La transfiguración cubana de Donald Trump

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Foto: AFP

Retomando la novela de Stevenson sobre el desdoblamiento de personalidad del doctor Jekyll, nadie sabe cual se impondrá en “El extraño ‘caso Donald Trump’ en Cuba”: El inversor del bienio 1998-2000 interesado en construir campos de golf en las islas, el aspirante de las primarias que se pronunció positivamente sobre el deshielo o el candidato presidencial abiertamente belicoso en los mítines de 2016 en Florida con el exilio cubanoamericano.

La gran incógnita sobre el nuevo rumbo de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos no es tanto la anulación, revisión o desguace de los decretos aprobados por Obama para consolidar la distensión, sino qué nuevos mecanismos de presión aplicará Trump para conseguir lo que infructuosamente intentaron las once administraciones anteriores: libertades políticas y sindicales. “Solo faltan una invasión en toda regla y la bomba nuclear”, comentaba un funcionario español con años de experiencia en el trato con el castrismo.

Y como los cubanos no dan puntada sin hilo, cabe suponer que Raúl Castro recibió recientemente a Thomas J. Donohue, presidente de la Cámara de Comercio de los Estados Unidos, con un doble propósito: subrayar su disposición a seguir abriendo la isla a la inversión norteamericana para contrarrestar en lo posible el cabildeo del lobby republicano favorable al embargo; y también para aprovechar el acceso de Donohue al nuevo secretario de Estado norteamericano, Rex Tillerson, expresidente de Exxon Mobil, una de las petroleras que aportaron fondos a la cámara.

No es descartable que el dirigente de la poderosa agrupación de empresas y hombres de negocios estadounidenses fuera a su vez, mensajero del equipo de Tillerson, que amagó con la reincorporación de Cuba a la lista de países patrocinadores del terrorismo si no aceptaba un acuerdo más beneficioso para todos. El improbable reingreso perjudicaría duramente por su simbolismo y derivaciones en el mundo de la banca, la inversión extranjera y la diplomacia.

A la espera de la transfiguración de Trump, La Habana sigue en el business as usual ocupando los espacios abiertos por Obama en la confianza de que el discurso del magnate haya sido fundamentalmente retórico, una herramienta para forzar un mejor acuerdo que no insistirá en el pluripartidismo. El gobierno de Raúl Castro trata de averiguar la hoja de ruta de la nueva administración, que ha incorporado a funcionarios y exportadores partidarios de los negocios con Cuba, y también a defensores del embargo y el aislamiento comercial, entre ellos el abogado Mauricio Claver-Carone, miembro de la organización Democracia Cuba – EE UU.

Seguramente, los partidarios del embargo trataran de persuadir al presidente de que no necesitará ni la invasión ni el maletín nuclear porque la confluencia de los astros, esto es la drástica disminución de la ayuda de Venezuela y la vulnerabilidad de la economía cubana, será dogal suficiente. El desenlace, sin embargo, puede ser otro porque los cubanos están acostumbrados al atrincheramiento y a sufrimientos crónicos.

Al igual que recibieron a decenas de gobernadores, alcaldes y delegaciones oficiales de Estados Unidos pueden dejar de hacerlo. Y lo mismo con Google y las empresas de telecomunicaciones, cruceros, aerolíneas y bancos autorizados. Los adivinadores del Palacio de la Revolución siguen dejándose las pestañas sobre la bola de cristal temiendo que el señor Hyde se apodere de Trump y lo destroce todo.