Francia: Hollande renuncia a ser candidato

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Foto: REUTERS

El reconocimiento de un fracaso. Así han interpretado sus enemigos de izquierda y derecha la decisión del presidente François Hollande de renunciar a su reelección. Aunque los rumores circulaban desde hace tiempo, el presidente de Francia ha mantenido el suspense hasta el último minuto. Hasta hace pocas semanas, Hollande pensaba que la ligera mejoría en algunas cifras macroeconómicas le podía mantener en la carrera hacia el Elíseo de 2017.

A la espera de la decisión, su primer ministro, Manuel Vallsempujaba desde hace meses a su jefe hacia la cuneta. Valls, como la mayoría de los socialistas, estaba convencido de que Hollande era un peso muerto para las aspiraciones del PSF y de la unión de la izquierda.

El presidente dijo desde el principio de su mandato que si no conseguía frenar la curva ascendente del desempleo en Francia, no se presentaría en 2017. Y el número de parados es de las pocas cifras que no se pueden maquillar. Más de seis millones de personas; más de un 10% de la población activa, y sin visos de cambio. Pero no es solo la incapacidad para hacer despegar el empleo lo que ha matado a Hollande.

El mandatario se hizo elegir como un candidato de la izquierda que tenía como enemigo “al mundo de las finanzas”. El “pueblo de izquierda” celebraba alborozado el retorno al poder de uno de los suyos tras los años de Sarkozy. La realidad del poder hizo olvidar las promesas utópicas de la campaña.

Ayudas millonarias a los empresarios para relanzar los contratos de trabajo, reforma de la ley laboral para desatascar el bloqueo de los sindicatos más conservadores -para unos, radicales para otros-… medidas que los ‘frondeurs’ del PSF, el ala radical de su partido, consideraban inadmisibles. Varios ministros dieron el portazo atacando con dureza y públicamente a su jefe y camarada. El ala izquierdista de los Verdes renunció también a los oropeles de los ministerios. Manuel Valls se convertía en el escudero fiel y en el defensor de las medidas ‘socialdemócratas’ del inquilino del Elíseo. Los socialistas franceses volvían a escenificar su tradicional división entre reformistas o social-liberales, y nostálgicos de los pactos con los comunistas de la era Miterrand.

Pero Hollande no enfureció solo a su izquierda. Muchos de los votantes de centroizquierda, esa clase media urbana que acabó abochornada con la personalidad de Nicolas Sarkozy, se sintió masacrada por una avalancha demedidas impositivas que consideraron una fiscalidad confiscatoria.

Con sus propios votantes en contra, la derecha lo tenía fácil, a pesar de haber sufrido una derrota electoral. Solo su propia división les frenaba en sus ataques ardorosos a la política desarrollada por Hollande. Sabían que el presidente se hundía solo, y su único temor era no dejar la antorcha de la oposición en manos de Marine Le Pen.

Porque lo cierto es que nunca como durante el mandato de Hollande, Le Pen había obtenido tanto avance en la opinión pública. Una izquierda dividida y un centroderecha todavía bajo la sombra de Sarkozy dejaba al Frente Nacional como la única fuerza coherente y unida para responder a la angustia de los franceses, que comprobaban con impotencia la desindustrialización del país, los efectos devastadores de la globalización frente a la rigidez de su código laboral, las elevadas cargas sociales que impiden la contratación de jóvenes, la falta de flexibilidad de un modelo social que, como recordó hace poco François Fillon, data de 1945, el aumento de la inseguridad ante el terror islamista, el desprecio a los llamados ‘valores’ y a la cultura tradicional de Francia.

Al debate sobre la flexiseguridad y al aumento desbocado del paro, se ha añadido otro elemento que se ha instalado entre las principales preocupaciones de los franceses, el debate sobre la identidad. La crisis migratoria que ha vivido Europa y, sobre todo, los atentados islamistas han disparado la polémica sobre ‘el islam francés’.

Un nuevo asunto de debate dividía a la izquierda. Una parte considera a los musulmanes franceses como el nuevo proletariado. Ello ha llevado a muchos responsables políticos locales a multiplicar el clientelismo hacia ese sector de la población, a costa de hacer oídos sordos al avance del islam político en las ‘banlieues’. Un argumento de oro para el FN y un asunto que Hollande no ha sabido abordar con claridad.

François Hollande dijo este jueves por la noche en su discurso de renunciaque de lo único que se arrepiente es de haber apoyado la medida para retirar la nacionalidad francesa a los terroristas islamistas. Fue otra de las razones que ensancharon la sima entre reformistas y la izquierda de su partido. Lo cierto es que para muchos de sus ciudadanos, las más de 200 personas asesinadas por el autodenominado Estado Islámico le han valido también duras críticas sobre las carencias en asuntos de seguridad.

El ‘factor Fillon’

No se puede desligar la decisión de Hollande de la victoria aplastante de François Fillon en las primarias del centroderecha. Los conservadores tienen ahora un candidato sin complejos para unos, o lo que otros llaman derecha ‘dura’. Un líder poco ambiguo en su ideario: liberal sin ambages en lo económico y conservador en su programa sobre la familia y el debate identitario. Sin temor a hablar de autoridad y mérito, términos denostados por la izquierda y la derecha ‘chiraquiana’ desde Mayo del 68. Se puede afirmar que Fillon ha conseguido jubilar políticamente a Sarkozy, a Alain Juppé y a François Hollande.

Hollande ha llegado a la conclusión de que apartándose de la lucha en las primarias de su partido ofrece a la izquierda francesa una posibilidad de unión. Por el momento, a la izquierda del PSF ya ha lanzado su campañaJean-Luc Melenchon, con el apoyo de los militantes del Partido Comunista Francés, y otras figuras menores, sin posibilidad alguna de llegar ni al 3%, como los Verdes y las siempre entusiastas formaciones trotskistas. A ellos hay que añadir antiguos ministros de Hollande, como el soberanista Arnaud Montebourg, el izquierdista Benoit Hamon o el nuevo ovni político, Emmanuel Macron.

Manuel Valls se convertirá ahora en el candidato oficial del PSF, esperando las primarias de finales de enero. En la izquierda de su partido es denostado como un “derechista“, “liberal” y “laico radical”. Pero es el favorito de los sondeos dentro del PSF y puede tener el apoyo de los votantes de la izquierda moderada, que exigen también una cierta autoridad y energía en las decisiones políticas.

El problema para Valls es que deberá construir a partir de ahora una campaña edificada sobre las diferencias que le oponen a Hollande, con el que debe compartir el poder y al que debe seguir obedeciendo hasta las elecciones de mayo. Como en los últimos cuatro años.

 

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