Holanda tumba uno de sus pilares: el Estado de bienestar

0
366

Es uno de los países que mejor representa el Estado de bienestar europeo, ese sistema de seguridad social estatal promovido a partir de la posguerra que garantizó altos niveles de equidad en el viejo continente.

Pero el nuevo rey de Holanda, Guillermo Alejandro, manifestó en su primer discurso ante el Parlamento que el “Estado de bienestar clásico de la segunda mitad del siglo XX está terminado” y debe ser sustituido por “una sociedad participativa”.

Obviamente, el monarca no hablaba a título personal sino en representación del gobierno de coalición entre liberales (derecha) y laboristas (centro-izquierda) que ganó las elecciones a fines del año pasado con un mensaje de austeridad.

Según Diederik Boomsma, de la conservadora Fundación Edmund Burke en Holanda, el mensaje apunta a un cambio impostergable.

“El Estado no puede ocuparse de todo. Cuando el gobierno habla de una sociedad participativa está promoviendo que una red de ciudadanos se haga cargo de cosas que hasta ahora suministraba el Estado. Si alguien está desempleado, su red familiar y de amigos pueden darle los contactos para encontrar trabajo en vez de esperar que lo haga el Estado con impuestos que pagamos todos y afectan el crecimiento económico”, le dice Boomsma a BBC Mundo.

Críticas a la “maquinita”

El Estado de Bienestar se consolidó en Europa como un intento de garantizar que el conjunto de la sociedad, incluídos los más pobres, tuviera acceso a servicios básicos como salud, educación, pensión y seguro de desempleo, todo financiado con impuestos.

La actual crisis sobrevino cuando a la carga impositiva se le añadió la profunda crisis económica que sacudió a Europa a partir del estallido financiero mundial de 2008.

Las anécdotas de excesos en el Estado de bienestar, siempre jugosas, se multiplicaron por los medios de comunicación y los partidos políticos holandeses que reivindicaban la austeridad.

Una de las más citadas se refiere a los que cobran el seguro de desempleo, aunque no lo necesitan o trabajan en negro.

“El Estado de bienestar corrompe a la gente que recibe los beneficios porque los hace dependientes de esta ayuda, al Estado porque crea una burocracia gigantesca y a la sociedad porque nadie hace nada por el resto”, comenta Boosma.

El primer ministro Mark Rutte reprendió recientemente a los holandeses que trataban al Estado como una “maquinita de la felicidad”.

Según los críticos, uno de los más acabados ejemplos de esta “maquinita” es la propuesta del socialista Alderman Peter Verschuren en 2008 para que se aumentara la ayuda estatal de modo que los beneficiarios pudieran reemplazar sus viejos televisores por los más modernos de pantalla plana.

Desde la coalición gubernamental el Partido Laborista alerta que no se trata de abolir el sistema sino de mejorarlo, como le indica a BBC Mundo René Cuperus, de la fundación laborista Wiardi Beckman Stichting.

“La necesidad de reforma no viene sólo de ahora. En los 90 había un millón de receptores del beneficio de invalidez para un país con una población de 16 millones de personas. Esto se ajustó y cambió. Algo similar se está haciendo ahora”, añade.

Pero si bien los excesos existen, el discurso del rey no cayó del cielo.

Ajuste

Este septiembre el parlamento de Holanda se embarca en una incierta batalla para la aprobación de un ajuste de 6.000 millones de euros, que incluye una reducción de los subsidios de salud, las pensiones y las ayudas por desempleo.

Con la crisis de la deuda soberana europea desatada por Grecia en 2010, Holanda se ha comportado como el alumno modelo de la Austeridad recortando el gasto público por más de 46.000 millones de euros.

Lejos de subsanar el déficit fiscal o volver al crecimiento, hoy atraviesa la tercera recesión en tres años.

El círculo vicioso es típico de los programas de ajuste. Al recortar el gasto cae la actividad económica, se recauda menos (por menor consumo y producción) y se gasta más (por creciente desempleo), todo lo cual termina con un agujero mayor de las cuentas fiscales.

El líder del Partido Socialista, Emile Roemer, advirtió que en realidad no se busca modernizar el Estado de bienestar, sino cerrar las cuentas.

“Es una política destructiva, una ofensa para la gente que no da esperanza alguna”, agregó.

Según los socialistas, la sociedad participativa que promueve el gobierno es un intento de hacer creer que los servicios que presta el Estado no van a desaparecer, sino que van a ser suministrados por organizaciones caritativas, ONG y el mismo tejido familiar o de relaciones sociales.

La crisis y Europa

Esta reforma del Estado de bienestar mediante el uso del sector privado no se limita a Holanda. En Reino Unido la coalición conservadora-liberal demócrata de David Cameron ha impulsado un concepto similar -la Big Society– para cubrir los huecos abiertos por su programa de recortes, uno de los más radicales de toda la Unión Europea.

Según el profesor de la London School of Economics, Howard Glennester, el objetivo de fondo es deshacerse del Estado de bienestar.

“Las organizaciones caritativas son pequeñas, funcionan con gente que trabaja medio tiempo de manera voluntaria y no tienen los fondos necesarios para reemplazar al Estado”, le dice a BBC Mundo.

“Lo que hay detrás es un proyecto político de desmantelamiento del Estado benefactor basado en la idea de que el estado hace todo mal y que las cosas funcionaban mejor en un pasado idílico, el siglo XIX, cuando las organizaciones caritativas tenían que cubrir esas necesidades sociales como podían. La realidad es que históricamente el Estado benefactor surgió por las deficiencias de este modelo”.

Autor de History of Social Policy Since the Second World War (“Historia de las políticas sociales desde la Segunda Guerra Mundial”), Glennester explica que el Estado de bienestar no ha dejado de cambiar y adaptarse.

“No existe un modelo clásico inmóvil como plantea Holanda. El modelo se ha adaptado todo el tiempo para lidiar con cambios demográficos o problemas como el fraude o la dependencia que son usados para denigrar el sistema cuando, en realidad, son casos aislados sin incidencia real en el conjunto”, dice.

“En este sentido las organizaciones caritativas pueden tener un papel auxiliar para una diversificación administrariva del sistema, pero no para sustituírlo o justificar recortes”.