La caravana de migrantes comienza a llegar a Ciudad de México
La caravana de migrantes ya está en Ciudad de México. Un grupo de 470 centroamericanos, principalmente hondureños, ha llegado este domingo y se han concentrado en un albergue al oriente de la capital mexicana, ha informado la Comisión local de Derechos Humanos (CDHCDMX). Está previsto el arribo de otro contingente de 1.000 personas para la mañana del lunes, ha agregado la CDHCDMX. Las autoridades esperan que otros 3.000 migrantes lleguen entre el martes y el miércoles, en medio de las elecciones legislativas en Estados Unidos del 6 de noviembre. “Es una ciudad inmensa, todo es diferente, no se parece en nada a Honduras”, comenta asombrada Gabriela Regalado, de 20 años, que salió de Honduras con su esposo, dos hijos y tres hermanos.
Los integrantes de la llamada primera caravana, compuesta por unos 5.000 migrantes, han continuado hacia Ciudad de México, pese a los problemas que han enfrentado para conseguir autobuses que los transportaran de forma masiva desde el Estado de Veracruz, que bordea el golfo de México. Este grupo, el más adelantado en el camino hacia la frontera con Estados Unidos, está mucho más disperso y avanza en grupos pequeños, aunque se espera que puedan reagruparse en los próximos días. “De aquí para arriba el tirón será fuerte, vamos a esperar a que lleguen los demás para ver cuándo y a dónde seguimos”, señala Noel Castañeda, de 25 años.
Poco menos de 1.200 migrantes están en albergues en Puebla, a unos 150 kilómetros de la capital, ha dicho este domingo el gobernador poblano Antonio Gali. El grueso de la caravana, más rezagado, se ha quedado en Córdoba (Veracruz), tras un extenuante viaje a pie y a dedo de 180 kilómetros desde la pequeña localidad de Isla (Veracruz).
Los migrantes recién llegados a la capital se arremolinan frente a coches que reparten productos de primera necesidad, mochilas, cobijas y ropa donada en las inmediaciones de la unidad deportiva de la Magdalena Mixhuca, donde se ha instalado el albergue. “Tenemos muchas necesidades porque el camino ha sido muy difícil, pero Dios sabe que si estuviéramos bien en Honduras, no nos hubiéramos ido”, afirma Karla Martínez, de 30 años, arropada en una manta de la que solo asoma la cabeza. “Está helando, hace mucho frío”, comenta Martínez. El tiempo ha cambiado de forma drástica. La caravana viene de aguantar temperaturas por encima de los 30 grados y ahora siente el otoño en la capital, donde los termómetros no rebasaron los 18 grados este domingo.
“¡Por favor, no nos dejen solos! ¡No dé un paso atrás!”. Así respondió la caravana migrante a Miguel Ángel Yunes, gobernador de Veracruz, que había prometido este viernes al menos 150 autobuses para transportarlos a Ciudad de México. Los coordinadores ya organizaban el siguiente paso de un éxodo sin precedentes, en el cierre de una semana en la que las dudas y el desgaste desbordaban al grupo, que está al límite y aqueja los estragos de más de tres semanas de viaje.
Pero la promesa de Yunes, que aseguraba mantener “su buena voluntad”, se desvaneció en el aire a las pocas horas. Les pedía esperar hasta el lunes o martes a que pasara el corte masivo de agua en el Valle de México y retroceder “a una ciudad más hacia el sur”. La petición del gobernador era inconcebible en el inconsciente de una caravana que se asumía a la deriva, que aún sueña con el norte y que ha visto en la capital una parada crucial para tener interlocución con la clase política mexicana y, sobre todo, recibir atención médica urgente para decenas de niñas y niños enfermos, mujeres embarazadas y varios integrantes con enfermedades y heridas.
La decisión de desviarse a Ciudad de México se tomó el pasado 26 de octubre tras el anuncio del plan Estás en tu casa, que ofrecía trabajo y atención médica a los centroamericanos que regularizaran su situación migratoria. El presidente, Enrique Peña Nieto, ofreció el programa para atender a los inmigrantes y, de paso, desactivar un problema que crece en el ocaso de su sexenio, tras las exigencias de Donald Trump de frenar a la caravana. Poco más de 1.550 personas han aceptado la propuesta, 927 han pedido regresar a sus países y 3.230 tramitan una solicitud de refugio en Chiapas, de acuerdo con el último corte de las autoridades mexicanas. La mayoría rechaza el plan y avanza por territorio mexicano, pese a las amenazas de Trump, que busca convertir el discurso del miedo y la xenofobia en votos en los comicios de este martes.
