Es el periodista latino más influyente de Norteamérica y un referente para toda la profesión por su manera de enfrentarse al poder sin miedo ni concesiones. Mientras Trump le tiene vetada la entrada a la Casa Blanca, Jorge Ramos espera que pronto la ocupe una mujer latina. En un presente populista y polarizado, el reportero de origen mexicano se identifica con los inmigrantes como él y apuesta por acercarse a la verdad y la justicia, más que buscar la objetividad.ijo no y acabó en Estados Unidos. Pero tenía que negarse, y lo hizo justo cuando la rebeldía cierra una puerta pero abre miles. Fue cuando Jorge Ramos (Ciudad de México, 1958) trabajaba en Televisa. Ejercía el periodismo en su país como quien sortea un campo minado. Se le ocurrió hacer un reportaje sobre la psicología de sus compatriotas cuando se enfrentan a una urna y se lo censuraron. Entendió que debía irse. Cruzó la frontera norte en 1983 como inmigrante y así sigue, casi 40 años después, aunque figure en su país de acogida reconocido como uno de los 100 personajes más influyentes del mundo y unos de los 25 latinos con más predicamento en Estados Unidos, según la revista Time. Lo ha logrado como reportero curtido en varios conflictos bélicos, también desde su labor como presentador en la cadena Univisión o con entrevistas y preguntas en ruedas de prensa que le han costado la expulsión. No solo frente a Donald Trump -“el presidente más racista en décadas”, dice-, también al meter el dedo en el ojo a Maduro en Venezuela, a su paisano López Obrador o antes a Fidel Castro. Desde una televisión que juzga ahora en crisis, con sus programas de entrevistas, su columna semanal en The New York Times y 13 libros publicados, la posición de Ramos marca tendencia. Y con mucho mérito, en esta época en la que es necesario más que nunca, dice por videoconferencia desde Miami, “tomar partido”.
Pregunta. ¿Cómo lleva desde Florida la pandemia?
Respuesta. Mal, mal. Atravesamos los peores meses por aquí. Lo hicimos mal: llegamos tarde, salimos temprano. No existe plan a nivel nacional. En la Florida andamos en 10.000 contagios diarios. Como en el cuento del dinosaurio de Augusto Monterroso: te despiertas y el virus sigue ahí.
P. Un dinosaurio ínfimo y terrible.
R. Nos está arrasando. Genera un estrés que no puedes identificar de qué se trata, pero que tiene que ver con el miedo a morir. Y a pesar de todo es la gran historia de nuestro tiempo. Hace poco lo hablaba con jóvenes periodistas y se quejaban de no poder salir. Yo les animé a lo contrario: si quieren dedicarse y destacar en este oficio, vayan a reportear, cuéntennos lo que están viendo.
P. Pero aún la vivimos en tiempo gerundio. ¿Cómo mantener la distancia?
R. No podemos, es parte de la historia. Contarla divide a los auténticos periodistas del resto, de los que se dedican a ello por moda o capricho. En la sala de redacción de la que formo parte estamos trabajando el 20%. Pero muchos de los que se quedan fuera vienen, otros que no tenían obligación de viajar o desplazarse se mueven, en fin…, esos son los que valen. En cuanto a la profesión, nos ha obligado a verlo de dos maneras. Siempre pensé que el periodismo consistía en ver la realidad y reportarla por una parte y por otra: enfrentar a quien tiene el poder. De repente ha aparecido una tercera vía en la que no había caído de manera tan evidente: el servicio público. Salvar vidas. Nunca nos habíamos visto así, pero, si reportamos correctamente sobre la pandemia y Trump, podemos salvar gente, y así nos tenemos que centrar, en esas tres misiones del oficio muy claras.
P. Con las fake news quizás hemos descubierto una lucha absoluta en nuestra profesión, que tiene la obligación de relativizar para entender mejor las cosas. Algo tan definitivo como una batalla entre el bien y el mal. ¿Cómo librarla?
