La marihuana se agota el primer día de venta en las farmacias de Montevideo

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Foto: Reuters

La legalización de la marihuana ha colocado a la modesta Farmacia Pitágoras, del barrio Malvín Norte, en un lugar destacado del mapa de Montevideo. La razón es sencilla: es una de las escasas cuatro farmacias que han aceptado vender la marihuana legal que se cultiva en terrenos controlados por el Estado uruguayo. Lejos de las cadenas que dominan el mercado, situadas en las zonas estratégicas, con enormes sus escaparates exhibiendo marcas internacionales, la farmacia Pitágoras tiene dimensiones pequeñas, pero es moderna y está bien provista. Estos días su dueño, Esteban Riveira, tiene más prensa que una estrella de rock.

Como en el resto de las farmacias montevideanas, los sobres de marihuana volaron ayer miércoles, en el primer día de su venta. Cada establecimiento puede tener hasta dos kilos de la substancia en reserva, el equivalente a 400 sobres. A mediodía no quedaba nada en la farmacia Pitágoras.

Malvín Norte es un barrio humilde, vecino de Malvín a secas, zona adinerada y de casas. La diferencia entre uno y otro es Avenida Italia, que corta la ciudad en dos en función de la cercanía a la rambla, el paseo marítimo de 23 kilómetros que recorre la ciudad. Cuanto más cerca se está del Rio de la Plata y su magnífico espectáculo, más cara es la zona. La farmacia Pitágoras está a muchas calles de ese río (tan ancho) que en Uruguay se le llama mar, pero no deja de ser la única farmacia que vende marihuana en la extensa zona este de Montevideo, que incluye los mejores barrios de la capital.

Una vendedora de la Farmacia Pitágoras explica que han pedido más marihuana para abastecerse, pero que por ahora no tienen noticias. Hoy hay huelga general de transportes por un conflicto salarial con el gobierno y aunque no debería afectar el suministro, quizá todo esté atrasado, dice la empleada. Si los organismos encargados de la administración de la droga legal son tan eficaces como el resto de los servicios públicos uruguayos, tienen para rato. De hecho, el sistema informático se colgó varias veces ayer y lector de huellas digitales funciona mal: el aparato sirve para que los compradores, que deben de estar inscritos en un registro, puedan identificarse y acceder a los sobres de cuatro gramos disponibles a la venta.

Y el caso es que hay que estar en el mercado, porque afuera está la competencia, las llamadas “bocas” de venta de drogas ilegal, donde se vende el prensado paraguayo, que lleva marihuana y un poco de todo. En Malvín Norte saben lo que son las drogas y sus estragos, Uruguay es el país más seguro de Latinoamérica, pero en esta zona de casas bajas, puntuada de algún edificio enorme (y muchas veces destartalado) se han producido asesinatos y crueles ajustes de cuentas a causa del narcotráfico.

El prensado paraguayo, por muy malo que sea, es un chiste si se compara con la pasta base, un desecho de la cocaína producido en Perú, Bolivia y Colombia que se introdujo a principios del 2000 en Uruguay, causando estragos. Es la droga de los pobres, vendida en pequeños paquetes, como si fuera un caramelo, a 30, 60 o 100 pesos la dosis (de uno a tres dólares). El problema es que la pasta base pega fuerte y después de pocos minutos deja la necesidad imperiosa de conseguir más.

Ahí donde la marihuana índica te hace planear y la sativa te pone a tono, la pasta base genera un viaje violento y eufórico. El aterrizaje de la marihuana legal es suave, sin dolores de cabeza, pero con la pasta base se llega muy rápido al momento de la tristeza y de la ansiedad. Cerca de la Farmacia Pitágoras han ocurrido innumerables ajustes de cuentas y varios operativos de saturación, como se llama al desembarco masivo de policías en una zona para detener y registrar a medio barrio.

En Malvín Norte, todos conocen a los capos locales, la familia Luna. Andrea, de 33 años, indica con discreción que están ahí, detrás de un grupo de casas adosadas. Un grupo de señoras mayores se reúne en el Centro Cultural de Malvín Norte, aprovechan la luz del día para salir porque cuando cae la tarde el barrio pertenece a los pastabaseros. Algunas conocen adictos que han tratado de rehabilitarse, denuncian la falta de respuesta pública y el avance de los centros de internación dirigidos por pastores evangélicos.

El barrio está tranquilo, casi vacío, pero si el periodista hace muchas preguntas sobre los Luna, aparece un señor muy amable y te explica que todo el mundo sabe ya que estás buscando problemas y que, de todo corazón, te recomienda que te marches por seguridad.

Uruguay, país ejemplar que con su legalización concentra las miradas de todo el mundo, viene usando otros métodos para luchar contra las drogas: la encarcelación masiva de delincuentes y el endurecimiento progresivo de su código penal. En 2017 se batieron todos los récords con 341 presos por cada 100.000 habitantes, una de las tasas más altas del mundo.

Los organismos internacionales vienen denunciando el hacinamiento en las cárceles y la falta de políticas de rehabilitación para los adictos. Pero las cosas cambian lentamente, incluso con el expresidente José Mujica, que vivió las peores experiencias de encierro y tortura, las cosas no avanzaron.

La batalla que el Estado uruguayo y el narco libran en Malvín Norte no es menor. De algún modo, la farmacia Pitágoras es un cuartel general pro narcóticos rodeado de traficantes, y por ahora, se le han acabado los sobres de marihuana legal.