Israel ante el desgaste militar en Gaza y la presión internacional

Descifrando la Guerra
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Foto: Fuerzas de Defensa de Israel (FDI)

El Estado sionista ha contado durante 20 meses no sólo con la aprobación, sino con el apoyo abierto de Occidente en su campaña genocida, especialmente de Estados Unidos, cuyo envío de armamento ha hecho posible mantener el ritmo de las ofensivas. Sin embargo, el agotamiento interno y externo es cada vez mayor, generando importantes divisiones, lo que hace probable que Israel se vea obligado a aceptar un alto al fuego o a retirarse completamente de la Franja de Gaza sin haber logrado completar la operación militar Carros de Gedeón, iniciada el pasado 17 de mayo.

El problema militar de Israel

A nivel interno, la operación es muy controvertida, sobre todo porque implica la movilización de 70.000 reservistas, la mayoría de los cuales han prestado servicio durante más de 300 días desde los ataques del 7 de octubre. Según fuentes militares, las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) temen que entre el 30 y el 50% de los reservistas no se presenten al llamado.

La emisora nacional israelí Kan ha estimado que la tasa de respuesta actual es de alrededor del 60%. El periódico Haaretz ha informado que, debido a la escasez de reservistas, se están reclutando soldados conscriptos que sufren de trastorno por estrés postraumático (TEPT), lo que ha llevado ya a varios suicidios. La moral es baja y dentro del propio ejército –especialmente en la fuerza aérea– se cuestiona el propósito de la guerra y los objetivos reales de una nueva movilización.

Las últimas encuestas muestran que entre el 60 y el 70% de los israelíes se oponen a una gran operación de ocupación de la Franja de Gaza y apoyan un acuerdo para poner fin a la guerra y liberar a los prisioneros. Además, la mayoría piensa que Benjamín Netanyahu continúa la contienda por razones políticas. No obstante, los israelíes no se oponen al genocidio ni a la limpieza étnica del territorio y las protestas no son en contra de la guerra: el 82% de los judíos-israelíes apoyan la deportación por la fuerza de los palestinos.

De hecho, según el sondeo realizado por la Universidad Estatal de Pensilvania, el 56% de los judíos-israelíes también están de acuerdo con la limpieza étnica de los palestinos con ciudadanía israelí, esos que supuestamente tienen los mismos derechos dentro del Estado de Israel y representan alrededor del 20% de la población.

Otro 47% apoya matar a todos los palestinos en las ciudades que conquisten las FDI en la Franja de Gaza. Lo cierto es que, si bien la mayoría de israelíes no tendrían la mayor preocupación moral con que el enclave palestino desapareciese de la faz de la tierra, no están dispuestos a asumir los costes de una nueva ocupación militar, ni de favorecer los intereses de los sectores colonos y mesiánicos.

Eso se esta haciendo notar entre los reservistas y en la moral. Con la prolongación de la guerra, la fatiga está haciendo mella. Por un lado, el agotamiento absoluto se generaliza porque hay reservistas que han sido llamados tres, cuatro, cinco e incluso seis veces desde el 7 de octubre. Hay muchos efectivos que ya han servido más de 275 días, interrumpiendo seriamente su conciliación familiar, medios de vida y carreras, lo que está haciendo insostenible la situación. Otra razón de la disminución de la motivación es el gobierno: tienen la sensación de que sus decisiones están motivadas más por cálculos políticos que estratégicos.

Otros están frustrados por la forma en la que se ha manejado la guerra. Sostienen que ya fueron a la Franja de Gaza y que arriesgaron sus vidas para tomar el control de ciertas áreas, solo para ver cómo el ejército se retiraba de los territorios ocupados. Ahora, se les pide que regresen y repitan la operación. También hay malestar por la falta de objetivos claros y la ausencia de un plan para “el día después”. Se les exige arriesgar sus vidas –y sacrificar a sus familias y su estabilidad económica– por una operación cuyos fines aún no están definidos.

A ello se suma la capacidad de resistencia palestina en la Franja de Gaza y su habilidad para reconstruir fuerzas a pesar de todos los golpes del ejército sionista, mostrando un alto grado de resiliencia. La estructura militar de Hamás todavía mantiene el control del sistema subterráneo de túneles, conserva medios para realizar emboscadas y ha sabido adaptarse para camuflarse entre el pueblo palestino y lanzar ataques mortales contra las tropas israelíes.

Sus fuerzas están dañadas y mermadas, pero las estimaciones indican que su capacidad de reclutamiento ha aumentado, permitiéndole sustituir a cada combatiente perdido en combate. No obstante, en términos cualitativos, ha sufrido la pérdida de unidades enteras y su poder militar se ha visto reducido.

