Cuando un país pasa hambre, desempleo y miedo, ¿por quién vota? Octubre marca el inicio de un ciclo electoral, un año decisivo para América Latina en el que presidentes y partidos políticos serán puestos a prueba en un contexto inédito. La región afronta la amenaza del coronavirus, pero también sufre el golpe económico que ha traído la covid-19. El impacto que tendrá la crisis económica y sanitaria aboca a Latinoamérica a un escenario incierto. Los especialistas coinciden en que en este lado del mundo la pandemia abrirá el camino a nuevos liderazgos.
Cuarenta y cinco millones de personas están en riesgo de pobreza como consecuencia de la peor crisis económica que América Latina ha visto en 100 años, derivada de una pandemia que ha costado ya más de un millón de vidas. Antes de la covid-19, la región era ya la más desigual del mundo. El virus no solo volvió a poner en primer plano estas desigualdades; organizaciones multilaterales y expertos coinciden en que la situación empeorará. Además, la riqueza, medida como el producto interno bruto (PIB), caerá este año en un 9,4% de acuerdo con el Fondo Monetario Internacional y para 2021, el crecimiento será de solo el 3,7%. De hecho, todos los pronósticos económicos son preliminares y no sería extraño que empeoraran. Cada día que pasa en que trabajadores permanecen en casa para evitar el contagio, es un día de ingreso y sustento perdido.
El 18 de octubre, Bolivia será el primer país que vote -en primera vuelta- por un nuevo presidente y un nuevo congreso, en unas elecciones pospuestas ya dos veces por la contingencia del coronavirus. Una semana después, Chile llevará a cabo un plebiscito nacional en que la ciudadanía decidirá una nueva constitución. El país sudamericano votará el próximo año por un nuevo presidente, así como Ecuador, Perú y Honduras. Se espera también lo mismo en Nicaragua, donde el régimen de Daniel Ortega se vislumbra eterno. Habrá también elecciones de mitad de mandato en las que el oficialismo en México, Argentina y El Salvador serán puestos a prueba en elecciones parlamentarias y locales. La incertidumbre de lo que ocurrirá en las elecciones legislativas de Venezuela, previstas para el 6 de diciembre, y en las que la mayor parte de la oposición se rehúsa a participar argumentando que no se dan las garantías necesarias, sume aún más incertidumbre al escenario electoral.
Los partidos políticos estaban ya debilitados antes de la llegada del coronavirus por escándalos de corrupción, procesos judiciales y hasta el encarcelamiento de exmandatarios. El crecimiento económico, con algunas excepciones, se había estancado y los Gobiernos ya tenían menos dinero en sus arcas. Una ola de descontento social se había ya apoderado de algunos países y movimientos sociales, como el feminismo, tomaron fuerza ante la amenaza de la violencia.
Más alternancia y caras nuevas
“Yo vaticino ciclos más cortos en el poder, con más alternancia, con más caras nuevas, en gran medida provocado por el contexto socioeconómico. A diferencia de los primeros 12 o 14 años de esta década, cuando todavía estaba el boom de las material primas y los Gobiernos tenían mucha billetera, los actuales están administrando una crisis”, afirma Daniel Zovatto, director regional para América Latina y el Caribe de IDEA Internacional, organización independiente que estudia la democracia. En la mayoría de los casos, explica Zovatto, los actuales presidentes están en minoría en los congresos, lo cual vuelve la gobernabilidad más compleja. “Hay más polarización y hay más fragmentación política, lo que hace más difícil articular consensos, que es lo que la región necesita para avanzar en reformas profundas. Esta es la reconfiguración política que estamos teniendo en América Latina a la luz de lo que hemos visto ahora”.
El electorado responderá con su voto a un par de preguntas claves, asegura Cynthia Arnson, directora del programa de Latinoamérica del Wilson Center, una organización independiente que estudia políticas públicas. Primero, ¿qué tan limpio fue el Gobierno durante la crisis? “Un tema muy importante tiene que ver con las percepciones de corrupción en la respuesta a la pandemia y ha habido ejemplos vergonzosos en prácticamente todos los países de la región”, dice Arnson. En México, Ecuador, Bolivia y Brasil, diversas investigaciones han desnudado un abuso por parte de las autoridades para enriquecer a aliados con el gasto de emergencia en salud. “Ya hemos visto desde el episodio de la Lava Jato en adelante, la forma en que la rabia popular contra la corrupción juega un papel importante en las elecciones,” agrega la experta.
La segunda pregunta clave, asegura Arnson, es ¿qué proponen los candidatos para abordar las disparidades económicas? “El coronavirus expuso, quizá como nunca, qué se había hecho en el pasado, las profundas desigualdades en la región y, por lo tanto, esto abre la puerta a que la desigualdad se convierta en un estandarte electoral,” dice la especialista, “permite que la condena a la desigualdad y la promesa de hacer algo diferente al respecto, caiga en llamamientos populistas, ya sea de izquierda o de derecha, para hacer algo contra las élites que se han beneficiado”.
