su poder en los servicios financieros”, escribe el exministro en Tecnofeudalismo.

Vamos camino de los 600 días desde que empezó la guerra en Ucrania. ¿Qué piensa y qué impacto tiene en la economía?

Mis pensamientos son los mismos que el primer día que Putin invadió Ucrania. Es una guerra que acabará rápidamente si hay un acuerdo de paz, de lo contrario puede durar décadas. Si continúa no habrá ganadores, solo perdedores. Cientos de miles de ucranios muertos, cientos de miles de rusos muertos. Empobrecerá a Europa y hará más miserable a África. Occidente debe ofrecer al mandatario ruso un acuerdo muy sencillo. Volver a donde estaba antes de febrero de 2022. A cambio, Ucrania nunca será miembro de la OTAN. Es la solución austriaca —forma parte de Europa, tiene Ejército, es una democracia liberal—, pero no de la Organización. Es la única posibilidad que coincide con los intereses ucranios, y evita el sacrificio y el empobrecimiento.

Europa envejece, el crecimiento es lento, el centro económico del mundo se desplaza al sur de Asia. ¿Qué futuro aguarda al continente? ¿Un resort de lujo para las vacaciones de extranjeros millonarios?

No habrá una ruptura de la Unión Europa. Ha sido salvada por Mario Draghi [expresidente del BCE] gracias a la inyección de billones de euros. Estamos entrando en un periodo de declive. Estuve reunido hace un mes con el presidente de México, López Obrador, y la Unión Europea no les preocupa. Desde luego quieren tener buenas relaciones, y todo eso. Pero lo que cuenta para ellos es Estados Unidos y los BRICS [Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica]. Piense en la geopolítica, sobre todo después de la guerra en Ucrania. Piense en la OTAN, sea lo que sea. No es la política europea: es la suya. Su secretario general es quien decide nuestra política. Imagine —ojalá fuera así— que mañana hay una mesa de paz. ¿Quiénes estarían sentados? Zelenski (Ucrania), Putin (Rusia), Xi Jinping (China), Modi (India) y Biden (Estados Unidos). ¿Quién representaría a Europa? Nadie. No tenemos líderes. Los polacos, estonios, lituanos no confían en Emmanuel Macron [presidente de Francia] ni en Olaf Scholz [canciller alemán] porque piensan que están demasiado cerca de Putin. ¿Imagina una Unión Europea representada por alguien distinto a Alemania o Francia? Es peor que una crisis, nos estamos convirtiendo en irrelevantes.

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Ahora algunos políticos alemanes reconocen el error de la austeridad, como usted defendió cuando negociaba el rescate griego.

Solo dicen eso después de retirarse. Deberías ser juzgado por lo que haces cuando estás en la Administración. Eso es lo que cuenta. El resto nada me importa. El ministro de finanzas germano, Christian Lindner, está impulsando la austeridad. Nunca admitirán que se equivocan. El modelo económico alemán está muriendo y Europa le sigue detrás. ¿Cuáles son las industrias del futuro? Energía solar, eólica, baterías y desarrollo de software. La UE ni siquiera existe porque no invierte nada. ¿Qué van a hacer con China, que tiene el monopolio absoluto de las baterías?

¿Por qué no existe en Europa un metaverso o un Amazon?

Por lo mismo: nadie invierte. Hemos perdido 14 años practicando la austeridad. El sistema de telefonía móvil de Alemania resulta casi tercermundista. Es un país subdesarrollado en temas de digitalización. Han aprobado, con todos esos años de retraso, un presupuesto de digitalización de 200.000 millones de euros en el próximo quinquenio. Unos 50.000 millones menos de lo previsto. ¿Sabe que aún usan el fax?

¿Qué poderes tienen los políticos frente a las grandes corporaciones?

Cero [hace el gesto con los dedos frente a la cámara]. Hace tiempo los políticos tenían un peso. Franklin Roosevelt (Estados Unidos), Willy Brandt (Alemania), Harold Wilson (Reino Unido) o incluso Nixon. Podían cambiar las cosas. Sentar a la gente alrededor de la mesa. Ahora ya no existen los sindicatos. No hay nadie que se siente con ellos. Pero si chocas contra el sistema, te elimina.

