
El presidente de los Estados Unidos maneja un discurso perturbador en sus relaciones con AL.
Ya lo decía Trump en su discurso de posesión: anexar Canadá o comprar Groenlandia, mientras se dedica a jugar al golf en su colonia veraniega de MarALago en Florida. Los símbolos transversales de su mandato se han interpuesto. Gaza es su gran proyecto inmobiliario, la fortaleza de la que se nutre la devastación palestina. Nadie más puede jugar con los soldaditos de plomo, si no es él. ´Mientras yo me hago de AL, tú (amigo Vladi) te desquitas con Europa, yo me encargóode sembrar el terror sobre la constelación de los Mochis en México´. Todo parece transcurrir.
Ayer fue Elon Musk que nos privó de la lectura. “Todos son un medio de comunicación”, ha dicho el hombre robótico de los 80.000 millones de dólares lo que significa que todos podemos fabricar contenidos inescrupulosos para que verdad y mentira se fundan, sean una sola, convivan en armonía. Vale lo mismo atacar que ser atacado, contratar un ejército de topos para desatar el fuego. Vale todo en oscilante y muy divertida carrera, en la que hay que saber jugar, moverse para no acabar devorado por la erupción del volcán tecnológico. Pero ojo que hay que saber cómo resistir.
Está mañana leímos en los diarios -los que responden la oligofrenia occidental- que los Estados Unidos ha abierto una nueva época de intervenciones en AL. El turno ahora le alcanza al dictador venezolano Nicolás Maduro, el sucesor del comandante de la revolución del siglo XXI, ahora busca salidas. El refugio se achica para los aspirantes al trono de los autoritarismos, se la ganaron y se han esforzado por prevenir en medio de la crisis que su arrepentimiento o la delación premiada es el mimbre del que se forra la salida.
La nueva estrategia de seguridad Nacional de Trump, desde su Secretaria de Guerra, pone el principal foco geopolítico en el continente americano y reclama que contribuya a frenar la inmigración, el narcotráfico y el avance de China.












