Brasil un pozo de escándalos

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El pasado viernes, la policía federal brasileña llegó al imponente edificio de Petrobras, la estatal de petróleo, en el centro de Río de Janeiro. La recibió Graça Foster, presidente de la mayor empresa del país y que, en su momento, alcanzó a ser una de las diez mayores petroleras del mundo (hoy no está más entre las veinte). La federal buscaba un más que sospechoso contrato por valor de unos 180 millones de dólares. La empresa, dijo el vocero de la policía, “colaboró voluntariamente y presentó toda la documentación requerida”.

Ha sido la primera vez en los más de sesenta años de Petrobras que la policía entró en su sede para investigar contratos sospechosos. Y ha sido un paso más en la fuerte escalada de escándalos que involucran a la empresa. Uno de sus antiguos directores está en la cárcel, respondiendo a una amplia y vasta colección de acusaciones, que van de asociación ilícita con un “dolero” (que es como llaman en Brasil a los operadores de remesas ilegales de dólares al exterior) a cobrar comisión sobre negocios de la estatal.

Hay, sin ninguna sombra de duda, una intención política muy clara en el cerco armado alrededor de Petrobras: alcanzar a Dilma Rou-sseff, a Lula da Silva y al Partido de los Trabajadores (PT). En relación con Dilma, a nadie se le ocurriría intentar levantar sospechas sobre su honestidad. Lo que sí se intenta es desmontar su imagen de gestora austera y eficaz. Como ministra primero de Minas y Energía de Lula, y después de la Casa Civil (a quien corresponde coordinar a todo el gabinete ministerial), y como presidente ahora, Dilma no se habría dado cuenta de negocios por lo menos desastrosos (y con fuertísimos indicios de corrupción) llevados a cabo por Petrobras. En relación con Lula, se lo acusa de haber copado la empresa con cuadros del PT que la transformaron en un pozo de escándalos.

La oposición y parte de los siempre dudosos aliados del gobierno intentan crear una CPI (Comisión Parlamentaria de Investigación) para examinar la compra, en 2006 y por un precio final de 1200 millones de dólares, de una refinería en Texas que había sido comprada, un año antes, por 45 millones.

Pero una amplia y profunda investigación de la policía federal sobre un “dolero”, acusado de evasión de divisas, fraude fiscal y corrupción junto a órganos del gobierno, llevó a la detención de uno de sus socios, quien hasta 2012 fue uno de los directores de Petrobras, Paulo Roberto Costa. Así la olla empezó a ser destapada y emergió una montaña de escándalos.

Todavía es temprano para saber hasta qué punto todo eso perjudicará la campaña de Rousseff a la reelección. Los sondeos más recientes apuntan a una fuerte caída (seis puntos) de la actual presidenta en su marcha rumbo a la reelección. Ninguno de sus adversarios, sin embargo, se benefició con esa caída, y Dilma sigue favorita para ser reelegida ya en la primera vuelta.

En relación con Petrobras, en todo caso, el daño ya es palpable. La imagen de la empresa, que por décadas fue orgullo nacional, ha sido dañada de manera indiscutible. Además de la compra nebulosa de la refinería de Pasadena, Texas, que puede haber provocado pérdidas irrecuperables, quedó claro que la gestión del PT en la empresa ha sido como mínimo desastrosa. Un complicado e intrincado esquema de negocios extraños se amplía a cada paso de las investigaciones de la policía federal.

Igualmente visible -y palpable- es la motivación política que encubre toda esa historia. Al fin y al cabo, la compra de la refinería texana se dio en 2006. En 2008, Dilma, todavía ministra de la Casa Civil, vetó el negocio. Sin embargo, el contrato de asociación entre Petrobras y la petrolera belga Astra estaba tan escandalosamente mal hecho que la Justicia de Estados Unidos determinó que se consumase la compra.

¿Por qué sólo ahora toda esa historia llega al público? Por una sola razón: porque 2014 es año de elecciones generales.

Se roba mucho, en Brasil. Y en todos los gobiernos, sin excepción. Lo que ahora se denuncia en Petrobras no empezó con Lula y con el PT. Para no ir más lejos, en la primera presidencia de Fernando Henrique Cardoso, sobre cuya honestidad nadie tampoco podrá jamás levantar sospechas, el entonces presidente de Petrobras fue fulminado por sus negociados con proveedores de plataformas de explotación marítima de petróleo. En aquella ocasión, lo que se reveló fueron pérdidas superiores a lo de ahora.

La intención de esa nueva oleada de denuncias, queda claro, es corroer el PT de Lula y Dilma. Y ahí está el nudo de la cuestión: las gestiones del PT de Lula en Petrobras son fuente riquísima de desastres. No por casualidad, Dilma, desde su primer día como presidenta del país, empezó una operación de limpieza en la estatal. Por lo visto, había más mugre de lo que se suponía. Y todo indica que se está en el comienzo de una larga y fea historia.

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