Assange: el símbolo incomodo de la libertad de prensa

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julian Assange
Foto: Frank Augstein | AP

Durante las dos audiencias que la justicia británica convocó la semana pasada en el juicio por espionaje contra el cofundador de Wikileaks, Julian Assange, el diario español El País estableció contacto con los cinco directores de los medios que publicaron las filtraciones que posteriormente dieron curso a la persecución contra el periodista australiano.

Los cinco directores de los medios que en 2010 publicaron las filtraciones de Wikileaks alertan del peligro que puede suponer para el periodismo la entrega de su cofundador a la justicia de EEUU. No es solo el futuro de Julian Assange el que está en juego si acaba extraditado a Estados Unidos por, supuestamente, violar la Ley de Espionaje de 1917. Es mucho más, es la libertad de prensa, según los directores de los periódicos que publicaron las revelaciones sobre la política exterior estadounidense en cooperación con WikiLeaks, la organización que Assange fundó.

Las revelaciones pueden costarle a Assange la extradición y la posible condena por obtener y difundir información secreta del Gobierno de EEUU. Pero el coste puede ir más allá de su caso personal, según quienes hace 14 años estaban al frente de las redacciones de Der Spiegel, Le Monde, The Guardian, The New York Times y El País, periódicos que estudiaron, verificaron y contextualizaron los 251.000 cables diplomáticos que había obtenido WikiLeaks.

“A veces no defendemos ante todo a una persona ni sus acciones, sino un principio”, dice Georg Mascolo, que era director del semanario alemán Der Spiegel. “Si esto (la extradición y condena de Assange en EE UU) tiene éxito, no veo por qué yo mismo o mis colegas no seríamos imputados”.

Los cinco coinciden en los efectos que tendría la extradición del cofundador de Wikileaks y una condena que podría llegar a los 175 años de prisión, según sus abogados, por las 18 infracciones que se le atribuyen.

“Una idea terrible”, resume Bill Keller, que en 2010 dirigía The New York Times. “La relación entre Julian y los directores que trabajamos juntos para publicar la información que obtuvimos de WikiLeaks fue delicada”, admite. “No era fácil tratar con él, pero esto no justifica criminalizar el periodismo, que es lo que supone usar la Ley de Espionaje contra Assange”.

La Ley de Espionaje se adoptó en EE UU durante la Primera Guerra Mundial. Estaba pensada para espías y traidores. Nunca se ha usado antes para imputar a un editor de prensa. Aunque Assange no lo sea, ni tampoco un periodista en el sentido tradicional, las revelaciones por las que se le acusa se publicaron en medios tradicionales y de prestigio, y fueron sometidas a un proceso riguroso de edición y selección.

“Pienso que su extradición y, evidentemente, la condena que vendría después, serían graves para la libertad de prensa”, dice Sylvie Kauffmann, directora de la redacción del francés Le Monde hace 14 años y al frente del esfuerzo para publicar las noticias sacadas de los documentos de WikiLeaks.

Javier Moreno, director de El País en la época, señala: “El precedente que abre es brutal. El mensaje que se envía a los ciudadanos es: ‘Vayan preparándose,

orque vamos hacia un mundo en el que cosas que hemos dado por supuestas o garantizadas ya no lo estarán”.
“Se piense lo que se piense de Assange, el precedente es peligroso”, concurre Alan Rusbridger, del británico The Guardian. “[La extradición] tendría como efecto amedrentar a las personas que quisieran publicar este tipo de noticias”.

Más de una década sin libertad

El periplo inglés de Assange, ciudadano australiano de 52 años, empezó cuando se refugió en la embajada de Ecuador en 2012 para escapar de la demanda de extradición de Suecia, donde afrontaba una investigación por violación, archivada en 2019. Ahí pasó siete años, hasta que fue expulsado. Después fue condenado a casi un año de prisión por saltarse las obligaciones de su libertad condicional en el caso sueco. Y ha pasado los últimos cinco años en la prisión de máxima seguridad de Belmarsh, también en Londres, a la espera de resolverse la demanda de extradición a EE UU.

En 2019, la justicia de EEUU acusó a Assange de participar en el robo de los cables diplomáticos y otros documentos secretos en 2010. La acusación se amplió después para incluir, entre los cargos, la publicación de estos documentos.

La acusación ampliada —ya no solo por robar documentos secretos, sino por publicarlos—es lo que preocupa a los directores de medios y periodistas de investigación. En el futuro, la Ley de Espionaje podría aplicarse a los medios tradicionales y afectar su trabajo diario.

“No puedo hablar por todos los directores, pero no creo que ninguno de nosotros le viese como a un colega”, dice Keller de Assange. “Era una fuente. Una fuente delicada a la que había que tratar con cuidado”. Al mismo tiempo, precisa: “Intento ser un poco humilde a la hora de decidir quién es periodista. ¿Lo es Tucker Carlson (el presentador de televisión favorable a Trump que recientemente entrevistó a Putin)? Trafica con la desinformación. Es un propagandista, recientemente de Putin”.
“(Assange) desafía cualquier clasificación, es como un actor: a veces editor, a veces periodista, a veces activista, a veces empresario”, sostiene Rusbridger. “Pero se le persigue judicialmente por ser un editor (de un medio) y no hay ninguna duda de que, cuando los cinco periódicos trabajamos con él, se comportó como un periodista”.

Los papeles de Wikileaks: la pesadilla de cualquier diplomático

La lista de revelaciones de 2010, que iban desde las guerras de Irak y Afganistán a la cocina de la diplomacia, es larga. Once años antes de la retirada de EEUU de Afganistán, los despachos de WikiLeaks informaron de la corrupción rampante en el Gobierno afgano apoyado por Occidente. Mostraron cómo el dinero de Arabia Saudí financiaba a grupos terroristas, o cómo la Administración de EEUU ordenó espiar al propio secretario general de la ONU.

“Condenamos en los términos más fuertes la revelación no autorizada de documentos clasificados y de información sensible de seguridad nacional”, reaccionó la Casa Blanca en 2010. El presidente era Barack Obama, cuya Administración evitó, sin embargo, denunciar a Assange, explicó que, de haberlo hecho, habrían tenido que denunciar a periodistas de los medios que publicaron las noticias. “Su postura otorgaba una gran importancia a la libertad de prensa a pesar de las desagradables consecuencias”, se leía en una carta abierta publicada por los cinco en 2022. La Administración Trump cambió de idea.

Catorce años después, ninguno de los cinco periodistas sigue al frente de las cabeceras que sacaron la exclusiva de Wikileaks. Keller, después de fundar el medio sin ánimo de lucro The Marshall Project, está jubilado, escribe libros e imparte clases en prisiones. Moreno dirige la Escuela de Periodismo UAM-EL PAÍS. Mascolo sigue ejerciendo de periodista, como Sylvie Kauffmann, directora editorial de Le Monde. Rusbridger dirige la revista Prospect. Y Assange espera la decisión de los jueces. O bien podrá plantear un nuevo recurso en Reino Unido o se le extraditará a EE UU, aunque todavía le quedará la opción del Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo.

“Este señor”, observa Moreno, “ya lleva 12 años encerrado de una manera u otra. Si encima ahora le extraditan y acaba con 175 años de condena, todo habrá sido para que los lectores de este periódico, y de otros, puedan haber leído los artículos que leyeron. Hay que pensar en eso”.