El pasaporte hace la diferencia. La solidaridad oficial europea es selectiva. De los cientos de miles que escapan de la guerra en Ucrania, sólo los ciudadanos de esa nación logran obtener, sin costo, el beneficio más demandado: un pasaje de tren hacia Occidente.
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En las taquillas de las estaciones ferroviarias no hay alternativa: o eres ucranio o pagas por el boleto. De nada importa que también seas un refugiado que huye de la zona de conflicto.
La medida es inconcebible, y aún más si se revisan los datos sobre la migración en el país eslavo. La Organización de Naciones Unidas ha documentado que hasta antes de la invasión rusa 11.9 por ciento de la población de Ucrania era migrante (4 millones 964 mil 293 personas). La mayoría –56.99 por ciento– mujeres, sector que junto con niños y ancianos conforman el grueso de la diáspora.
Limitaciones económicas dificultaron la salida de Ucrania de una familia originaria de Uzbekistán. Llegar hasta los límites con Polonia fue un auténtico viacrucis para sus cinco integrantes.
Hace unos días, cruzaron por esta ciudad fronteriza. Buscaron a los voluntarios que se dispersan sobre el terreno para brindar apoyo –ellos sí, sin hacer diferencias– a todos los desplazados.
Un dispuesto joven polaco escuchó sus necesidades. Deseaban tomar un tren que los llevara a Europa occidental, lejos del conflicto. Raudo, el voluntario los condujo a las taquillas de la estación de trenes de la ciudad vecina Rzeszów, a 72 kilómetros de la garita fronteriza. La respuesta del despachador lo dejó aturdido: debían pagar por el pasaje porque no eran ucranios.
Filip Igns volteó con los uzbekos y, avergonzado, les informó que no eran beneficiarios de este apoyo oficial europeo destinado a los refugiados de esta guerra. La familia relató que por 15 años habían residido en la nación eslava. Contaban con todo para comprobarlo, salvo un pasaporte de ese país.
No hubo alegato suficiente y la negativa persistió. Sin ese documento no había manera para obtener un boleto gratuito a ningún sitio europeo, ni siquiera a las naciones del Este. Enfurecido, Filip testificó el drama que significó para esta familia pagar por fugarse hacia la “Europa rica”.
Este joven de 21 años, estudiante de turismo en Rzeszów, es de los voluntarios que se atreven a alzar la voz ante las injusticias que ha presenciado en el paso del éxodo.
“Esto es una discriminación terrible. Su vida estaba en Ucrania. El pasaje sin costo lo cubren las autoridades, es muy injusto que sólo se le otorgue a los ucranios. Todos escapan de la guerra y necesitamos igualdad. El problema fue que no tenían pasaporte. Un pasaporte es la diferencia”, recrimina.
Con Imagina, pianista da aliento a los refugiados
En la frontera polaco-ucrania las historias siguen. A metros de la garita, el pianista alemán Davide Martello inyecta esperanza a los refugiados con lo mejor que sabe hacer: la música.
Son tiempos difíciles y de su piano nacen los acordes creados en 1971 por John Lennon. Imagine recibe a los desplazados: “Imagina que no hay países/no es difícil/nada por qué matar o morir…”
“Trato de dar esperanza con algo de música. Las personas que llegan de Ucrania pasan por la garita (y pueden) escuchar algo de música, dejando los bombardeos detrás”, explica.
El comienzo de la guerra lo tuvo ansioso. Después de ver las noticias, pasaba noches sin dormir. Se sintió con la obligación de contribuir para aliviar a las personas en medio de esta crisis humanitaria. Un instinto lo hizo solicitar apoyo en sus redes sociales, explicando que haría música para los refugiados. Obtuvo 400 euros en donaciones y se lanzó a la aventura.
Trajo consigo sólo un teclado electrónico. El resto del piano lo armó con madera y otros materiales reciclados. Lo cubrió con una mano de pintura negra y acicaló la cubierta con el símbolo de la paz. Desde hace cinco días, en la fronteriza Medyka, toca el piano por horas para confortar a quienes escapan de la guerra.
Davide se siente bendecido cuando los refugiados escuchan su música. Algunos lloran, otros lo abrazan agradeciendo el simbólico detalle. “Es un momento muy triste ahora, pero la música puede dar esperanza. Espero estarlos animando un poco”.
Dolor e incertidumbre
En este punto fronterizo los flujos de cruces de desplazados han comenzado a disminuir en los últimos días. De los 3.3 millones de refugiados de Ucrania en 23 días de conflicto, 2 millones han pasado por Polonia, por lo que se ha montado un operativo que abarca la colaboración de varias ciudades que se conectan con esta frontera. Hay constante vigilancia militar y vehículos para llevar a los refugiados a albergues cercanos.
Por doquier, se observan puntos de apoyo y abrigo para quienes siguen llegando. Comidas, juguetes, ropa y zapatos para soportar el invierno; agua, golosinas, sopa caliente, medicamentos y productos de higiene personal. Nada falta en esta zona polaca, en la que ejércitos de voluntarios se muestran dispuestos a colaborar.
La frontera no es el único punto donde se ha acumulado la ayuda. En estaciones de tren cercanas, centros comerciales y otros espacios se han montado centros de acopio para recibir donaciones económicas o en especie y también refugios para que los desplazados pasen tranquilamente una o varias noches.
El más grande se ubica en los enormes bodegones que en situaciones regulares son la sede de una tienda comercial, en Przemyśl, apenas a unos kilómetros de la frontera. Sobre las decenas de metros cuadrados que ocupa la estructura hay colchonetas para el descanso, áreas de comedor, espacio para que los niños jueguen y sanitarios. El albergue ha estado saturado por días.
Por esta garita han circulado el dolor y la incertidumbre. Madres cuyos hijos se quedaron en Ucrania para alistarse en las reservas ante eventuales combates, mujeres con esposos en situación similar y niños en la orfandad, sabiendo a sus padres lejos.
Con la ayuda de una marioneta, un voluntario capta la atención de Slata, de tres años de edad. La pequeña espera mientras su mamá disfruta de un café para mitigar el frío viento que sopla en esta región. Sonríe a la vez que trata de arrebatarle el juguete. Al tercer estirón lo consigue y corre de regreso a donde está su familia. El hombre la llama de nuevo, le pide un beso, la niña lo complace. En su mirada se asoma un aire de tristeza cuando Slata le suelta una pregunta que lo deja sin respuesta: “¿Dónde está papá?.”