Días de horror
Que algunos seres humanos son bestias feroces, ha quedado confirmado en estos primeros años del siglo XXI. Las colectividades que trataban de vivir con un uso repartido de los bienes fueron aniquiladas para implantar la propiedad privada desde el siglo X hasta el XV. Cátaros, valdenses, husitas fueron aplastados porque sostenían la tradición cristiana de la comunión de bienes.
El siglo XVI conoció las matanzas religiosas en Europa y el genocidio de la conquista de América por castellanos, extremeños, ingleses y holandeses que continuaron en nuestro continente la ola de crímenes que ya habían cometido en sus propios países. Tampoco eran pacíficos los pueblos que encontraron en América.
Los siglos XVII, XVIII y XIX vieron el traslado forzado de veinticinco millones de africanos por los esclavistas ingleses y portugueses. El capitalismo industrial fue implantado no por la competencia sino mediante la guerra. India, China y Japón fueron obligados a comprar a cañonazos. China fue humillada y obligada a consumir opio. India fue convertida en provincia de un imperio.
La capacidad de observación, la inteligencia humana, fue utilizada para la dominación y el crimen de los pocos sobre los más.
El siglo XIX vivió los horrores del colonialismo y el apartheid en África cuando las potencias europeas se repartieron el continente en la Conferencia de Berlín. Se presentó a los africanos como salvajes que debían ser civilizados por hombres blancos superiores. La sofisticada filosofía occidental ignoró o justificó la injusticia global de los colonialistas.
El siglo XX inauguró la muerte industrial en serie: el gas mostaza, la bomba atómica. La decisión de lanzar la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki fue el más grande crimen cometido en toda la historia de la humanidad. La ciencia fracasó como posibilidad liberadora de los seres humanos.
Mali, Egipto, Libia, Irak, Afganistán, Siria, Palestina, Sudán, Ucrania. Los grandes siguen atacando a los chicos, los fuertes abusando de los débiles. El Estado fundamentalista de Israel sigue impune. Nacen y se expanden los nuevos califatos. El fanático neoliberalismo sigue reinando. El espíritu religioso ha sido convertido en irracional ceguera así como el sueño de libertad fracasó ante los totalitarismos.
¿Qué puede haber en la mente y la conciencia de quien decide derribar un avión de pasajeros en Ucrania? ¿Qué puede haber en la mente y la conciencia de quien lanza misiles contra niños y población civil en y desde la Franja de Gaza? Hitler no murió, se reencarnó.
A esas matanzas locales hay que añadir la lenta y constante muerte por hambre de millones mientras sobran los excedentes en la producción de alimentos.
No murieron las ideologías como quería Fukuyama. Murieron los valores.
Los miserables perecen por millones en el anonimato luego de pasar vidas atormentadas. Los superricos están enfermos de codicia. Deben acumular, explotar a los demás hasta reventar. Es el absurdo de lo excesivo e insolente. Millones de pobres quieren imitarlos.
El cinismo es la manera de ser de los políticos y líderes de opinión. Los medios que podrían ser difusores de cultura y conocimientos son medios de manipulación sobre mentes y voluntades.
Se ha regresado al uso sistemático de las torturas. La esclavitud ha sido restaurada en amplias regiones del mundo.
La democracia se ha convertido en una farsa en los países que la crearon. Los estados se retiran de los países. Por todas partes quedan poblaciones inermes, sin protección, víctimas de mafias armadas.
Cientos de millones de indiferentes ignoran lo que pasa. No les interesa. No usan su cerebro sino solo su estómago. Una secuencia que se repite hasta que es interrumpida por una muerte intrascendente.
Liberar a la raza humana de sus estigmas y sus males genéticos parece imposible. No es un asunto de ideología ni religión. Es un problema de psicología, genética y biología. Lo bueno, lo inteligente, lo sublime, es el precioso bien de cada vez más reducidas minorías. ¿Subsistirán?