Los hijos de la prole solo critican a quien envidian

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Parafraseó a unísono de la literatura latinoamericana, el uruguayo Eduardo Galeano con el título de uno de sus libros Las Venas Abiertas de América Latina para despertar en el lector un grado de conciencia a modo de comparación con la corrupción, una macha que recorre las venas de AL. Los temas, producto del análisis, fueron Argentina, Brasil y Chile, cada uno de los países con particularidades propias porque como señala el presidente mexicano Enrique Peña Nieto “la corrupción es un asunto de orden a veces cultural, que es un flagelo de nuestras sociedades especialmente latinoamericanas”. Pese a esta declaración aparentemente de principios, su Gobierno ha sido alcanzado por una ráfaga de denuncias que toca a personas muy próximas de su entorno, lo que quiere decir que la corrupción más allá de ser un tema cultural es un problema de descontrol cuando la capacidad ha rebasado los límites morales de sus entornos. A estos factores habrá que añadirse la reciente fuga de “El Chapo” uno de los narcotraficantes más temidos y peligrosos de una prisión de alta seguridad que según se dice no habría sido posible sin la complicidad de las autoridades.

 

El caso mexicano

¿Puede un presidente acusado de corrupción promulgar una ley anticorrupción convincentemente? En México están a punto de comprobarlo. El presidente Enrique Peña Nieto está acostumbrado a ser objeto de cálidas recepciones en acontecimientos como el Foro Económico Mundial, donde ejecutivos y pensadores influyentes elogian sus planes de abrir el mercado de México a una mayor inversión extranjera. Claro que cuando el presidente regresa a la versión latinoamericana es obligado a discutir un asunto mucho menos halagador, que deja noqueada su percepción internacional: la corrupción.

“Si realmente queremos lograr un cambio de mentalidad, de conductas, de práctica, de asimilar nuevos valores éticos y morales debe ser un cambio estructural desde la sociedad”, dijo el jefe de Estado mexicano que se encuentra acosado por varias denuncias que lo apuntan como responsable de una enquistada corrupción en su Gobierno. Peña Nieto está vendiendo ahora mismo a nivel internacional un paquete de reformas contra la corrupción, con la esperanza de prevenir la desconfianza en un Gobierno que acoge a varios inversores globales. El sistema nacional de anticorrupción ha sido aprobado por el Congreso mexicano y, al menos, por otros 22 estados del país. La ley está siendo ahora considerada por la Comisión Permanente del Congreso, antes de ser elevada hasta el escritorio del presidente, para que la suscriba.

Las acusaciones de corrupción y de conflicto de intereses han golpeado a Peña Nieto con dureza. Su administración ha sido incapaz de sacudirse de la sombra de sus delitos, especialmente desde que afluyeron las acusaciones de que él, su mujer, el ministro de Economía y el secretario de Gobernación habían comprado residencias de prominentes contratistas, con intereses privilegiados. El Gobierno ha desmentido la existencia de ningún delito. Pero la llamada “Casa Blanca” tiene a la familia de Peña atada de pies y de manos desde el año pasado -existen también pruebas de fuerzas de seguridad del Estado asesinando a civiles durante su mandato- y le ha obligado a comprometerse públicamente y proclamar que el Gobierno combatirá la corrupción en la segunda mitad de los seis años de su legislatura como presidente.

La elevada percepción de México como país corrupto no ha ayudado a asentar su transición hacia la democracia. El asunto es tan espinoso que Peña Nieto -cuyo Partido Revolucionario Institucional (PRI) se convirtió en sinónimo de corrupción durante sus siete sucesivas e ininterrumpidas décadas en el poder- está ahora promoviendo una legislación que combata una práctica que se considera integradísima en el día a día, pero que cada vez está más condenada por un clamor popular que va en aumento que exige responsabilidades.

Y es evidente que en México la corrupción va más allá del PRI y es una plaga que afecta a la mayoría de partidos políticos. Y por si fuera poco, constituye casi un 1 por ciento del producto interno bruto anual del país, según estimaciones calibradas por el Centro de Estudios Económicos del Sector Privado, una organización mexicana sin ánimo de lucro.

El periodo considerado como el de la “transición a la democracia” en México, arrancó más o menos en el año 2000, con la victoria en las elecciones presidenciales del líder de la oposición Vicente Fox, pero no mitigó la preocupación de los ciudadanos por la corrupción. En 2004 México apareció en el puesto 64 en el ranking anual de Transparencia Internacional según el índice de percepción de corrupción.

