América Latina ante las estrategias divergentes de China y Estados Unidos

Descifrando la Guerra
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La coexistencia de estrategias divergentes entre China y Estados Unidos plantea desafíos de primer orden para los gobiernos y las sociedades latinoamericanas.

China ha presentado su tercer documento de política hacia América Latina y el Caribe, reflejo inequívoco de la importancia ascendente que dichas relaciones han adquirido. En apenas unos lustros, Pekín ha pasado de ocupar una posición marginal a consolidarse como un socio estratégico para la región.

Más allá de la densidad que han alcanzado los vínculos bilateralmente considerados, es cada vez más habitual que la región desempeñe un papel de apoyo diplomático en espacios multilaterales donde China aspira a ampliar su influencia.

Desde una concepción holística de América Latina y el Caribe (ALC) como espacio estratégico integral –no meramente económico–, China despliega un relato basado en la “armonía y la cooperación”, evitando aludir explícitamente a una competencia geopolítica con Estados Unidos, pese a observar con atención la evolución de esta.

Para situar la magnitud del cambio, basta recordar que en el año 2000 el comercio bilateral entre China y ALC rondaba los 12.000 millones de dólares; en 2023 superó los 480.000 millones. La potencia asiática es ya el segundo socio comercial de la región y el primero para varios países –Brasil, Chile, Perú y Uruguay–, con una presencia muy cercana en Argentina.

Aunque el contexto macroeconómico sigue condicionado por un intercambio asimétrico y con efectos de reprimarización en varias economías, en los últimos años se aprecia una transformación progresiva del patrón estructural, debido a la expansión de la presencia empresarial china en sectores emergentes y de alta calidad, con un impacto creciente en los flujos comerciales.

En términos de inversión, entre 2005 y 2024 China superó los 160.000 millones de dólares, con una presencia destacada en sectores como la energía, la minería, las infraestructuras y las telecomunicaciones. Asimismo, los bancos de desarrollo chinos –el China Development Bank (CDB) y el China Exim Bank– otorgaron más de 137.000 millones de dólares en préstamos soberanos entre 2005 y 2020.

Es cierto que, en los últimos años, el crédito se redujo drásticamente debido a múltiples factores –mayor riesgo regional, renegociaciones de deuda, crisis políticas recurrentes y una reorientación china hacia proyectos “de mayor calidad”–, pero la disponibilidad crediticia persiste, si bien con un criterio más selectivo.

Otro indicador pertinente son las numerosas adhesiones regionales a la Iniciativa de la Franja y la Ruta. Más de 20 países latinoamericanos y caribeños han firmado memorandos de entendimiento, reforzando así un paraguas estratégico que se articula además mediante formatos como el Foro CELAC–China, cada vez más central en la cooperación birregional.

Los documentos de 2008 y 2016

Los documentos de política para la región publicados en 2008 y 2016 muestran que la estrategia china hacia América Latina ha evolucionado de manera sustancial, aunque manteniendo una coherencia notable en los vectores estratégicos fundamentales.

En ambas ocasiones, China definió a ALC como socio prioritario para la internacionalización de sus empresas. Analizados conjuntamente, ambos documentos permiten identificar varias constantes significativas.

En primer lugar, sitúan a América Latina dentro de la categoría estratégica de los países en desarrollo, considerados aliados naturales en la construcción de un orden internacional más equilibrado y menos centrado en Occidente. Desde la perspectiva china, la región constituye un socio afín en la reforma del orden internacional, inserta en un bloque político-ideológico amplio con el que se perciben afinidades estructurales.

En segundo lugar, ambos textos insisten en los Cinco Principios de Coexistencia Pacífica: respeto mutuo, no agresión, no injerencia, igualdad y beneficio recíproco. La narrativa subraya que China no persigue objetivos geopolíticos ni pretende interferir en los asuntos internos de otros países, configurándose como alternativa al intervencionismo occidental y a la nueva estrategia adoptada por la administración Trump. Así, se presenta como un socio pragmático, “despolitizado”, que evita la imposición de condiciones.

