Colombia: Las razones (y las pasiones) del Sí y del No

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Foto: Registraduría Nacional

Los partidarios del “No”, cuyo rostro más visible es Álvaro Uribe, son vistos como los malos de la película en el plebiscito colombiano de este 2 de octubre. El “Sí” que sostiene Juan Manuel Santos, por el contrario, cuenta con el apoyo mayoritario tanto dentro del país como a escala internacional.

La paz ha sido la gran apuesta política de Santos y aspira a que ese sea su gran legado histórico. Álvaro Uribe encabeza la posición negativa a los acuerdos de La Habana con unos argumentos que aúnan un discurso polarizante y demagógico con ideas que reflejan una parte del sentir de la población.

El “No” ha quedado dibujado como una posición de rechazo a la paz vinculada al uribismo cuando en realidad es un fenómeno mucho más complejo.

La apuesta por la demagogia

Uribe es un “animal político” con una enorme capacidad de llegar al corazón de los ciudadanos y arrastrar votos. Sus argumentos, en muchos casos comprensibles, en ocasiones caen en la demagogia y en la exageración buscando extremar la polarización. La pelea política y la animadversión personal hacia Juan Manuel Santos explican esos ataques furibundos al actual presidente.

Quizá su posición más extrema sale a la luz cuando asegura que Colombia camina hacia el “castrochavismo” por causa de este proceso de paz iniciado en 2012.

“La consecuencia del “No” sería exigirles a las Farc que cesen todos los delitos, que llegue el fin de la extorsión y el narcotráfico y al mismo tiempo enviar una señal clara de que hay que corregir acuerdos para evitar que esta democracia se convierta en una segunda Venezuela. Todos los amigos personales de Santos, la comunidad internacional, dicen: ‘no, Santos no es Chávez’, pero está creando las condiciones para que lleguen los Chávez”, sostiene el líder uribista.

Álvaro Uribe ha conseguido convertirse en la imagen del  “No” lo que coloca a su fuerza, Centro Democrático, como cabeza visible de la oposición, sobre todo con vistas a las elecciones presidenciales de 2018.

De todas formas, el “No” es mucho más que el uribismo. Parte del voto del Partido Conservador lo encarnaAndrés Pastrana que respalda la posición de su sucesor en la presidencia.

Y lo hace apelando a que Colombia se acerca a la situación que vive Venezuela donde corren peligro las libertades democráticas: “El acuerdo con las FARC deja unas instituciones maltrechas y un Ejecutivo dominante y dictatorial. Y la locura máxima de una Constitución nueva, pétrea e irreformable. Lo que hemos advertido es que los partidarios del acuerdo confían en que los jueces y funcionarios sean honestos. Pero no tienen en cuenta que unas instituciones torcidas, aun en manos de la Madre Teresa, constituyen una bomba de tiempo a la democracia. Así sucedió en Venezuela”.

Además, hay grupos independientes, como “Mejor No”, que también levantan la bandera de rechazo a los acuerdos sin pertenecer al uribismo.

Jaime Castro, exalcalde de Bogotá, sostiene su apoyo al “No” en varios puntos: “El Gobierno dice que los Acuerdos no cambian el modelo económico. Para no entrar en discusión mayor, digamos que es cierto, aunque hay quienes consideran que lo pactado sobre reforma agraria integral produciría ese cambio… Otro reparo que tenemos es que el Acuerdo Final organiza un modelo de populismo asistencialista porque considera que los problemas sociales se solucionan con subsidios, pero no desarrolla el tema porque no dice, por ejemplo, quién ni cómo se financiarían…. El último, pero no el menos importante. Pretende que nuestra Constitución no sea la que decidamos los colombianos, sino la que negociaron en La Habana. El Acuerdo Final es la plataforma política del partido que creen las FARC desmovilizadas. Hasta ahí, muchos podemos estar de acuerdo, pero ¡no podemos convertirlo en la Constitución de Colombia!”.

La apelación a los sentimientos

Uribe utiliza argumentos demagógicos y extremos para atacar el acuerdo de paz y a Juan Manuel Santos, pero parte de su discurso recoge lo que realmente siente una parte importante de la población.

Ese votante que ve con horror que los máximos responsables de delitos atroces no vayan a ir a la cárcel y que podrán participar en política y ser elegidos por voto popular.