Un informe reciente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) apunta a la desigualdad como un catalizador de la compra de votos. El BID cita una investigación de 2017 que sugiere que la compra de votos es “un fenómeno predominante en muchas democracias de América Latina” y agrega: “La compra de votos como estrategia electoral es más habitual en países donde las promesas de las campaña tienen una credibilidad baja, como en el caso de las democracias de América Latina donde los partidos políticos son débiles”. Dado que los votantes más pobres son más susceptibles a la compra de votos, precisa el BID, este tipo de distribución de recursos pudiera convertirse en un sustituto del estado de bienestar.
Populismo autoritario
Zovatto coincide con el diagnóstico de Arnson y advierte de que, incluso, puede venir un mayor populismo autoritario. “Frente a esta situación de mucho enojo de mucha fragilidad económica, tal vez la gente diga: ‘Yo quiero un salvador, no quiero un presidente. No quiero un Churchill que me diga sangre, sudor y lágrimas. Lo que quiero es alguien que me diga vente conmigo que yo te protejo y yo te cuido'”, dice Zovatto.
Los países suelen, por lo general, votar por el fin de la continuidad y a favor de la alternancia cuando la economía va mal, en una suerte de voto “castigo”, opina Diego Von Vacano, profesor de Ciencias Políticas y Estudios Latinoamericanos de la Universidad Texas A&M. Pero estos son tiempos sin precedentes y hay mucho que todavía no se sabe de cómo y qué tan rápido será el rebote económico. El Fondo Monetario Internacional estima que el PIB regional crecerá de manera moderada en 2021, en un 3,7%. “Estas elecciones van a ser bastante distintas”, dice el académico, “y mi opinión es tal vez un poco controvertida, pero yo diría que, mientas es verdad que la situación del coronavirus es sumamente crítica, es aún más importante la de la democracia. Entonces, es necesario ir a votar”.
En Chile y Bolivia se aplazaron ya en dos ocasiones los comicios por la contingencia. República Dominicana es, hasta ahora, el único país que ha tenido elecciones durante la pandemia, en un proceso en el que el candidato de oposición, Luis Abinader, ganó la elección con el 52,5% de los votos, después de contagiarse del virus tres semanas antes de los comicios. Para Von Vacano, un riesgo es que, por un lado, las elecciones se sigan aplazando y, por otro, que los Gobiernos opaquen los resultados de la elección haciendo uso de la fuerza y justificándolo como necesaria para mantener la sana distancia o el orden. “En el caso de Bolivia, hay bastante temor de que exista un fraude porque el Gobierno está pidiendo que el Ejército y la policía, por ejemplo, participe y colabore con el Tribunal Electoral con el pretexto de garantizar las elecciones,” dice Von Vacano. “Eso no se veía antes y puede ser un problema, puede resultar en lo contrario, puede afectar el resultado, puede opacar. Creo que eso se puede repetir en otros países también con el pretexto de la seguridad de las elecciones de involucrar al Ejército o hacerlas de alguna manera que no sean tan transparentes”, opinó el especialista.
Descontento social
Como en el resto del mundo, América Latina sufre el riesgo de que crezca la polarización y la fragmentación, dice Zovatto. Estas elecciones pueden traer más populismo autoritario si es que no hay buenas opciones y si es que las demandas ciudadanas no se encauzan adecuadamente por la vía institucional. “Puede ocurrir que tengas una reaparición de todas las olas de protestas sociales marcadas por la violencia porque ya hemos visto que la pandemia le pegó a la región en un momento de marcada debilidad,” agrega Zovatto.
En los últimos dos años, desde Chile y Argentina hasta Colombia y México se han visto grandes movilizaciones sociales y protestas en contra de la desigualdad, la corrupción y la pobreza. Además, las protestas feministas en contra de la discriminación y violencia de género han ido en aumento en toda la región desde 2017. Si bien el confinamiento por el virus las puso en pausa temporalmente, en Argentina, Colombia y en México el descontento ha vuelto ya a las calles.
“El hecho de que va a haber más alternancia, de que pueda haber un voto de castigo a los partidos en el poder, de que pocos mandatarios tienen la opción de reelección, de que va a haber nuevas caras y de que el feminismo ha venido ganando importancia ¿no va a abrir la posibilidad de irrupción de nuevas candidatas y líderes mujeres que a su vez puedan aprovechar lo que la pandemia ha demostrado, que en 7 de los 10 países en donde la pandemia ha sido mejor manejada son mujeres las que están al frente?”, se pregunta Zovatto. “Este es un interrogante importante en las próximas elecciones. Ese tema de un liderazgo femenino que tiene características diferentes en un momento en que se requiere un liderazgo diferente”.