China, Singapur, India, Arabia Saudí, entre otros, han demostrado que se puede crecer y generar prosperidad, siendo en la práctica dictaduras, autarquías o naciones con dudoso respeto a los derechos humanos, o sea, sin ser democracias.

Nos olvidamos de la historia. La democracia nunca fue parte del capitalismo. Ya en el siglo XIX, en Gran Bretaña, el filósofo John Stuart Mill (1806-1873) defendía el liberalismo frente a la democracia. Respetaba los derechos de propiedad, la libertad de expresión… Pero el liberalismo era lo contrario al capitalismo. El partido oficial chino dice, bien: nosotros somos liberales como los británicos. Reconocen la propiedad privada, si tienes una casa no te la pueden quitar, puedes acumular tanto dinero como quieras, hacer negocios. Esto es liberalismo. Mientras no digas nada en contra del partido. ¿Esto es tan diferente en Gran Bretaña? ¿Vio la coronación de Carlos III? Había fuera de la Cámara de los Comunes un profesor que mostró una pancarta en blanco. Fue arrestado por falta de respeto al Rey. Bien. ¿Esto no es libertad de expresión, verdad? ¿Son los Estados Unidos una democracia? ¿En serio? Tienes un partido en el Gobierno con dos caras distintas. Trump era una pobre excusa como ser humano. Cambió el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, deshizo el pacto nuclear que Obama había firmado con Irán, empezó la guerra fría contra China. Llegó Biden. Se supone que iba a ser el anti-Trump. ¿Ha cambiado algo? No, lo ha empeorado. Aumentó la guerra fría, se ha enemistado más con Irán, y Cuba sufre un embargo peor que con el expresidente. Claro que prefería cenar con Biden antes que con Trump. Sin embargo, se supone que esto no es lo que debería ser una democracia.

¿Es el feminismo compatible con el actual sistema económico?

El capitalismo solo trae enormes cargas, terribles. Una es la explotación de la mujer. La única forma de que las mujeres puedan prosperar es a costa de otras mujeres. No, al final, y en la práctica, el feminismo y el capitalismo democrático son incompatibles.

Si algo es Yanis Varoufakis es duro. Quizá proceda de los días en que su padre, Giorgios, un ingeniero especializado en el acero, comunista, le enseñaba frente al fuego de una chimenea de ladrillos rojos (en una casa modesta) las propiedades de los metales. Le ha servido en la formación, en la política europea o cuando en marzo pasado un grupo de “matones a sueldo”, en palabras de Varoufakis, le dio una tremenda paliza mientras el exministro cenaba en el popular barrio de Exarchia de Atenas con varios activistas europeos. Los “matones” le gritaban y le acusaban de que se había “vendido a la Troika”. Tras el incidente, el exministro de Finanzas acabó en el hospital. “No vamos a dejar que nos dividan”, escribió en Twitter. “¡Seguimos adelante!”.

Nacido en la década de 1920, Giorgios, cuyos padres eran griegos, creció en El Cairo (Egipto) antes de entrar en la Universidad de Atenas para estudiar Química. Pero se vio atrapado en la guerra civil griega (marzo de 1946-octubre de 1949). Fue detenido e interrogado por la policía. Se negó a denunciar a sus compañeros comunistas y pasó cuatro años en la cárcel. Más tarde, cuando reinició sus estudios, una mujer conservadora se fijó en él. Su nombre: Eleni. La futura madre de Varoufakis. Al final, las ideas de su padre calaron en ella y el comunismo se convirtió en el paisaje de sus conversaciones.

Años después preguntaría a sus padres qué era para ellos la libertad. Su madre, dijo, la posibilidad de escoger a tus socios y tus proyectos. Su padre replicó: tiempo para leer, experimentar y escribir.

Esta enseñanza trascurre en todos sus libros. Incluso en el peor de los tiempos. Giorgios, sometido al régimen de extrema derecha, tuvo muchos problemas para encontrar trabajo. La policía secreta hacía todo lo posible para que fuera despedido. Con cierta fortuna —aunque el sueldo era inferior al que le correspondía— le contrató la acería Halyvourgiki, como asistente del director. En una especie de justicia aplazada, con el tiempo llegó a ser presidente del consejo de administración.

