Los candidatos apuestan por programas de asistencia sin presentar propuestas mínimas para poner fin a la peor de las tragedias brasileñas.
Jair Messias Bolsonaro, 67 años, no se las trae cortas en su millonaria campaña asistencialista en favor de los pobres. Su objetivo: revertir la tendencia de votación que no le favorece. Brasil ha ingresado a los dos últimos meses de campaña antes de las elecciones de octubre. Lula sobresale con el 44% de preferencia frente al 29% que apoya a Bolsonaro.
El excapitán está dispuesto a todo para no perder las elecciones. Se habla de imitar a Donald Trump –su ídolo- que mandó turbas violentas al Capitolio denunciando fraude para impedir la ascensión de Biden. Bolsonaro está contra el voto electrónico y ha persuadido a sus afiliados a protestar contra el Tribunal Supremo Electoral (TSE). Hay quienes suelen recordar las afinidades de Bolsonaro con militares y policías. Y él mismo ha organizado desfiles militares inéditos desde 1985 cuando retornó la democracia al gigante latinoamericano.
Todavía mantiene el apoyo firme de un tercio del electorado, el más ideologizado y reaccionario, el que quisiera cerrar el Tribunal Supremo y sostiene que el pueblo se tiene que armar para defenderse. Son millones de brasileños que le consideran el único capaz de plantarse ante un sistema político del que desconfían.
Para evitar una salida por el desastre, Bolsonaro ha puesto a funcionar una millonaria campaña al servicio de los más pobres. Más de 2 000 millones de dólares en asistencialismo. Está entregando desde el mes pasado 600 reales del bono Auxilio Brasil (alrededor de 130 dólares) a 20 millones de familias. Y está en marcha asistencia económica para atender al 53% de los electores -82 millones de personas- que viven con dos salarios mínimos.
La lógica de Bolsonaro es la siguiente: con un poco más de dinero en el bolsillo y un poco más de comida en el plato, el electorado más pobre le mostrará su gratitud.
Bolsonaro, reservista militar y veterano diputado, ascendió al poder con un discurso ultraliberal en economía, ultraconservador, reaccionario y antisistema. Aunque la pandemia y la necesidad de aliados parlamentarios para mantenerse en el cargo le obligaron a aparcar sus planes de adelgazar el Estado, poco han cambiado el resto de sus posturas políticas. Y las derrotas de los mandatarios latinoamericanos ideológicamente más cercanos le han convertido en el líder indiscutible de la derecha, encuadrado, eso sí, en el ala más radical.
Desde que entró en política, Bolsonaro siempre fue conocido por sus provocaciones, sus exabruptos y su nostalgia de la dictadura (1964-1985). Era el diputado machista, homófobo, defensor de los intereses corporativos de soldados y policías del que medio país se reía. Pero supo leer como nadie el descontento con la política de toda la vida y, en particular, con el Partido de los Trabajadores tras 14 años de Gobiernos progresistas. Azuzó al odio a Lula de 76 años —ahora se enfrentan en unas elecciones de alto voltaje— y con una hábil estrategia digital llegó hasta el palacio presidencial, una hazaña que solo meses antes hubiera sonado a delirio.
Recién iniciada la campaña electoral, Bolsonaro sigue recortando distancias, pero Lula le saca aún 15 puntos, según la encuesta Datafolha, la más fiable.
Los ataques del presidente a las instituciones que ejercen de contrapeso y al sistema de votación electrónica han disparado los temores a que no reconozca un resultado que le sea adverso y genere una crisis o incluso un intento de golpe al estilo del asalto al Capitolio en Washington. El papel que podrían jugar entonces las Fuerzas Armadas y las Policías Militares son objeto de intenso debate desde hace meses. Lo que sí es novedad es la implicación directa de los militares en todos los preparativos de los comicios, en principio en un papel técnico, pero que genera una enorme inquietud en los más críticos a Bolsonaro. Datafolha también revela que el apoyo a la dictadura entre los brasileños (7%) está en el mínimo en democracia. De todos modos, si Bolsonaro pierde las elecciones en octubre, coinciden los especialistas, el bolsonarismo le sobrevivirá.