R. El principio básico de nuestra profesión es la credibilidad: si dices algo y no te creen, de nada sirve tu trabajo. Yo me enfrento a las fake news como a los huracanes aquí en Miami. A nosotros nos llegan cada año. Pero solo me fío de dos meteorólogos. Con nosotros existen tantas opciones que debes escoger a quién crees. Nuestra labor no es lograr la objetividad, sino ser justos y acercarnos a la verdad. No es correcto al hacer una nota dar el punto de vista del dictador y de la víctima como iguales. Eso ya no se vale. En tiempos normales, democráticos, podía ser suficiente. Ya no. Ahora hay ocasiones en las que debemos tomar partido. Y eso les puede romper la cabeza a los maestros del oficio, pero no se vale cuando se trata de racismo, discriminación, mentiras y corrupción.
P. La profesión en dichos aspectos debe enfrentar una situación muy crítica, pero es que la realidad lo es y nos hace contraponer principios básicos. Maduro le ha echado del Palacio de Miraflores; Trump, de la Casa Blanca, y ha tenido sus conflictos con López Obrador en México. ¿Cómo afronta eso? ¿Sufre en su carne la polarización y busca ser una figura más centrada?
R. No diría centrado, ni en medio. Me gustaría que me consideraran parado frente al poder. Ejerciendo el contrapoder. Del otro lado del poder. Ahí estamos bien. Lo peor es convertirte en vocero de quien manda. Si voy a esos lugares y ejerzo el contrapoder, me siento en el sitio que me corresponde. Cuando me presento allí, lo hago con dos premisas: la primera es que, si no formulo la pregunta precisa, nadie más la va a hacer, y la segunda, que debo plantearlas sin temor porque probablemente no vuelva a encontrarme con esas personas. Nuestra labor es esa. No busco el acceso a ellos, al contrario.
P. Buen consejo, pero en el caso de Trump, usted lo va a tener que soportar algo más.
R. ¡No me dejan entrar a la Casa Blanca! Hice los trámites para acudir a cubrir la visita de López Obrador y nada.
P. En este caso, doble razón. Se enfrentó a ambos.
R. Si te basas en lo que me ocurrió con Trump, muchos dirían que soy un izquierdista y, si nos referimos a lo de López Obrador, que soy de derechas. En fin, lo importante es no equivocarse. La gente es muy inteligente. Saben que tenemos prejuicios, que venimos de lugares específicos y vivimos historias particulares. Cuando escribo un libro o mi artículo en The New York Times saben a qué me atengo en varios temas, con eso vale para que se sitúen. Debes ser honesto respecto a eso.
P. Y usted, ¿con qué se siente comprometido?
R. Me siento comprometido abiertamente con otros inmigrantes como yo. Y con ser reportero -me gusta más ese apelativo que el de periodista-, con dar voz a quien no la tiene.
P. ¿Recuerda su llegada a Estados Unidos?
R. Llegué el 2 de enero de 1983 tras un incidente de censura en México. Era muy joven, traté de hacer un reportaje crítico y Televisa, donde trabajaba, no me lo permitió. Era un trabajo sobre la psicología del mexicano pero como crítica al presidencialismo del PRI. Entrevisté a Carlos Monsiváis y a Elena Poniatowska. Me dijeron: “Ellos no son de casa y no pueden aparecer”. Renuncié a seguir. No quise ser un periodista censurado y esa ha sido una de las decisiones más importantes de mi vida.
P. ¿Decir no?
R. A los 24 años, eso me definió. Entonces vendí mi auto, un Volkswagen al que en México le decimos bocho, un Escarabajo rojo. Conseguí cerca de 2.000 dólares y viajé al norte. Me aceptaron en un curso en la Universidad de California en Los Ángeles y dejé todo.
P. Con 24 años tampoco habría gran cosa que dejar atrás. ¿O sí?
R. Bueno, mi país. Mis padres, mis hermanos. Yo no quería ser inmigrante. Nadie lo desea. De niño, no le dije a mi papá: “Quiero ser inmigrante”. A esa edad buscas ser Superman, futbolista o rockero. Nunca inmigrante.
P. Te obligan a ello, pero conforma la identidad.
R. Si me apuras a definirme, soy eso: periodista, inmigrante y el papá de Paola y Nicolás. La idea de no tener raíz es peor que no tener casa, sabes que nunca la vas a encontrar, quedas en su búsqueda constante, la que dejaste ya no está ahí. Tengo los dos pasaportes. Cuando estoy en Estados Unidos hay personas como Trump que me dicen que me largue a mi país; en México, lo mismo.