Ese ha sido el patrón de las últimas semanas. El Gobierno mexicano condiciona las ayudas, la protección y el apoyo a los que tienen papeles. Trump capitaliza la idea de una crisis migratoria que dista de estar contenida. La organización de la caravana desafía a ambos. El “elefante en la sala” son 5.000 refugiados del grupo más avanzado, en el terreno no reconocidos como tales, que resisten las difíciles condiciones climáticas, duermen a la intemperie y que han dependido casi exclusivamente de la generosidad de pueblos azotados por los terremotos de septiembre del año pasado como Santiago Niltepec (Oaxaca) con 5.000 habitantes y ciudades pequeñas como Sayula de Alemán (Veracruz) con 45.000 pobladores. Ciudad de México es para muchos migrantes la primera parada en la que se quedan en un albergue, bajo techo. El Gobierno local ha dispuesto un comedor, unidades móviles de atención médica y colchonetas.
Lo que ha cambiado es el tono de las acciones y de las palabras. El Gobierno mexicano ha repatriado a 621 centroamericanos en Oaxaca, según datos oficiales. Trump ya desplegó este viernes a 1.000 soldados en la frontera con Texas y amenazó con responder con balas cualquier supuesta agresión de los migrantes. Y los coordinadores se dijeron orillados a tomar “la ruta de la muerte” por Veracruz, la vía más corta y peligrosa a Ciudad de México, a la que llaman “la fosa más grande de México”.
Fronteras fuertes, soberanía nacional y procesos burocráticos para frenar el éxodo centroamericano y para seleccionar quién se queda o quién se va, defiende el Gobierno. Atención médica, tránsito seguro, trato humanitario y diálogo con Peña Nieto y Andrés Manuel López Obrador, que llega al poder el 1 de diciembre, exigen los organizadores. El transporte, los más de 150 autobuses que habían sido prometidos, parecía una concesión admisible para velar por la integridad de los más vulnerables, para negociar una salida a la crisis migratoria y para que el grupo se mantuviera junto, sin estar sujeto al crimen organizado y a las deportaciones exprés. Estaba previsto que llegaran a la capital el pasado 2 de noviembre, pero los problemas de logística retrasaron su llegada a la capital.
Todo esto, mientras otro grupo de entre 1.000 y 2.000 migrantes avanza por Chiapas. Una caravana de salvadoreños que se cuenta por cientos hasta los 1.500 integrantes, según la prensa local, cruzó esta semana sin papeles el río Suchiate, la frontera natural con Guatemala, desafiando los remolinos de agua bajo las aspas de los helicópteros de la Policía mexicana. Otros 1.650 centroamericanos están en el albergue de la Feria de Tapachula (Chiapas). Se calcula que unas 10.000 personas están en tránsito por México, pero las cifras y la forma de dar cuenta de las oleadas varían. Un hondureño murió el pasado domingo tras un enfrentamiento con las fuerzas mexicanas, otro centroamericano estuvo a punto de ahogarse el martes y un salvadoreño falleció el viernes por complicaciones de salud en Guatemala.
Todo esto, a poco más de un mes de que se adopte oficialmente en Marrakech el primer acuerdo “para aprovechar los beneficios de la migración y para proteger a los migrantes indocumentados”. Es un pacto no vinculante impulsado por la diplomacia mexicana y al que se han sumado todos los Gobiernos del mundo, salvo Estados Unidos.
En la caravana reinaban “la frustración, el enojo, el hartazgo, el cansancio y la desconfianza”, admitían esta semana los organizadores del éxodo. La presencia de los medios y de las organizaciones civiles había disminuido en los últimos días. Había menos control del contingente. Pero la llegada a Ciudad de México de los primeros grupos, prácticamente contra todo pronóstico, les ha devuelto la esperanza.
Atrás ha quedado un periplo de ocho días y 420 kilómetros por tres Estados del sur de México, aunque siguen a más de 3.000 kilómetros de Tijuana, el punto por el que se había dicho que iban a entrar a Estados Unidos. “Estamos alegres, lo logramos y de aquí seguimos pa’ arriba”, dice emocionado Lester Martínez, de 19 años, después de leer un periódico que lleva las amenazas de Trump, el último recuento del Gobierno mexicano y una foto destacada de la caravana en la primera página. “No tenemos miedo, seguimos pa’ lante”.