En el plano económico, los documentos destacan la complementariedad estructural entre China y América Latina. Reafirman una división del trabajo relativamente estable –orientada a maximizar comercio e inversiones– que, sin alterar la estructura básica del intercambio, prioriza sectores como la energía, los recursos naturales y las infraestructuras.

Esta orientación revela que la relación económica sigue condicionada por las necesidades internas del desarrollo chino, especialmente la seguridad del suministro y la proyección exterior de sus empresas.

En el plano institucional, si en 2008 se expresaba la voluntad de crear mecanismos de diálogo, en 2016 ya se encontraba plenamente consolidado el Foro CELAC–China, inaugurado un año antes. A través de este, Pekín gestiona una relación cada vez más amplia, sustentada en una visión de largo plazo y una cooperación programática.

La política china hacia la región opera al margen del signo ideológico de los gobiernos. La única condición imprescindible es el reconocimiento del principio de “una sola China”. A partir de ahí, y sin exigir alineamientos automáticos, la potencia asiática persigue mantener la estabilidad política para proteger sus intereses económicos.

Por último, la cooperación científica, educativa y cultural aparecía ya como expresión de un poder blando en construcción, discreto pero continuo, orientado a normalizar la presencia cultural china en América Latina.

La estrategia de China hacia América Latina

El documento de 2025 se presenta ya no como un simple plan de cooperación, sino como un marco estratégico integral que inserta a ALC en el proyecto civilizatorio y global de China.

Es el más ambicioso, detallado y político de los tres documentos, y marca el paso de una cooperación basada en economía e infraestructuras (2008–2016) hacia una alianza amplia del sur global articulada por China. Al consolidar a la CELAC como contraparte birregional, China eleva la relación al nivel de “comunidad de futuro compartido”.

El concepto de comunidad de destino, presente ya en 2016, se institucionaliza ahora plenamente como orientación estratégica. La relación deja de ser una “asociación de cooperación integral” para convertirse en un proyecto político de gran alcance, integrado en la visión global de China. América Latina pasa a formar parte del relato de la modernización china y de su apuesta por un orden mundial multipolar.

Otro punto de inflexión es la incorporación plena de las cuatro grandes iniciativas globales del presidente Xi Jinping. A diferencia de 2008 y 2016, el documento de 2025 integra explícitamente la Iniciativa para el Desarrollo Global, la Iniciativa para la Seguridad Global, la Iniciativa para la Civilización Global y la Iniciativa para la Gobernanza Global.

Con ello, la región queda situada bajo la arquitectura conceptual completa de la gobernanza global propuesta por China, un salto cualitativo muy superior a marcos previos. Asimismo, se incorpora una agenda de cinco programas –solidaridad, desarrollo, civilizaciones, paz y pueblos– que constituye una estructura inédita.

En 2016 se mencionaba una “configuración cinco en uno”, pero sin contenido operativo concreto. En 2025, cada programa se despliega en subprogramas específicos, instrumentales y evaluables, lo que refleja una institucionalización avanzada del enfoque conceptual chino.

La agenda sectorial se amplía notablemente, incorporando ámbitos ausentes en 2008 y apenas mencionados en 2016: inteligencia artificial y su gobernanza, semiconductores, nuevos materiales, hidrógeno, energía nuclear, energías limpias, ciudades inteligentes, infraestructura digital, ciberseguridad, economía azul, cooperación antártica, agricultura de precisión, biotecnología avanzada, BeiDou, vuelos tripulados y exploración lunar…

Se pasa así de una cooperación basada en recursos e infraestructuras a otra de carácter industrial-tecnológico estratégico. En el ámbito financiero, aparecen nuevos instrumentos que incluyen la liquidación en monedas locales y un uso más activo del yuan. También se amplía la cooperación en seguridad no tradicional, incorporando ámbitos antes marginales –como la ciberseguridad– y configurando una agenda multidimensional.

