La integración y la Alianza del Pacífico

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Existe una cierta tendencia en nuestras perspectivas integracionistas a sobrecargar de ideología las lecturas sobre los diferentes proyectos subregionales.

Esta simplificación lo que hace es generar falsas antinomias que, en definitiva, terminan conspirando contra un proceso de integración que debe dar cuenta inexorablemente de la unidad en la diversidad. Esto significa la aceptación de proyectos nacionales de desarrollo y de inserción comercial e internacional que son a la vez distintos y legítimos en tanto todos son consecuencia de la libre elección de gobiernos democráticos.

Contraponer la Alianza del Pacífico, como una propuesta y una voluntad compartida de países que tienen acuerdos importantes del punto de vista político, económico y comercial, al MERCOSUR ampliado con la incorporación de Bolivia y posiblemente la de Ecuador, resulta claramente un signo negativo cuando no un retroceso en la situación actual sudamericana y latinoamericana. Sobre todo para la afirmación y avance de la UNASUR y la CELAC como los dos proyectos más ambiciosos e integrales de la región, uno en el ámbito Sudamericano y el otro Latinoamericano y Caribeño.

Mal podríamos hacer crecer y consolidar estrategias ambiciosas si trazáramos una línea de diferencias irreductibles entre las economías del Atlántico y del Pacífico o si nos planteáramos antagonismos definitorios entre gobiernos democráticos de distintos signos o tendencias.

La integración tan difícil, postergada, y a veces con más retórica que realidades, necesita trascender y articular visiones subregionales diferentes que necesariamente van a coexistir en un continente tan plural y diverso.

Lo importante y estratégico es construir sobre los denominadores comunes, sobre las agendas positivas, colocando el énfasis en aquellas cuestiones que nos unen y que son indudablemente beneficiosas para nuestras naciones y nuestros pueblos.

Sobre todo en un momento muy particular de nuestra historia, donde los latinoamericanos hemos recuperado nuestra autoestima y cuando desde adentro y desde afuera se nos ve como una región, ya no solo con un futuro promisorio sino transitando un presente vigoroso que contrasta con el declive y la crisis del mundo desarrollado.

De aquí que resulte preocupante cómo ciertos sectores políticos y comunicacionales, quieran rodear con un “clima triunfalista” la última reunión de presidentes de la Alianza del Pacífico, y parezcan empeñados en mostrar esta propuesta desde ya válida, como una “victoria” frente a otros organismos o espacios subregionales.

Sería un error entrar en esta suerte de “lucha posicional” dentro de la misma región, en cambio de seguir construyendo sobre una realidad compleja, diversa, y heterogénea tal cual lo viene haciendo la UNASUR y la CELAC.

Esto no quiere decir que en la región no se sigan debatiendo en los foros académicos o desde los partidos políticos los distintos modelos de desarrollo en nuestros países o las distintas alternativas de inserción en la economía internacional. Pero este debate necesario no debe interferir en la construcción de la unidad, basada en el respeto a la libre elección de los países y de sus pueblos.

El punto de cruces de caminos y lo que convierte a la integración en un instrumento a favor del bienestar de nuestra gente es la posibilidad de vivir en un continente más próspero, más justo, menos desigual, más protagónico, y con un grado mayor de autonomía relativa en un mundo globalizado.

Desde esta perspectiva rectora es que debemos evitar que nos empujen a una falsa disyuntiva, porque bien sabemos que dividirnos ha sido históricamente la opción de quienes nos quieren débiles y sometidos.

(*) Secretario General de la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI)

 

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