Por otro lado, Hamás mantiene capacidad de control territorial y de gobernanza sobre la población palestina. Continúa siendo la fuerza política que da una semblanza de orden y justicia dentro de los campos refugiados y mercados, y ha podido reestablecer los servicios civiles: policías, primeros auxilios, sanidad, etcétera. Es decir, su papel político no ha cambiado y no es posible plantear un gobierno en la Franja de Gaza sin contar con Hamás. En definitiva: Israel ha sido incapaz de destruir la capacidad de gobernanza del grupo palestino.

El Estado de Israel: ¿un Estado paria?

A nivel externo, Israel también tiene un problema de agotamiento. Los gobiernos occidentales y árabes no tienen el menor problema con la matanza continuada de palestinos; así lo han demostrado repetidamente desde el 7 de octubre.

Como dijo el propio diputado de sionismo religioso Zvi Sukkot en el canal 12 israelí: “Anoche murieron casi cien gazatíes. Y a pesar de ello, la primera pregunta que me acaba de hacer no tiene nada que ver con Gaza. […] ¿Sabe por qué? Porque ya no le importa a nadie. Porque todo el mundo se acostumbró a la idea de que puedes matar a cien gazatíes en una noche, en una guerra y a nadie en el mundo le importa”. No obstante, el tiempo pasa, y lo que ayer parecía aceptable comienza a generar un desgaste acumulado que vuelve cada vez más insoportable asumir sus costes.

Israel no ofrece una “solución viable” a la situación de la Franja de Gaza. El genocidio si se acelera más es demasiado “ruidoso” para los oídos occidentales y si se mantiene al ritmo actual es demasiado lento para ser aceptable como “solución”. Hasta ahora el Estado sionista ha contado con el privilegio del silencio, pudiendo ir aumentando gradualmente el nivel de violencia empleado, descubriendo para su sorpresa los verdaderos límites de las sensibilidades de Occidente. Por ejemplo, el presidente demócrata Joe Biden nunca exigió a Tel Aviv un alto al fuego.

Pero lo cierto es que el Estado hebreo no ofrece una solución para “el día después de la guerra”. No acepta a Hamás ni a la Autoridad Palestina. No tiene una salida política realista más que la ocupación del territorio, que es retroceder 20 años cumpliendo lo que precisamente Ariel Sharon quiso evitar con su salida unilateral del enclave palestino.

Además, las victorias han ido envalentonando al Estado hebreo. La desarticulación del Eje de la Resistencia –celebrada por todo Occidente y sus aliados árabes– cruzó líneas peligrosas que acercaron a la región al borde de un conflicto abierto con Irán. La insistencia en atacar el programa nuclear iraní, justo cuando la República Islámica se encuentra débil para negociar, y los ataques a los nuevos gobiernos de Siria y Líbano podrían descarrilar los planes de asentar una administración prooccidental leal a las monarquías árabes y desarmar a Hezbolá.

Para muchos países occidentales, Israel se ha convertido en un pirómano que amenaza la estabilidad de la región. Especialmente para los gobiernos árabes, que, si bien estaban dispuestos a ignorar a la opinión pública y permanecer de brazos cruzados ante el genocidio en la Franja de Gaza, la posibilidad de una expulsión masiva de palestinos hacia sus territorios encendió todas las alarmas, al representar una amenaza directa para su seguridad nacional, su estabilidad interna y su ya debilitada legitimidad.

Este cambio de actitud ha sido evidente en Estados Unidos. Tras tratar de convencer a los Estados árabes de aceptar la vía israelí de limpieza étnica, ha optado por un alineamiento con las ricas monarquías del Golfo. La nueva administración republicana se ha dado cuenta de que el curso tomado por Israel ha hecho que los esfuerzos de normalización sean una pérdida de tiempo y Donald Trump ya no está invirtiendo ningún esfuerzo en que esto ocurra.

En su viaje a Oriente Medio, el presidente estadounidense ha preferido privilegiar los acuerdos económicos con las petromonarquías, quienes pueden servir a su agenda económica y están dispuestas a llegar a un compromiso con Irán. Si Israel no se ajusta a esta nueva agenda, quedará marginado en la nueva diplomacia de la región. Washington está dispuesto a avanzar sin consultar la opinión de Tel Aviv, como ya hizo con Ansar Alá en Yemen.

Este es el resultado de una nueva realidad en Oriente Medio: el estrecho alineamiento que antes existía entre los republicanos, Israel y los Estados árabes en torno a una agenda común para destrozar el JCPOA ha desaparecido por los cambios producidos dentro del espacio político republicano y el poco apetito que tienen las monarquías a una guerra después de comprobar en 2019 lo que podría ocurrir.

Por esta razón, tras la señalización de un nuevo rumbo por parte de Donald Trump durante su viaje a Oriente Medio, se ha producido un drástico realineamiento en la opinión pública, que ha podido sentirse en primer lugar dentro de la prensa. De pronto, por primera vez, se ha empezado a hablar abiertamente de genocidio y los principales periódicos británicos –The Guardian, Financial Times, The Independent o The Economist– han empezado a publicar editoriales pidiendo un alto al fuego.

