El domingo último han sido elegidos los setecientos cincuenta y un eurodiputados del Parlamento Europeo. Un aburrimiento más. Ya nadie espera que la política salve a la sociedad.
La guerra ha dejado de asolar a Europa después de las dos tragedias del siglo XX, pero la violencia no ha desertado del mundo y los intereses de las monarquías y empresas europeas tienen mucho que ver en eso. Conflictos regionales, guerras locales, terrorismo, enfrentamientos étnicos. El colonialismo, el racismo, siguen vivos en el mundo de hoy.
La primera guerra de la Europa oficial es contra su propio pueblo. Gasta trillones en salvar a los bancos pero mezquina euros para financiar pensiones y empleos. Ocupada militarmente por los Estados Unidos, no ha podido hasta ahora tener una política exterior propia.
La Unión Europea es la culminación de muchas historias, muchas culturas y una fuerza económica que viene desde los banqueros judíos y alemanes, en el origen del capitalismo florentino y flamenco del siglo XVI. Al parecer, la decadencia ha empezado y es irreversible después de varios siglos de apogeo y medio siglo de bienestar.
En el terreno social quedan visibles las debilidades de una Unión que ya no responde a los sueños de los europeos. La derecha detesta a la burocracia de Bruselas. La izquierda protesta contra el desmantelamiento del Estado del Bienestar. Muchos sienten que el actual sistema no protege a los ciudadanos sino los aplasta. La bestia, el capitalismo salvaje, ha despertado, bosteza y se está desperezando.
Pesada hasta lo increíble, la burocracia de Bruselas ya no sirve a los ciudadanos sino a los intereses de los grandes.
Los electores están despolitizados. Temen la amenaza de la migración, sienten que su nivel de vida sigue disminuyendo, dudan de su futuro. El romanticismo ha muerto. El neoliberalismo ha fracasado pero nadie quiere admitirlo. Las protestas de los indignados son desoídas. Hace tiempo que los sindicatos envejecieron y ya nadie cree en los partidos.
En secreto, los tecnócratas neoliberales de Bruselas y los abogados de las empresas norteamericanas están negociando el Trans-Atlantic Free Trade Agreement (TAFTA). Será uno de los dos grandes bloques mundiales (el otro es la asociación de hecho entre China y los Estados Unidos).
El Tratado comprende la venta de los pollos norteamericanos alimentados con hormonas en los mercados, la desregulación del sector energético para impedir controles de precios y poner fin a la transición hacia energías limpias, la soberanía de las empresas frente a los estados.
El objetivo de los Estados Unidos es exportar hacia Europa, sin derechos de aduana, su gas y otros productos petroleros. Las multinacionales norteamericanas podrán explorar y producir energía sin ninguna reglamentación, en territorio europeo. Se confía a las empresas privadas multinacionales la decisión de normas sociales, sanitarias, alimentarias, medioambientales, culturales y técnicas, reemplazando en la práctica al Estado.
El llamado Investor-State Dispute Settlement (ISDS, solución de controversiasinversionistas-Estado) otorga a las empresas el derecho de enjuiciar y demandar multimillonarias indemnizaciones a los Estados cuyas políticas obstaculicen su desarrollo. Un tribunal multinacional privado como el Centro Internacional de Arreglo de Diferencias relativas a Inversiones (CIADI), dependiente del Banco Mundial, es decir de Washington, puede aceptar una querella de una multinacional contra Francia, Alemania o la Unión Europea si quieren poner límites ambientales o sociales a sus actividades.
El Tratado involucra a ochocientos millones de personas y a dos áreas económicas que, juntas, representan más del cuarenta por ciento del PBI mundial y la tercera parte de los intercambios comerciales mundiales. Un bloque gigantesco que hace converger al capitalismo salvaje norteamericano con el capitalismo domesticado europeo, cada vez más liberado de sus ataduras estatales y sociales.
Puede que estemos al fin del proyecto europeo, el fin de la soberanía del Viejo Mundo. La vieja Europa está siendo secuestrada y no tiene nadie que la defienda. Ni ella misma.
Héctor Béjar
www.hectorbejar.com