En el plano diplomático, destaca la atención al debate sobre la gobernanza global. El documento detalla posiciones sobre la reforma del Fondo Monetario Internacional (FMI), la Organización Mundial del Comercio (OMC) y el Banco Mundial; la coordinación en el G20, APEC y BRICS; y formula una defensa explícita del multilateralismo.

Estas menciones eran meramente retóricas en los textos de 2008 y 2016. Todo ello apunta a la intención de posicionar a ALC como aliado diplomático estructural del Sur Global bajo liderazgo chino.

Respecto al Foro China–CELAC, el documento propone “celebrar cuando las condiciones maduren” una Cumbre China–CELAC, ausente en las versiones previas. De igual manera, apuesta por una institucionalización avanzada del diálogo, ampliando su alcance a relaciones entre partidos políticos y parlamentos. También se impulsa la expansión de los intercambios pueblo a pueblo para consolidar un ecosistema social de vínculos permanentes.

Por primera vez, aparece una dimensión civilizatoria como programa estructural, orientada a una diplomacia cultural profunda que refuerce la legitimidad del vínculo. Aunque en 2008 y 2016 existían referencias culturales, nunca con esta ambición civilizatoria ligada al prestigio histórico compartido entre China y la región.

El rasgo distintivo del documento de 2025 es la integración plena de América Latina en el discurso macrohistórico de la ascensión global china. La región es presentada como “fuerza indispensable de la multipolarización” y como actor clave del liderazgo del sur global. Esta formulación supone, implícitamente, un posicionamiento más firme frente a Estados Unidos.

Estados Unidos y el “corolario Trump”

Frente al documento chino, la Estrategia de Seguridad Nacional (ESN) de la administración Donald Trump concibe a América Latina como parte de su “patio trasero” y como prioridad absoluta en la defensa de su seguridad.

Considera que la presencia en la región de actores externos –especialmente China– debe ser restringida para salvaguardar los intereses estratégicos de Estados Unidos. Al definir el hemisferio occidental como zona de “primera línea”, recupera una lógica tradicional que afirma que la región, más que Europa o Asia, constituye su esfera privilegiada de influencia.

La estrategia sostiene que la competencia con potencias como China es ya una disputa geopolítica integral y que debe limitarse la presencia china en infraestructuras, puertos, recursos estratégicos y alianzas. La alusión implícita a una actualización de la Doctrina Monroe traduce un rechazo frontal a la expansión del poder económico o geopolítico de actores extrahemisféricos.

Además, la ESN prioriza el control fronterizo, la lucha contra la migración masiva, el narcotráfico, el crimen transnacional y el tráfico de personas. También prevé expandir la presencia militar –Marina y Guardia Costera– y desarrollar operaciones de seguridad en aguas y territorios del hemisferio, siguiendo un patrón histórico de intervencionismo adaptado a desafíos contemporáneos.

La estrategia se orienta a “enlistar y expandir” socios que compartan las prioridades estadounidenses, condicionando la cooperación, la ayuda, la inversión y el comercio a la adopción de políticas alineadas con Washington. Para ALC, ello implicará un incremento de la presión geopolítica, especialmente sobre aquellos países con vínculos estrechos con China.

Así pues, la coexistencia de estrategias divergentes entre China y Estados Unidos plantea desafíos de primer orden para los gobiernos y las sociedades latinoamericanas. Probablemente, la opción más racional sería evitar una elección binaria y diseñar estrategias que maximicen beneficios y reduzcan vulnerabilidades ante ambos actores.

Sin embargo, esto no será sencillo mientras Estados Unidos mantenga una exigencia de alineamiento firme e intervenga activamente para promover gobiernos afines en la región. La competencia estratégica entre Pekín y Washington adopta una forma cada vez más integral y multidimensional, reduciendo el margen para enfoques de “vía intermedia”, que muchos gobiernos latinoamericanos preferirían.


"La realidad no ha desaparecido, se ha convertido en un reflejo"

Jianwei Xun
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