I Parte. Quién es quién en el Nuevo Orden político y económico

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(Artículo de opinión y análisis publicado en febrero de 2019)

 

Se dice que Lula da Silva -preso por la investigación del caso Lava Jato- le habría dicho a Daniel Scioli, por entonces candidato de Cristina Fernández de Kirchner, poco antes de las elecciones celebradas en la Argentina en 2015, que si perdía caerían uno a uno los gobiernos de izquierda latinoamericanos que gobernaron durante la primera década de este siglo. Fue lo que sucedió efectivamente. Scioli perdió esas elecciones y continuó tras esa derrota el desmoronamiento de los socialistas latinoamericanos.

La premonición modificó el mapa político de la región con la irrupción de gobiernos de corte “neoliberal”, los también llamados conservadores, que se instalaron dispuestos a combatir la ola de gobernantes de corte socialista que dominaron en varios países Suramericanos favorecidos por el alza de los precios de las materias primas.

Solo para dar un ejemplo vale la pena citar el caso venezolano. Cuando Hugo Chávez asumió el poder en Venezuela (1999) el barril de petróleo costaba US$ 12, dos años después se cotizaba en 100, es decir ocho veces más. Esta nueva escala de precios alentada por el imponente crecimiento de la economía china, cimentó nuevas fórmulas de distribución de la riqueza que a su turno vivieron todos los países en la región.

Bolivia se coligó a la plataforma del “Socialismo del Siglo XXI” desde enero de 2006 alentada por el inútil esfuerzo de los Estados Unidos de seguir influyendo en las decisiones “soberanas” de los pueblos. Esa efervescencia “antiimperialista” dio nacimiento a la Unión de Naciones Suramericanas UNASUR para reemplazar metafóricamente a la OEA. Evo ya había ganado las elecciones en 2005. El epicentro de este movimiento se consolidó a fines de ese mismo año en la Cumbre de las Américas de Mar del Plata, Argentina, apuntalando lanzas contra el Área de Libre Comercio de las Américas ALCA, que defendía George Bush como herramienta de intercambio comercial en el hemisferio.

 

El factor chino

Por primera vez después de la Guerra Fría entraba en escena un nuevo factor en las relaciones con los países de la región. La China Popular fomentó una corriente de crecimiento progresivo en Brasil, Chile, Argentina, Bolivia, Perú, Venezuela, Colombia y Paraguay. Lo que muchos analistas calificaron como la “década de oro” que dio inicio en la segunda mitad de la primera década de este siglo. China se convirtió en el primer socio comercial en varios de estos países. Sus representantes diplomáticos inflaban orgullosos el pecho señalando el nuevo rumbo de sus relaciones con las naciones Latinoamericanas.

La demanda de las materias primas por parte de la potencia asiática generó un espectacular repunte de la economía, comparable con lo había ocurrido a mediados del siglo pasado con los precios que se pagaron para la reconstrucción de la posguerra. Estados Unidos crecía a un 5%.

Este ciclo de crecimiento se descontinuó a partir de 2016 un par de años después de la muerte de Hugo Chávez (2014); las políticas públicas de ese periodo encantado por el mejoramiento de las condiciones de vida de la población ingresaron en un ciclo de “rendimientos decrecientes”. Al otro lado del mundo, China que ya crecía a un promedio del 7% en los últimos 20 años, influyó con su peso y tamaño en el mundo acelerando una etapa de crecimiento continuo aunque decreciendo también en 2018 a un ritmo del 6,6%.

 

Democracia liberal vs democracia sin libertad

La democracia liberal había cimentado también su fortaleza y alcance en materia política. Después de la postguerra los Estados Unidos se erigió como abanderado del concepto reforzando políticas públicas para fortalecer la democracias (elecciones democráticas, reforzamiento de la justicia, libertad de prensa, derechos humanos) que se aplicó en un mundo bipolar hasta la caída del comunismo en 1991.

Estos factores se constituyeron en puntales indiscutibles y sinónimos inviolables e inseparables de la democracia con justicia y libertad que predicaba Occidente. El mundo bipolar definiría la separación de dos mundos. La democracia liberal por un lado y el comunismo sin libertad en la que se adscribía la ex Unión Soviética. Ganada la batalla el mundo inició un nuevo ciclo unipolar con EEUU como su principal abanderado. Desde 1991 muchos errores se contaron en su afán de aplicar a rajatabla el poderío que ostentaba militarmente. Inició guerras y conflictos en el Medio Oriente hasta el 2001 cuando su territorio sufrió el ataque contra las Torres Gemelas de Manhattan.

Al comenzar el presente siglo surgió un nuevo factor de poder. China tomó la delantera en un efectivo corte de rumbo. La fórmula de Capitalismo sin democracia pero con igualdad de oportunidades absorbió la demanda de mano de obra e erigió una transición económica poderosa mejorando los ingresos de su población que descontroló la supremacía comercial y política de los Estados Unidos.

El país dejó de crecer en la proporción del siglo pasado y entró en contradicción con su sistema de democracia liberal lejos de lograr las aspiraciones de igualdad y justicia para sus ciudadanos.

El Capitalismo Chino en cambio desequilibro las corrientes del intercambio comercial. Si en los años 60 el producto bruto mundial representaba un 25%, a comienzos del presente siglo más de la mitad del producto bruto mundial representaba el comercio transfronterizo. Algo parecido sucedió con las inversiones que han crecido más de un 200% en el mismo periodo.

La economía norteamericana dejó de crecer un 5% a los actuales niveles que no superan el 1.5%. Este fenómeno explica la elección de Donald Trump a la presidencia de EEUU, fue quien prometió derribar los muros para devolverle al norteamericano la fuerza de trabajo que había sido ocupada por los migrantes.