El hegemón occidental ha dado el toque de corneta: hay vía libre para criticar a Israel. En Francia ya se estaba bregando este nuevo curso de acción, cavilando un reconocimiento del Estado palestino que ahora ha tomado más fuerza con los reciente comentarios de Emmanuel Macron. Mientras el Estado sionista no pueda ofrecer una solución política razonable y viable a sus socios, estos van a continuar distanciándose, porque la opción militar ya se ha mostrado como un fracaso en su incapacidad de derrotar a Hamás.

Las divisiones internas

Esta desconfianza por parte de sus socios está generando nuevas grietas dentro de Israel. El gobierno ha lanzado la Operación Carros de Gedeón en un intento de demostrar que puede aplastar y quebrar la voluntad de los palestinos. La oposición, de corte liberal, siempre más temerosa de perder el apoyo de los aliados, ha empezado a lanzar duras críticas al gobierno por convertir al país en un paria, lo que no quita que apoyen en la misma medida el genocidio y la limpieza étnica.

El dilema es entre continuar con la guerra o mantener el apoyo internacional, cuya pérdida para los sionistas liberales viene a ser como haber perdido la brújula moral. La posibilidad de sanciones y un cierto aislamiento mortifica a estos sectores, que han hecho del Israel liberal y abierto a la globalización la base de su poder. Las declaraciones de Yair Golan, general retirado de las FDI y líder de los Demócratas, tocan esta fibra sensible: “Israel está en el camino de convertirse en un Estado paria, como lo fue Sudáfrica, si no volvemos a actuar como un país sano”.

A pesar de que ha apoyado el esfuerzo de guerra y ha defendido el más estricto asedio sobre la población de la Franja de Gaza, ahora sostiene que “un país sano no lucha contra los civiles, no mata a los bebés como un pasatiempo y no se da el objetivo de expulsar a las poblaciones”. Por estas palabras, el gobierno ha anunciado que se le prohibirá usar uniforme militar o entrar en las bases de las FDI debido a su “libelo de sangre”, y se está impulsando un proyecto de ley para reducir su rango militar.

Benjamin Netanyahu parece que va tratar de navegar esta fina línea. Sabe que si abandona la operación en la Franja de Gaza sus ministros sionistas religiosos derribaran el gobierno. Por lo tanto, el plan por el momento consiste, en palabras del primer ministro, en que Israel comience a entregar “ayuda humanitaria mínima: solo alimentos y medicinas” porque “nuestros mejores amigos en el mundo han advertido que no pueden apoyarnos si surgen imágenes de hambre masiva. Ellos vienen a mí y me dicen: «Te daremos toda la ayuda que necesites para ganar la guerra… pero no podemos estar recibiendo fotos de hambruna»”.

El propósito, admitió, no es el alivio, sino generar una narrativa. Frente a la propuesta de Itamar Ben Gvir de impedir definitivamente el suministro humanitario a la Franja de Gaza, el ministro de Finanzas, Bezalel Smotrich, respondió: “No discrepo con él moralmente, pero en la práctica, el mundo no va a permitir que matemos de hambre a dos millones de personas en Gaza […] Si actuamos así, el mundo nos obligará a detener la guerra en un instante. Es ganar la batalla y perder la guerra y estoy comprometido a ganar la guerra”.

Por lo tanto, “la [ayuda] que entrará en Gaza en los próximos días es la cantidad más pequeña. Un puñado de panaderías que repartirán pan pita a la gente en las cocinas públicas” para que “nuestros amigos del mundo sigan proporcionándonos un paraguas internacional de protección contra el Consejo de Seguridad y el Tribunal de La Haya, y que sigamos luchando, si Dios quiere, hasta la victoria”.

Estas divisiones no solo se manifiestan en la oposición política, sino también en sectores del propio ejército, donde comienzan a surgir discrepancias con algunas decisiones del gobierno ante el temor de tener que rendir cuentas en el futuro ante tribunales internacionales. La cuestión del envío de ayuda humanitaria ha sido uno de los puntos de fricción más significativos.

Además, este episodio se enmarca en las crecientes tensiones entre el gobierno y el aparato de seguridad nacional, especialmente las agencias de inteligencia. La decisión de Netanyahu de nombrar al general David Zini como nuevo director del Shin Bet –la agencia de inteligencia interior– fue respondida por el jefe del Estado Mayor de las FDI, el general Eyal Zamir, con su expulsión por insubordinación, al considerar que Zini se había involucrado en maniobras encubiertas junto al primer ministro.

"Estudio y practico la tecnología para odiarla mejor"

Nan June Paik (artista e investigador)
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