P. ¿Así que se encuentra en tierra de nadie?
R. En los días buenos te sientes de todas partes y en los malos de ninguna. Pero cuando elijo pasaporte es en el aeropuerto de Ciudad de México. Me coloco en la fila más corta.
P, Sentido práctico de periodista.
R. Sí… Y la bella o triste realidad de ser de dos países y de ninguno a la vez.
P. ¿También extranjero en su lengua?
R. Vivo en dos lenguas. Por mi trabajo me toca también ser traductor. Debo traducir el mundo en inglés a los latinos y viceversa. Carlos Fuentes decía que nuestra frontera es una cicatriz. Me toca describirla, ver si sangra y saltar de un lado al otro constantemente.
P. Basándose en eso, en lo referente al español, ¿no convendría reivindicar la lengua en ese lugar fronterizo como un puente y no como un muro?
R. En Estados Unidos somos 60 millones de latinos y en tres décadas estaremos cerca de los 100 millones. Lo que le aterra a gente como Trump y a sus seguidores es que, en poco tiempo, este será un país de minorías. La cara dejará de ser principalmente blanca. Ese es el futuro de Estados Unidos. Cuando viajas por su territorio, así es su aspecto. Por eso rehúso también a entregarles su lengua en exclusiva a los blancos o a los seguidores de Trump con su racismo. El lenguaje que emplea él no es el del futuro de este país. Apuesto por lo que llamo ola demográfica, por un futuro mucho más inclusivo.
P. ¿Y bilingüe?
R. Mucho más que eso. Con las protestas por la violencia policial se han formado movimientos para recuperar el espacio y redefinir el lenguaje. La palabra black, negro, ahora muchos la escriben con mayúscula. El Black Lives Matter ha retomado una lucha contra lo que Trump se había enfrentado a merced del lenguaje y de la historia.
P. Muchos pensaron que con la elección de Obama el problema racial quedaba en gran parte solucionado, cuando solo se había replegado silenciosamente. ¿Hasta qué punto la realidad queda oculta y no somos capaces de verla por ceguera?
R. Alguna vez tuve la oportunidad de preguntarle al presidente Obama si habíamos llegado a una época posracial. Y él me contestó: “Tú nunca creíste eso, ¿verdad?”. Debajo de su triunfo fluía una contracorriente de la que el fenómeno Trump apenas era un síntoma y muchos no quisimos ni pudimos ver. Era nuestro trabajo y no lo entendimos. Pero de esa misma manera, en esta época existe otra contracorriente que busca la diversidad, los colores, las mezclas y otros lenguajes.
P. ¿Qué no vemos hoy sobre las elecciones de noviembre?
R. Lo que nos puede sorprender es otro triunfo de Trump. No podemos creer ya en las encuestas. Nos equivocamos todos. Sus seguidores no dicen la verdad a los encuestadores y el resultado cambia. Muchos, además, se avergüenzan de admitirlo. Me sorprende que uno de cada tres latinos lo votara. Un 29% de quienes ejercieron su derecho. Si eso se da de nuevo, puede volver a pasar. Si la mitad de los latinos no sale a votar de los 32 millones que tienen derecho a hacerlo, puede ocurrir. Quizás vivamos en un país más extremista de lo que sospechamos.
P. Pero es que no hablamos solo de un país extremista, hablamos de un mundo que ha caído exacerbado en esa dinámica.
R. Quizás nuestras divisiones han sido las mismas, pero puede que por las redes sociales ahora se expresen y antes no. Ya no nos necesita la gente para dar su opinión. Todos somos dueños de medios de comunicación. La polarización que vemos por las redes siempre estuvo ahí. El reto político es buscar unidad en países divididos.
