Los gigantes de la tecnología parecen invencibles y eso preocupa a los gobiernos

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Foto: RALPH FRESO / REUTERS

En la industria tecnológica, los tiburones nunca han estado a salvo de los pececillos por mucho tiempo. Durante gran parte de los últimos 40 años, los más grandes de la tecnología -desde IBM hasta Hewlett-Packard, Cisco o Yahoo- terminaron siendo superados por nuevas empresas que salieron de la nada.

La dinámica es tan confiable que a menudo se considera una suerte de axioma. Hacerse grande en este negocio también es hacerse lento, ciego y mudo; es cerrarse a las mismas fuentes de innovación que te convirtieron en tiburón en un principio.

Pero algo extraño ha sucedido durante los últimos cinco años: los tiburones comenzaron a volverse más grandes y más capaces. Hace casi un año, argumenté que éramos testigos de una nueva era en el negocio de la tecnología: una menos representada por la nueva empresa célebre creada en una cochera y en vez de eso por un grupo que me gusta llamar los “Cinco más temidos”: Amazon, Apple, Facebook, Microsoft y Alphabet, la empresa matriz de Google.

Juntos, los Cinco componen una nueva superclase de poder corporativo estadounidense. Durante gran parte del año pasado, su nuevo ascenso y dominio por encima del resto de la economía mundial no solo pareció plausible, sino también probable.

En 2017, se prevé prácticamente la misma historia pero hay un nuevo matiz: los gobiernos del mundo se encuentran recientemente motivados para enfrentarse a los gigantes de la tecnología. En Estados Unidos, Europa, Asia y América del Sur, los Cinco están cada vez más expuestos a poderes legales y reguladores, y a menudo incluso se enfrentan a la voluntad popular.

La naturaleza precisa de estas batallas varía según la empresa y la región, incluyendo las investigaciones fiscales y antimonopolio a Apple y Google en Europa, así como las críticas generalizadas y a menudo incoherentes por parte de Trump contra los Cinco debido a supuestas irregularidades.

Esta es la historia que moldeará los límites de la siguiente gran era de la tecnología: cinco enormes empresas que no pueden sino hacerse más grandes se enfrentan a gobiernos que cada vez más las consideran una amenaza evidente a su autoridad. Así que… ¡feliz Año Nuevo!

Comencemos con algunas estadísticas. En 2017, las Cinco son más grandes que nunca. Como en 2016, conforman la mitad de las diez empresas más valiosas del mundo, medido a partir de su valor en la bolsa. Su riqueza proviene de su control de la ineludible infraestructura digital de la que depende gran parte del resto de la economía: celulares, redes sociales, internet, la nube, tiendas y logística, así como el poder de información y computación que se requiere para futuros avances.

Mientras tanto, los Cinco están listos para ir más allá del rincón que ocupan. A lo largo de los últimos años han comenzado a fijarse como meta las mayores industrias más allá de la tecnología, como los autos, la atención médica, las ventas minoristas, el transporte, el entretenimiento y las finanzas.

Los Cinco no son precisamente inmunes a los ciclos empresariales. Las ventas de Apple no fueron extraordinarias el año pasado y, después de un colosal 2016, el valor de Alphabet en la bolsa se estancó. Los Cinco tampoco están completamente a salvo de la competencia que imponen las nuevas empresas, y uno de los rasgos persistentes de la industria de la tecnología es que algunas de las más peligrosas amenazas a los gigantes son las más difíciles de detectar.

Aun así, en este momento, gracias a las inteligentes estrategias de adquisición y una perspectiva a largo plazo, desde luego que los Cinco parecen estar aislados de la competencia que representan las nuevas empresas. Las compañías emergentes más valiosas en la industria de la tecnología, como Airbnb, Uber y Snap, podrían hacerse bastante grandes y aun así representar un riesgo poco significativo a las fortunas colectivas de los Cinco.

Lo que ha cambiado es la percepción pública. Durante años, la mayoría de los Cinco disfrutaban de una buena voluntad cultural generalizada. Se les representaba en los medios noticiosos como fuerzas de innovación y deleite, como lo mejor que el capitalismo estadounidense podía ofrecer. Las excepciones eran Microsoft, que alcanzó una imponente presencia gracias a su crueldad corporativa en los años noventa, y Amazon, que se hizo de enemigos por, entre otras cosas, hacer que los libros fueran más baratos y accesibles, con lo que afectó a las librerías.

