La penuria de elegir entre los menos malos en América Latina

Por Xavier Rodríguez-Franco | Latinoamérica 21
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Foto: Ueslei Marcelino | Reuters

A pesar de la regularidad del calendario electoral que año tras año, sigue presentando la región latinoamericana, el ambiente electoral de nuestros países sigue mostrando preocupantes advertencias de deterioro. Además de la precariedad crónica en las condiciones electorales, como continúa ocurriendo en Nicaragua y Venezuela, existen otros aspectos que revelan el empobrecimiento del sistema democrático más allá de sus aspectos formales.

El talante democrático de la oferta política de los candidatos en la mayor parte de las elecciones de este 2021 brilló por su ausencia. Nos referimos a la proliferación de candidaturas extremistas, las cuales mostraron toda su ferocidad y auge popular en las elecciones de Ecuador, El Salvador, Honduras, Perú, Argentina y más recientemente en Chile. El centro del espectro ideológico y la moderación política, principios altamente apreciados en tiempos transicionales, vive hoy sus años más amargos en términos de respaldo electoral.

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Más allá del habitual cálculo de cuántos presidentes nuevos tiene el bando ideológico de preferencia, el 2021 registró un importante retroceso en términos de la calidad de las propias ofertas electorales dominantes, especialmente en términos de gobernabilidad democrática. Examinando estos mensajes y después de la resaca electoral cabría preguntarse ¿habrá un trato respetuoso con la oposición? ¿Habrá espacios de diálogo para la ciudadanía que no les votó? ¿Estos nuevos liderazgos se someterán a los controles democráticos de su mandato? ¿Habrá respeto a los derechos humanos y las libertades civiles de sus NO votantes? Preguntas razonables considerando los abusos de poder registrados durante los virajes de izquierda y derecha, que se han alternado durante estas dos primeras décadas del siglo XXI.

Especial consideración debería despertar el auge que están alcanzando estos extremismos, ante lo cual también cabría preguntarnos ¿qué dice de nosotros como sociedades, para que los más votados sean los amenazantes? ¿Debería la región normalizar estos combates entre ultras? Ciertamente, desde 2019 la región venía protestando y manifestando su hartazgo y desafección por la gestión política de sus gobernantes y por la clase política en su conjunto. Sin embargo, estas generaciones cuentan con sistemas políticos, que si bien son mejorables en muchos aspectos, ofrecen mayores garantías y posibilidades que las existentes a mediados del siglo XX. Y es que algo no estamos haciendo del todo bien cuando la pluralidad, la calidad del debate público, la institucionalidad democrática o el respeto al adversario, es precisamente lo que menos caracterizan las campañas electorales de hoy en la región.

Nuevos liderazgos, nuevas exclusiones

Muchas candidaturas, además de polarizar al electorado, siguen dejando a muchos indecisos y decepcionados a los márgenes de la democracia. Esto ha generado una suerte de reciclaje de los indignados con la política, que tras los estragos socioeconómicos que continúa dejando la pandemia, siguen sin conseguir una representación mínimamente satisfactoria en las ofertas electorales disponibles. Para muchos de estos, prácticamente no hay propuestas conciliatorias que permitan una reconstrucción razonable y democrática.

Se trata de esquemas electorales empobrecidos que se resumen en la triste dicotomía: o votamos por la vuelta acrítica al pasado, o por la destrucción total del pasado. Sin grises, sin matices, ni espacios para el otro. Todo o nada. Ante este contexto, incluso en sistemas electorales donde el voto es obligatorio, es considerable el repunte de los votos nulos, o si la legislación electoral lo permite, el sostenido registro de abstencionistas. Este silencio electoral también es un mensaje político en sí mismo. Pues trata de un segmento del electorado que abarca poco espacio mediático, pero que podría constituir el sustrato social de las nuevas oposiciones.

De los análisis pre y postelectorales de todos estos meses de incesante campaña, pocos fueron los que han advertido el cada vez más notorio clivaje entre candidaturas democráticas vs candidaturas extremistas en la región. Se trata de un componente analítico de segunda relevancia para las miradas ideológicamente más comprometidas, mientras que es directamente invisible para las agendas de los primeros 100 días de estos líderes ya instalados en el poder.

Otro rasgo preocupante de esta realidad, es el empobrecimiento argumental de las campañas, así como la fragilidad de carácter de estos líderes ante las críticas. Discursos en los que con pocas frases y clichés quedan claramente definidos los buenos y los malos. Los patriotas y los enemigos de la patria. Narrativas en las que además de las acrobáticas promesas que desafían toda lógica y apego a las posibilidades, los adversarios simplemente desaparecen del entorno político. Escuchándolos, describen una suerte de “tierra prometida” sin controles parlamentarios, ni preguntas incómodas de periodistas no alineados, ni discrepancias de ningún tipo, ni estrecheces en el presupuesto público.

Todo aquello se enmarca en una comunicación política en las que los tuits, las historias de Instagram y los hashtags sustituyen en pocos eslóganes los casi extintos programas de gobierno, así como las ruedas de prensa. Un mensaje en el que además no abundan propuestas auténticamente incluyentes y respetuosas de la discrepancia. Planteamientos que además de satisfacer las aspiraciones de sus simpatizantes, en muchos casos constituyen amenazas a quienes no son sus votantes. Un rasgo lamentablemente transversal que va desde el conservadurismo al socialismo en la región.

Para 2022 la región tendrá elecciones en Costa Rica, Colombia y Brasil, entornos políticos en los que desde ya se avizora la crispación, y en los que lamentablemente volveremos a ver agresiones y amenazas en los mensajes de campañas, más que un debate democrático medianamente respetuoso.

Al parecer, los demócratas enemigos de los extremismos y defensores de la pluralidad tendrán que seguir decidiendo entre la “menos mala” de las opciones. Tendrán que aprender a convivir con el “mal menor” entre las candidaturas, al menos hasta que los extremismos dejen de causar el furor que hoy levantan. Seguiremos decidiendo entre el sida o el cáncer, tal como lo catalogó Mario Vargas Llosa en aquella elección de 2009 para el Perú. Pocos imaginábamos que aquel terrible símil, pudiera ayudar a definir las opciones electorales que terminan teniendo tantos países de la América Latina de nuestros días.

 

Xavier Rodríguez-Franco