P. ¿No nos bastaría solo con algo de templanza?
R. Una templanza que en esta época es casi imposible.
P. Entonces, ¿le gusta menos este mundo por el dominio de las redes sociales?
R. Creo que era igual de malo y de bueno antes. Simplemente lo vemos con más claridad y nos afecta mucho en nuestro trabajo. Yo no estaría donde estoy posicionado ahora si no tuviera una presencia fuerte por las redes. Me habrían despedido. Te pongo un ejemplo: cada noche, mi telediario lo ven dos millones de personas. Pero, si pongo un mensaje por redes, llega a tres veces más público que por el telediario.
P. ¿Sufren ahora en televisión, por tanto, la crisis de modelo que sacudió hace tiempo a los periódicos?
R. Cuando nosotros en las televisiones vemos los datos de audiencia, parecería que llegaron unos marcianos y secuestraron a miles de personas. ¡Las hemos perdido! No se fueron a otro lado. Para encontrarlas, hay que acudir a las redes sociales. Mis compañeros de la televisión lo niegan, andan como ustedes en la prensa hace unos años. No lo quieren ver. No lo pueden creer. Cuando voy a las escuelas les digo a los alumnos: “Obsérvenme bien porque soy un dinosaurio”.
P. Volvemos a Monterroso.
R. Sí…, es que lo que les pedimos es imposible. Queremos que estén a una hora determinada frente al televisor para vernos. Si lo prenden 30 minutos después, ya no estoy ahí; por tanto, soy un dinosaurio.
P. Cuando llegó a Estados Unidos seguro que lo hizo pensando en que algún día, en el futuro, todo sería mejor. Con un sueño, vaya. Ese sueño, ¿se ha transformado hoy en una pesadilla?
R. Mi verdadero sueño era regresar a casa. No más.
P. ¿Sigue siéndolo?
R. Ya no. Ya he aceptado que nunca voy a tener una casa. Lo debo reconocer.
P. ¿Cuándo lo perdió?
R. Cuando nacieron mis hijos. Ahí me di cuenta de que había perdido para siempre mi casa.
P. Pero ganó otra.
R. Mi casa está hoy donde ellos se encuentren. Pero respecto a Estados Unidos, te diré que la triple crisis de pandemia, de racismo y de desplome económico es el peor momento que me ha tocado vivir.
P. ¿Este 2020?
R. Sí, yo creí que lo peor había sido el 11 de septiembre de 2001, pero no, lo peor es esto. Cuando cayeron las Torres Gemelas tuve que manejar mi auto hasta Nueva York desde Miami. Tuve que ir… Ahora, apenas das tres pasos y ya te encuentras con el virus por todas partes. Si a eso le añades Trump, el presidente más antimexicano y más racista que hemos tenido, nos hallamos en el peor momento en décadas, sin ninguna duda.
P. ¿No impone verbalizar eso cuando se enfrenta a contar el presente en el que vive cada día?
R. Sí, claro. Todos los días me toca hacerlo y decirlo. Es nuestro deber decirlo aunque duela.
P. Curioso que entre los latinos existan los dreamers (soñadores) cuando lo que viven es angustia.
R. Son maravillosos. Son el futuro. Si debiera apostar de quién será el porvenir de Estados Unidos, si de Trump o de los dreamers, es, sin la menor duda, de estos últimos. La forma cordial y sofisticada de hacer política ha desaparecido. Ellos nos han mostrado esa manera de hacer política de quien se para contra ti y te enfrenta y confronta hasta que los escuches. Una nueva política donde el silencio ya no es una opción.
P. ¿Tiene esperanza de ver a un presidente latino?
R. ¡Claro! No solo verlo, espero que me toque cubrirlo como periodista. Hay más latinos que afroamericanos. Ellos ya tuvieron uno. El siguiente paso de gigante será ver a una mujer latina en la Casa Blanca.
P. ¿Alexandra Ocasio-Cortez, cuando cumpla la edad básica para presentarse, a partir de los 35 años?
R. Ella es una de entre una generación de la que forma parte mi hija Paola, con 31 años.
P. ¿Cómo los define?
R. Directos, han perdido el miedo. Te dicen las cosas como son. No esperan. Se muestran muy impacientes. Manejan redes y celulares como nadie, y van a quitar el control y el poder muy rápidamente a quienes lo ocupan ahora. Tanto que yo espero que se apuren aún más.