No es la primera vez que China pasa por una crisis epidémica. La historia de las enfermedades contagiosas que expanden miedo es larga. También es larga la historia de cómo las autoridades chinas, con sus errores y aciertos, burlaron sus propias crisis como en 1949 con el brote de cólera y varicela en 1950. La más reciente epidemia fue la del Síndrome Respiratoria Aguda Severa, (Sars, por sus siglas en inglés). Como anotaron los sinólogos Arthur Kleinman y James Watson, en el libro “Sars in China: prelude to pandemic?”, la Sars en 2003 provocó una de las más serias crisis de salud de nuestros tiempos. Kleinman, que lleva cinco décadas de experiencia en intervención en salud pública en China, opina que la epidemia fue una especie de preludio de otras catástrofes de la salud que vendrían en el siglo XXI. A pesar de que el número de muertes haya sido de aproximadamente 1.000 personas – pequeño comparado a otras epidemias -, la Sars movilizó inseguridades, temores y preconceptos sobre el país. Los Estados Unidos no evitaron rumores de que se estaría expandiendo el bioterrorismo en su territorio.
Pasada la Sars, hoy la noticia del coronavirus alienta una ola de pánico moral que combina fake news, desinformación, racismo y estereotipos. Noticias falsas gravísimas recorrieron por WhatsApp. La más debatida en las redes sociales fue que el virus tendría origen en la sopa de murciélagos, lo que derivó que los brasileños que comen regularmente corazón de gallina y tripas de buey queden estupefactos. Un video en el Twitter mostraba una escena grotesca de un joven chino comiendo un pájaro vivo, como prueba cabal que era por eso que o virus se estaba expandiendo.
En el análisis de la información, descubrí, con ayuda del profesor David Nemer, de la Universidad de Virgínia (EEUU), que grupos bolsonaristas en WhatsApp inundaron rumores, en forma de “breaking news”, que decían que los chinos estaban muriendo en las calles, que padres abandonaron a sus hijos en los aeropuertos al enterarse de la contaminación y que 23 millones de personas estaban en cuarentena y que 112 mil habían fallecido. Ese es el relato apocalíptico -o la doctrina de choque, como diría la escritora Naomi Klein- siempre bien manipulada para fines políticos.
Toda esta historia repite el antiguo imaginario euro-estadounidense que intenta asociar a China a impurezas simbólicas y concretas. Hace por lo menos 30 años, la prensa liberal occidental, cuando aborda la producción de manufacturas baratas, recorrió sistemáticamente a la expresión “contaminación” del mundo de mercaderías chinas. Los chinos están contaminando siempre al mundo de cualquier forma.
Para contrarrestar los estereotipos negativos, vinieron los estereotipos positivos. La gran noticia de las redes sociales fue que “la China construirá un hospital en 10 días” – titular que circuló de forma padronizada en diversos vehículos de comunicación. La difusión de esa noticia tuvo origen en los órganos oficiales de la prensa china, en su intento de dirigir la información internacional sobre la epidemia en el país. Es evidente que el titular del hospital tiene una intensión positiva que es mostrar una China dinámica, con tecnología de punta y con voluntad gubernamental para resolver sus problemas internos. Pero no deja de ser un estereotipo de otro extremo, que reactualiza el eterno retorno de la mitología china acerca de sus grandiosas construcciones.
Autores como el historiador búlgaro Tzvetan Todorov y el antropólogo francés François Laplantine mostraron que la imagen de Brasil vehiculada por los misioneros europeos en el siglo XVI era ambivalente: entre el bien y el mal; paraíso o inferno. Los malos eran los indígenas rudos, sin ropa, sin pelo, sin alma. Los buenos eran los nativos de alma pura, que no conocían ni la malicia, ni la maldad.
En el caso de los murciélagos la desinformación se ve como un etnocentrismo crudo que deshumaniza al otro. En el caso del hospital, se cae en una idealización también estereotipada. Es importante indicar que no estoy haciendo una crítica a quien compartió la noticia. Yo misma la compartí. La construcción rápida de un hospital demuestra pragmatismo delante de la calamidad. Además, la noticia cumple un papel político para oponerse a la fantasía sobre los murciélagos que fija a los chinos en un lugar bárbaro y exótico.
El problema, no es nuestra acción individual; precisamente el desalentador hecho de que, entre el murciélago y el hospital, no sobra casi nada. Caemos siempre en la armadilla del dualismo “tradición-modernidad”. Si la gente mira ese debate de lejos, estructuralmente, concluiremos en narrativas extremas y caricaturas sobre el mayor fenómeno económico mundial de nuestros tiempos. Sabemos muy poco sobre China, el país más poblado del mundo, con casi 1,4 billones de personas.
Como dice el historiador Peter Burke, los estereotipos sobre el otro tienden a ser hostiles, desdeñosos o condescendientes. La idea de una China envuelta en un velo de misterios – y por causa de eso en un país incomprensible- es un invento colonialista centenario que responde un proyecto de poder. De un lado, la caricatura colonial que creó una imagen bárbara y exótica del oriente. Por otro, alimenta la mediocridad intercultural del proyecto de nación en el que estamos ahogados actualmente.