Además, se trata de un ciudadano que sabe que las Farc no van a ser condenadas por el narcotráfico el cual va a ser considerado delito conexo (los guerrilleros no van a ser considerados narcotraficantes, sino insurgentes que traficaron para financiar la guerra).

A la vez, las Farc, que ocultan su fortuna y no repararán a las víctimas, han logrado que el ordenamiento jurídico haya sido sustituido por otro por fuera de la Constitución.

Lo que más golpea el sentimiento de una parte de la ciudadanía es saber que los guerrilleros no solo no van a pagar con penas de cárcel tras las 260 mil muertos en 52 años de guerra sino que incluso acabarán sentados en el Congreso.

Álvaro Uribe, consciente de todo esto, levanta una bandera que recoge ese tipo de sentimientos e invita a votar por el “No”, para “evitar la elegibilidad política de criminales responsables de delitos de lesa humanidad… La falta de cárcel, así sea de tiempo reducido, para los máximos responsables, será la partera de nuevas violencias y creará riesgo jurídico a la estabilidad de los acuerdos”.

Uribe ha fracasado a la hora de vender su posición como una apuesta por otro tipo de paz ya que en el sentir general la idea es que apoya la continuidad de la guerra.

La propuesta alternativa uribista era continuar con la política inaugurada en 2002: “En el 2010 este país iba bien. Yo dejé convertido esto en un paraíso. Esto iba bien. Iba mejorando en seguridad, en inversión, en política social. Por eso elegimos a Santos. Si él hubiera continuado lo que veníamos haciendo, todos los guerrilleros se habrían desmovilizado. Los cabecillas estarían en La Habana o en Caracas, pero aquí no tendrían actividad criminal. Santos renunció a eso. Hoy nos pone en una situación muy difícil. Yo creo que el “No” sería una mejor salida”.

La maquinaria del Sí

Juan Manuel Santos se juega el 2 de octubre todo lo que ha sido su apuesta política desde 2012: conseguir que las Farc abandonaran la guerra. Por eso, ha utilizado toda la maquinaria del Estado, y la clientelar, para alcanzar la victoria del “Sí”.

Ha apostado por hacer pedagogía política y por el pragmatismo: “Mucha gente piensa que debe haber más justicia, pero porque no están acostumbrados a la justicia transicional, a la justicia restaurativa, a la reparadora. Estamos acostumbrados a la justicia vengativa, por cierto, cada vez más en entredicho si lo que se busca es restaurar a la víctima”.

Santos ha logrado que prevalezca la idea de que un acuerdo imperfecto es mejor que la continuidad de la pesadilla que representa la guerra.

El presidente ha hecho hincapié en que se va a aplicar a los guerrilleros una justicia transicional. No habrá amnistía ni indulto para los delitos de lesa humanidad, crímenes de guerra o delitos atroces, sino  una justicia transicional en la que habrá sanciones aunque no proporcionales a los delitos cometidos.

De hecho, Santos es consciente de que una de las mayores dificultades para convencer a la ciudadanía para que vote “Sí” se encuentra ahí: “Yo personalmente hubiera querido que los responsables de los crímenes contra las mujeres, las violaciones sexuales o los crímenes de lesa humanidad tuvieran un mayor castigo. Pero lo que aquí logramos es el máximo de justicia que permita la paz, este es el mejor acuerdo posible. Que yo hubiera querido otras cosas, por supuesto que sí”.

El peor legado de esta consulta es que ha partido al país y lo ha enfrentado. Hay razones para el “Sí” y razones para el “No” pero no es eso lo que ha primado sino las pasiones.

Como apunta la revista Semana, “las campañas por el Sí y por el No están profundizando la grieta que divide al país. Más aún, con el agravante de que la aprobación o rechazo al acuerdo firmado entre el gobierno y las Farc lleva consigo sentimientos muy entrañables. Hay sectores que odian a la guerrilla por sus acciones violentas. Otros consideran que quienes se oponen a la paz solo tienen, en el fondo, intereses egoístas que están dispuestos a defender a costa del bienestar de las mayorías. Y en el trasfondo aparece la cada vez más agria disputa entre Santos y Uribe, los dos exaliados que han llegado más lejos que nadie en términos de dejar que broten sus antipatías mutuas en forma pública.