Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), promovidos como “un plan común para la paz y la prosperidad de las personas y del planeta”, no están exentos de dificultades. De hecho, presentan cuatro problemas principales:
- Demasiada o escasa ambición: algunas metas son “un brindis al sol” o metas imposibles (por ejemplo, erradicar la pobreza) y hay otras que son poco ambiciosas pues están prácticamente cumplidas.
- Demasiadas metas: un número tan grande de metas dificulta la coordinación y favorece la dispersión de las energías.
- Conflictos entre metas: algunas metas entran en conflicto con otras (por ejemplo, la expansión de la agricultura vs. el fin de la deforestación).
- Dificultad para medir el progreso: hay muchos objetivos con indicadores imprecisos (por ejemplo, “incrementos sustanciales” o “mejoras significativas”) y también otros sin ninguna medida ni referencia clara sobre cómo evaluar su consecución.
Los límites de los objetivos
Estos problemas no son nuevos. De hecho, son problemas comunes de la dirección por objetivos identificados por la investigación hace más de 50 años.
A estos inconvenientes podríamos añadir también el hecho de que los objetivos son potencialmente motivadores de compartimientos no éticos, ya sea por exceso de celo en el cumplimiento como por tener más interés en “parecer” que en “hacer”.
Pero muchos de estos problemas se solucionarían si fuéramos capaces de superar las limitaciones de la dirección por objetivos y desarrolláramos los ODS en un contexto de dirección por misiones.
Del 2D al 3D
La diferencia entre objetivos y misiones puede parecer sutil, pero es fundamental. Es una cuestión de dimensiones. Los objetivos se desarrollan en un plano de dos dimensiones (2D) mientras que las misiones son tridimensionales (3D).
Como sabemos, un objetivo tiene dos dimensiones: planificación y acción. La primera establece la meta que se quiere lograr y la segunda es la que se encarga de alcanzarla. Esto es lo que representamos simbólicamente como “cabeza-manos”.
En la narrativa de los objetivos lo importante es alcanzar la meta, con independencia de la motivación que la impulsa. Digamos que, mientras cumplamos con el objetivo, no importa mucho si lo hacemos porque queremos conseguir un mundo mejor, por beneficiarnos de una subvención económica o simplemente por evitar una sanción.
Las misiones, sin embargo, son tridimensionales. A la planificación y la acción, se añade la dimensión motora, que tiene que ver con la motivación real de las personas; con la intención con la que se hacen las cosas. Esto es lo que representamos como “cabeza, corazón y manos”.
En la narrativa de las misiones, hacemos algo porque nos identificamos personalmente con aquello que hacemos. En las misiones el tipo de motivación es muy importante. Por eso, las misiones se interiorizan al tiempo que se realizan. Las misiones nacen del corazón y se realizan con el corazón.
De objetivos a misiones
A los ODS les falta esta tercera dimensión. Les falta conquistar el corazón de las personas que habitan en el planeta, empezando por los que tienen el poder y la capacidad de implementarlos. Porque cuando algo emana del corazón, las personas tienden a dar el máximo y los problemas de la ambición, la dispersión de energías o el conflicto entre metas se minimizan. Cuando se trabaja desde el corazón, el fin no es conseguir los objetivos a toda costa sino lograr, de la mejor manera posible y buscando soluciones constructivas, hacer un mundo mejor.
Por eso, más que definir objetivos de desarrollo sostenible, quizá sería mejor crear “misiones de desarrollo sostenible” que se construyan no desde la imposición, sino desde el corazón. Se trata de construir las motivaciones reales por conseguir “la paz y la prosperidad de las personas y del planeta”. Y a partir de ahí, preguntarnos cada uno de nosotros: ¿qué puedo hacer yo para mejorar el mundo?
Este artículo fue publicado originalmente por The Conversation