El voto de castigo se ha convertido en el arma más utilizada por el electorado en América latina en la actual coyuntura política marcada por las dificultades económicas. De esa forma la ciudadanía castiga a gobiernos ineficientes en el manejo de la crisis, directamente corruptos o desgastados.
La época de las elecciones plebiscitarias, de apoyo arrasador para los gobernantes ha pasado a la historia. En esos tiempos ya finiquitados, Cristina Kirchner llegó a triunfar en 2011 con el 54% de los votos y aventajó en 37 puntos al segundo, el socialista Hermes Binner. Y en 2013, Rafael Correa obtenía el 57% de los votos, a 35 de Guillermo Lasso.
Ahora subsisten pocos casos similares: uno de los últimos es el de Daniel Ortega en Nicaragua quien resultó reelecto a finales de 2016 con el 72% de los votos.
Lo que más abunda en el escenario político latinoamericano, sin embargo, es el voto de castigo. La victorias opositoras en América latina vienen sucediéndose en los últimos años, en especial desde 2015, y afectan fundamentalmente, pero no en exclusiva, a los líderes y presidentes considerados de izquierda (el kirchnerismo en Argentina, por ejemplo).
Esas derrotas de las diferentes izquierdas (el PT brasileño y la chilena Nueva Mayoría en las elecciones locales de 2016 y del chavismo en las legislativas venezolanas de 2015) vienen acompañadas asimismo de la emergencia de nuevas figuras adscritas al centroderecha (Mauricio Macri en Argentina o Pedro Pablo Kuczynski en Perú).
Ese voto de castigo se está encauzando de dos formas diferentes en estos momentos en la región. A través del apoyo a candidatos “outsiders”, ajenos a la política, o por medio de candidatos que se encuentran dentro de las principales y tradicionales fuerzas de la oposición.
Ejemplo de lo primero fue Jimmy Morales, quien en 2015, ante el colapso del sistema de partidos y la clase política guatemalteca a raíz del escándalo de La Líbea, emergió desde fuera del sistema para alzarse con la victoria en la segunda vuelta de las presidenciales.
El voto de castigo en las elecciones de 2017
En este bienio 2017-2018 los ejemplos de voto de castigo van a abundar.
Ya se ha producido en Ecuador donde el candidato oficial, Lenín Moreno, reunió 18 puntos menos que Correa en 2013 y se ha visto obligado a disputar una segunda vuelta en la que si la oposición logra captar la mayoría del voto que en la primera vuelta no se llevó Alianza País rondaría el 55-58%.
De hecho, la única opción de ganar que tiene el rival de Moreno en el balotaje, Guillermo Lasso, es reunir en su entorno a todo el anticorreísmo lo cual le ha llevado a polarizar al máximo la campaña.
“Lo peor (del correísmo) es el debilitamiento de la institucionalidad, que dejó paso a este modelo de la dictadura de un partido que restringió las libertades en Ecuador”, asegura Lasso quien levanta de esta forma las banderas del anticorreísmo como elemento aglutinador del voto antioficialista.
En Chile se va a vivir otro ejemplo del ascenso del voto de castigo que en muchos casos es, en realidad, un “voto bronca” como respuesta a la desaceleración/crisis, la existencia de un Estado ineficaz e ineficiente para atender las crecientes necesidades de las emergentes clases medias en materia de servicios públicos (educación, salud y transporte).
En estos momentos Sebastián Piñera encabeza las encuestas lo cual no es sino una muestra del rechazo a la gestión de Nueva Mayoría y las reformas impulsadas por la administración de Michelle Bachelet.
De igual forma, el candidato preponderante en el oficialismo es Alejandro Guillier quien abandera una opción crítica con el sistema político y la clase política. En su discurso Alejandro Guillier sostiene que existe una “desafección” con la política por parte de la ciudadanía, de la cual culpa a la “creciente dificultad para articular esa angustia ciudadana y transformarla en un proyecto colectivo”.
Guillier achaca a la clase política de esta falta de representatividad: “el problema no está en la sociedad civil, está en una clase política que sigue haciendo lo mismo y no logra darse cuenta de la profundidad del cambio de la clase chilena y que tiene que cambiar. Hay mala gestión pero tampoco hay una visión estratégica, por lo tanto hay descontento y una desafección con la actividad política“, agregó.
El voto bronca en 2018
2018 va a ser un año muy intenso electoralmente ya que va a haber comicios en México, Brasil, Colombia, Venezuela y Costa Rica. El voto de castigo se va a dar en todos estos países de una forma u otra.
Andrés Manuel López Obrador y los independientes encarnan ese tipo de opción en México de rechazo a los partidos y a los políticos tradicionales y una apuesta por la lucha contra la corrupción. El voto de castigo al priismo lo encarna también el PAN, segunda fuerza en las encuestas.
López Obrador acaba de pedir a su homóloga perredista, Alejandra Barrales, que “dé el paso” junto al partido que encabeza, para que se unan a su proyecto de cara a las elecciones del próximo año y deje de apoyar a lo que él mismo ha denominado como ‘la mafia del poder’ que encarna el priismo y el panismo.
En Colombia, país golpeado por el escándalo Odebrecht, el uribismo es, irónicamente, la fuerza que trata de encarnar el voto de cansancio con respecto a la clase política tradicional y sus maniobras poco transparentes y clientelares, la famosa “mermelada”.
A raíz del escándalo de la empresa brasileña, Álvaro Uribe ha denunciado las maniobras del presidente: “El Gobierno Santos abandonó el mejoramiento de esta trocha que contrató nuestro Gobierno, adujo que solamente dejamos 120 mil millones y el costo supera los 350 mil millones; disculpa baladí, si en vez de derrochar dinero en la mermelada corrupta le hubieran asignado 50 mil millones por año ya estaría terminada”.
Estas palabras anuncian que en 2018 el uribismo enarbolará dos banderas: la de ser el partido más crítico con respecto al acuerdo de paz y la de convertirse en la herramienta para castigar a la clase política colombiana. El procurador general de la Nación, Fernando Carillo, ya ha adelantado que “en el país va a haber un voto castigo en las próximas elecciones, y lo importante es que la gente vote pensando en la institucionalidad. Que aquí no haya aventuras, no haya saltos al vacío. Iniciamos un año electoral que es crucial en uno de los momentos más críticos de la historia reciente del país”.
En Brasil, el derrumbe de la hegemonía del PT ha abierto las puertas a la oposición tradicional (el PSDB) e incluso se espera la posible emergencia de un candidato al margen de los partidos tradicionales. Sobre todo por las consecuencias del caso Odebrecht: la ‘lista Janot’ no solo incluye a Lula sino también a Aécio Neves y José Serra, ministro de Exteriores hasta finales de febrero, ambos senadores del Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB), rival histórico del Partido de los Trabajadores (PT).
Y en Venezuela, el voto de castigo dio el triunfo a la oposición en las legislativas de 2015 y la MUD espera que en 2018 vuelva a ocurrir lo mismo en las presidenciales.