Pero la gente por lo general amaba a los gigantes de la tecnología. Se habían hecho grandes de la misma manera en que debe hacerse en Estados Unidos: inventando cosas nuevas que les encantan a las personas. Ni sus peores pecados se consideraban tan malos. No provocaban desastres ambientales. No vendían cigarrillos. No provocaban la ruina económica del mundo mediante peligrosos trucos financieros. Después de que señalé la invencibilidad creciente de los Cinco el año pasado, la oposición más fuerte que recibí por parte de las personas que trabajan en estas empresas tenía que ver con el apodo que les había dado: ¿por qué no las había llamado las Cinco Fabulosas?

A lo largo del año pasado, la percepción comenzó a cambiar. Lo familiar se torna despreciable; mientras la tecnología se adentraba más en nuestras vidas, comenzó a percibirse menos como un bien puro y más como cualquier otra molestia con la que debemos lidiar.

Silicon Valley se aisló y no se dio cuenta de la incomodidad que la gente sentía a causa de la velocidad con que sus innovaciones estaban cambiando nuestras vidas. Cuando Apple se enfrentó al FBI el año pasado con motivo del acceso al iPhone de un terrorista, muchos en la tecnología se pusieron del lado de la empresa, pero la mayoría de los estadounidenses opinó que Apple debía ceder.

Durante la larga campaña presidencial, Trump dijo muchas cosas que a la gente de la tecnología le parecieron ridículas. Juró que le pediría a Bill Gates que lo ayudara a clausurar las partes del internet que los terroristas estaban utilizando. Prometió obligar a Apple a que fabricara iPhones en Estados Unidos. Sugirió que The Washington Post publicaba artículos que lo criticaban porque su propietario, Jeff Bezos, temía que Trump levantara cargos antimonopolio contra la principal empresa de Bezos, Amazon. Pocos en la industria de la tecnología apoyaron a Trump, pero la antipatía de la industria preció importarle poco al público.

Durante años, a la mayoría de los “Cinco más temidos” se le dio el beneficio de la duda como irruptores económicos que estaban socavando el poder económico y cultural de las grandes industrias aborrecidas por muchas personas: gigantes del entretenimiento, empresas de televisión y telefónicas, así como los medios noticiosos, entre otras.

“En general, durante los periodos en que las empresas establecidas se enfrentan contra las irruptoras, Estados Unidos ha terminado por animar a los irruptores”, dijo Julius Genachowski, el expresidente de la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC, por su sigla en inglés) y que ahora es socio en el Carlyle Group, una firma de capital privado.

Eso describe la dirección general de las políticas durante el gobierno de Barack Obama. Los gigantes de la tecnología fueron menos gigantes durante gran parte del mandato de Obama, y varias partes de la infraestructura legal y reguladora de Estados Unidos buscaron protegerlos y fomentarlos.

Durante el periodo de Genachowski en la FCC y el de su sucesor, Tom Wheeler, la Comisión aprobó reglas que favorecían la “neutralidad web”, la cual declaraba que las empresas de telecomunicaciones no podían favorecer algunos tipos de contenido en línea por encima de otros. Fue una política acogida ampliamente por las empresas tecnológicas.

Pero como lo señaló Genachowski, conforme los irruptores crecen, la dinámica cambia.

“La siguiente parte del cuento es que los irruptores se vuelven muy exitosos y de algunas maneras se convierten en empresas establecidas, y es entonces cuando se ven dos alternativas: batallas entre empresas establecidas y una siguiente generación de irruptores que atacan a los establecidos”, dijo.

Ahí es donde estamos ahora. Los Cinco se han convertido en empresas establecidas y es más probable que los gobiernos los traten de esa manera, pues considerarán ambos extremos: sus beneficios a la sociedad, así como sus costos potenciales, cuando decidan cómo controlarlos.

No obstante, hay un giro: con los Cinco, a diferencia de eras previas de la tecnología, no está claro que haya tantos irruptores potenciales entre las nuevas empresas de hoy. Las batallas por el dominio en los servicios de la nube, la inteligencia artificial, la recopilación de datos, los asistentes activados por voz, los vehículos autónomos, la realidad virtual y las grandes tecnologías serán acaparadas por los Cinco.

Eso probablemente les pondría aún más los pelos de punta a los reguladores y legisladores y, dependiendo la postura de cada quien en la batalla del poder corporativo contra el poder gubernamental, las cosas podrían ser fabulosas o ser aterradoras.