El Papa pide perdón a víctimas de la pedofilia
Por primera vez desde que comenzó su papado en 2013, el papa Francisco recibió ayer en el Vaticano a seis víctimas de abusos sexuales -tres hombres y tres mujeres de Alemania, Irlanda y Gran Bretaña- y les pidió perdón, además de conversar con cada uno de ellos individualmente. Perdón por lo que les hicieron miembros de la Iglesia, pero también perdón por lo que ocultaron u omitieron los que sabían cómo eran las cosas.
En una homilía durante la misa en la capilla de Santa Marta a las siete de la mañana, misa que él oficia personalmente todos los días y a la que ayer había invitado a las víctimas y sus familiares y acompañantes, el Papa dijo que “la presencia de ustedes aquí habla del milagro de la esperanza, que prevalece contra la más profunda oscuridad”. Y subrayó: “Ante Dios y su pueblo expreso mi dolor por los pecados y crímenes graves de abusos sexuales cometidos por el clero contra ustedes y humildemente pido perdón. También les pido perdón por los pecados de omisión por parte de líderes de la Iglesia que no han respondido adecuadamente a las denuncias de abuso presentadas por familiares y por aquellos que fueron víctimas del abuso. Esto llevó todavía a un sufrimiento adicional a quienes habían sido abusados y puso en peligro a otros menores que estaban en situación de riesgo”.
“No hay lugar en el ministerio de la Iglesia para aquellos que cometen estos abusos. Me comprometo a no tolerar el daño infligido a un menor por parte de nadie, independientemente de su estado clerical. Todos los obispos deben ejercer sus oficios de pastores con sumo cuidado para salvaguardar la protección de menores. Y rendirán cuentas de esta responsabilidad”, subrayó Francisco, que también elogió la valentía de las víctimas que denunciaron a sus agresores, aunque a menudo lo hicieron muchos años después.
No trascendieron los contenidos de los encuentros del Papa con las víctimas, pero el director de la oficina de prensa de la Santa Sede, padre Federico Lombardi, dijo ante los periodistas que “el Papa ha mostrado que escuchar ayuda a entender y a preparar el camino para volver a encontrar la confianza, sanar las heridas y abrir una posibilidad de reconciliación con Dios y con la Iglesia”.
En julio del año pasado, Francisco aprobó una serie de leyes penales para el Vaticano, entre ellas una que introduce penas más duras para quienes abusan sexualmente de niños o adolescentes. Las nuevas leyes no afectan sólo a los miembros de la curia vaticana, sino también al personal de las nunciaturas, es decir las embajadas de la Santa Sede en el mundo y las diversas entidades y organismos que dependen del Papa, aunque no estén radicados en el Vaticano. El Vaticano explicó que los delitos contra los menores ya eran condenables por la legislación vaticana, pero su definición era más general. Las nuevas normas son más específicas. Meses después, Francisco creó la Pontificia Comisión para la Tutela de los Menores, coordinada por el cardenal estadounidense Sean Patrick O’Malley, que estuvo reunida el 6 y 7 de julio en el Vaticano y probablemente también haya escuchado a las víctimas.
En la homilía de ayer, Francisco apuntó su dedo acusador, aunque sin dar nombres, contra los cardenales, obispos, prelados, portavoces -algunos acusan incluso a Juan Pablo II- que durante años hicieron oídos sordos a las denuncias. Muchos obispos no dieron curso a las acusaciones que en un primer momento llegaban a nivel local y no las mandaban a Roma argumentando que no estaban obligados. Tampoco las sometían a las conferencias episcopales o a la justicia civil, tal vez por temor de hacer un papelón ante el comportamiento de un sacerdote de su diócesis. Entonces simplemente lo cambiaba de sede. Pero el abusador repetía su comportamiento como luego se demostró.
Las denuncias comenzaron a hacerse públicas después de algunos escándalos que estallaron en Estados Unidos. El primero de ellos en Boston, en 2001, donde un sacerdote fue acusado de haber abusado de varias decenas de niños. A partir de ese caso, muchos en distintos países del mundo tuvieron la fuerza de ir a la Justicia y/o denunciar públicamente a los violadores e incluso a los obispos y cardenales que los cubrieron. Durante una conferencia de prensa precedente a la canonización de Juan Pablo II, en abril pasado, el que fuera portavoz del papa polaco dijo que el pontífice no reaccionó en un primer momento a esas acusaciones porque las consideraba imposibles de creer.
Siendo prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el entonces cardenal Joseph Ratzinger consiguió en 2002 que esa congregación se ocupara de los casos de abusos sexuales y no las diócesis, como ocurría hasta ese momento. La normativa para tratar los casos de abusos se endureció, sugiriendo entre otras cosas a las conferencias episcopales que los culpables fueran cedidos a la justicia ordinaria. En 2005, poco después de ser elegido papa, Benedicto XVI decidió encontrar a las víctimas y así lo hizo en varios de sus viajes a Estados Unidos, Gran Bretaña y Australia, entre otros. Ante las decenas de casos de abusos que salieron a relucir en Irlanda, un país profundamente católico, el papa Ratzinger escribió una carta a los católicos de Irlanda en 2010 en la que manifestó su pesar por lo ocurrido y prometió tomar medidas.
Mucho se ha hablado del silencio cómplice de muchos altos exponentes de la Iglesia, que nada hicieron por detener esos procesos porque, según ellos, sacarlos a la luz desprestigiaba a la Iglesia. Un cardenal latinoamericano confesó off the record a un periodista en Roma que ellos no podían denunciar a los sacerdotes implicados “porque eran sus hijos. Usted ¿denunciaría a su propio hijo?”, preguntó. Mientras tanto, miles de denuncias por abusos sexuales por parte de miembros de la Iglesia surgían en los países católicos del mundo, incluso de América latina.
Otras hipótesis sostuvieron que algunos casos fueron encubiertos por simple interés económico. Así se dijo del sacerdote mexicano Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, una congregación nacida en la década del ’40 del siglo pasado y que llegó a adquirir un enorme poder económico en México, Estados Unidos y varios países latinoamericanos y llegó a tener una notable presencia en el Vaticano. Las acusaciones de abusos sexuales contra Maciel nunca pasaron a mayores hasta que siendo Ratzinger ya papa, lo suspendió y condenó al retiro, aunque las denuncias habían llegado mucho antes al Vaticano, pero habían quedado estancadas. Así salió a relucir que Maciel no sólo había abusado de decenas de seminaristas de su propia orden a lo largo de su vida, sino que tenía varios hijos repartidos por el mundo y que se relacionaba con mujeres de alto nivel económico que luego le cedían a él o a su congregación parte de sus bienes. Al morir el sacerdote salieron a relucir los hijos que reclamaban parte de la herencia.