Este fue su entorno. La cárcel, la dureza, los represaliados. Pero el régimen no tardó en colapsar. Quizá gracias a este sentido de que, pese a todo, la vida también es perseverancia, tenga dos doctorados (Economía y Matemáticas), haya sido exministro de finanzas o imparta clases en Estados Unidos, Australia o Atenas. Todo ocurre en la infancia. El resto es la inexorable repetición de los días. En la Universidad de Sídney, cuando estaba dando clases, conoció a Margarite, la madre de Xenia, una profesora de historia greco-australiana. Se enamoraron y se casaron. Fueron a vivir a Grecia. Pero la relación no funcionó y rompieron. Margarite regresó a Australia sin saber que estaba embarazada. Cuando se enteró volvió a Grecia. Tenían que darse otra oportunidad. “Sin embargo, la relación no funcionaba. Y ella se marchó de nuevo a Australia. Fue una pesadilla. Porque echaba mucho de menos a mi hija”, comentó en The Guardian. Como consuelo, la dormía por las noches a través de Skype.

En este frágil estado emocional descubrió por casualidad en una galería de arte la instalación titulada Breathe, un trabajo de la creadora Danae Stratou. Una obra en la que respiran el agua y la tierra. Quedó impresionado. Coincidieron en una cena y se enamoraron. Ahora vive en Atenas con los dos hijos de Stratou. Ella —que participó en la 48ª edición (1999) de la prestigiosa Bienal de Venecia— procede de una familia muy adinerada gracias a la empresa textil, Peiraiki-Patraiki, creada por su padre, Phaidron Stratos, rondando el Peloponeso.

Pocos economistas dudan de que hoy resulta más importante, para prosperar en la vida, la familia en la que naces que todo el esfuerzo que le dediques.

Así es. La lotería del nacimiento. Vivimos en sociedades muy desiguales. El mayor predictor de nuestro futuro es la riqueza y la situación de nuestras familias.

Por primera vez en décadas de democracia, hay un Gobierno en España que es una coalición progresista.

Mis mejores deseos. Me gusta que permanezcan juntos a pesar de los problemas. Pero será imposible cambiar las cosas hasta que haya una respuesta muy clara a la pregunta: ¿qué se debería hacer con la Unión Europa? España jamás ha tenido una contestación y es un error.

En su libro Talking to My Daughter (Conversaciones con mi hija, editorial Destino) muestra a Xenia las amenazas del capitalismo. ¿En qué mundo cree que vivirá?

Nunca, nunca, nunca hago predicciones, porque si me forzara a responderle mi contestación sería muy triste. Desde luego, no creo que las cosas en el futuro vayan bien. Esto es distinto a dar las noticias del tiempo. Las sociedades carecen del derecho a vaticinar porque lo que cuenta es el resultado de nuestras acciones, de lo que hacemos. Somos depositarios del deber moral de actuar.

En su nuevo libro, BlackRock, la mayor gestora de fondos del mundo por activos bajo gestión, es parte del problema. Cuando escucha a Larry Fink, su presidente, comentar que seguirá invirtiendo en petróleo y gas porque lo demandan sus clientes a pesar de su apuesta por los fondos sostenibles, ¿qué piensa?

Tiene razón. La única solución es desmantelar la compañía.

Drástico.

Bueno, también el capitalismo hay que desmontarlo. Soy de izquierdas.

Las fuentes  de donde beben sus recuerdos

Los mitos clásicos griegos, el Manifiesto comunista (Marx), la Teoría de la Relatividad de Albert Einsten, la serie de televisión Mad Men, y el papel de Don Draper, Star Trek, la Teoría general del empleo, el interés y el dinero (John Keynes), la película Metrópolis (1927) o el tratado utópico La ciudad del sol del filósofo y dominico italiano Tommaso Campanella. El economista griego Yanis Varoufakis es capaz de usar estas telas tan dispares para construir un brillante patrón con el que narra el mundo en el que vivimos. El peligro cierto de las grandes tecnológicas, la falta de apoyo a la transición verde, la guerra en Ucrania o cómo la socialdemocracia es ahora imposible. Este es el recorrido que plantea al lector en su último libro, Tecnofeudalismo. El asesinato del capitalismo (Random House). No es solo un texto de economía. Es el propio Varoufakis, sus recuerdos de niño, su relación con sus padres, el aprendizaje del pensamiento crítico. El viaje a la noche más oscura del alma con uno de los pensadores más luminosos de nuestro tiempo. Ya saben. Quien toca este libro toca a un hombre.