Diez años después ha caído hasta el puesto 103 del mismo indicador. Para entonces el PRI había vuelto a la presidencia del país, gracias a la victoria de Peña Nieto en las elecciones de 2012. “El problema es que el gran acusado de la corrupción es el presidente”, relató el historiador de la universidad iberoamericana de Ciudad de México, Ilán Semo en una entrevista al portal ViceNews. “En vez de que el PRI mueve la campaña anticorrupción… está poniendo la campaña en manos de quién está acusado”.

Los problemas de credibilidad de Peña Nieto empezaron con las revelaciones, según las que Angélica Rivera, la primera dama, había comprado una mansión valorada en US $6.3 millones -que los críticos bautizaron como la “Casa Blanca”- de manos de un contratista local. El mismo contratista que le amplió el crédito, aunque Rivera insiste que hizo suficiente dinero como estrella de culebrones como para pagarse la casa.

Desde el despacho del presidente se argumenta que la primera dama no es un funcionario público, de manera que no existe un conflicto de intereses. Unas semanas después, el Wall Street Journal informó que el ministro de Economía, Luis Videgaray había adquirido una propiedad en 2012 -justo antes de incorporarse al gabinete presidencial de Peña- de manos del mismo contratista. Videgaray recibió un préstamo con una tasa de interés preferencial para hacer la compra.

El mismo periódico también descubrió que Peña Nieto había adquirido un club de golf de manos de otro constructor, cuando era gobernador del Estado de México en 2005. El constructor empezó a ganar contratos federales después de que Peña Nieto se convirtiera en presidente, pero niega la existencia de anomalía alguna en el concurso público.

El presidente nombró entonces a un autoproclamado “amigo” de Videgaray, Virgilio Andrade, para que cubriera la vacante como auditor y le encomendó que investigara dichas adquisiciones. Claro que Andrade confesó que él no investigaría las adquisiciones de Peña Nieto, debido a que, en el momento de la transacción, el presidente era un funcionario del Estado y no un empleado federal.

Andrade todavía tiene que emitir un veredicto sobre las residencias, aunque lo que sí hizo fue castigar al ex director de la Comisión Nacional del Agua con una multa de 42 mil dólares por haber utilizado un helicóptero oficial para llevarse a su familia al aeropuerto de Ciudad de México en la víspera de sus vacaciones de Semana Santa. Las declaraciones de Peña Nieto en las que describe la corrupción del país como un fenómeno “cultural”, también enervaron a sus detractores que se refirieron al ejemplo de los millones de mexicanos que viven en el extranjero y obedecen las leyes de otros países para demostrar lo contrario.

“Si aceptamos que la corrupción es ‘cultural’ habría que aceptar que la modernización del país no es posible en el corto plazo”, escribió el columnista Carlos Elizondo en el periódico Excelsior. “Estamos como estamos porque así somos. No hay para qué hacer reformas”. Una encuesta publicada en marzo por la publicación Reforma mostraba que el 57 por ciento de los encuestados desaprueba la tarea de Peña Nieto, mientras que un 54 por ciento esperaba que las medidas anticorrupción aprobadas por el Congreso no tendrían ningún impacto en las prácticas corruptas.

“Tenemos montado una especie de ambiente de circo romano y la muchedumbre exige ser saciada”, declaró en una entrevista Federico Estévez, profesor de Ciencias Políticas en el Instituto Tecnológico Autónomo de México. “Si queremos que esto funcione políticamente, la misma gente tiene que obedecer las nuevas reglas (…) Es una cuestión de ir hacia delante y no mirar al pasado reciente con excesiva acritud”. Así también los conocidos periodistas Jorge Ramos de la cadena Univisión nominado por la revista Time entre los 100 personajes más destacados del mundo y Carmen Aristegui denunciaron la corrupción del Gobierno mexicano.

 

Claro que cuesta mucho deshacerse de los malos hábitos

Durante el debate de la ley en el senado mexicano, salieron a colación varios recordatorios a los escándalos del pasado, cuando las cámaras captaron al senador Carlos Romero Deschamps, responsable del poderoso sindicato de los trabajadores del petróleo, sindicato que apoya al PRI, hojeando fotografías de yates. Deschamps le regaló una vez a su hijo un Ferrari, mientras que su hija fue sorprendida viajando por todo el mundo en jets privados con su camada de perritos. Las medidas anticorrupción y la aprobación a principios de este año de nuevas medidas de regulación en la ley de información y transparencia, que obliga a las instituciones que reciben financiación pública, como los partidos políticos, políticos y sindicatos, a abrir sus cuentas. También contempla un incremento de las sanciones para aquellos que no cumplan con los requisitos que exige la transparencia.

Lo que todavía está por ver es si, realmente, tales medidas rebajaran la corrupción e incrementarán la transparencia. Algunos son muy escépticos.

Se espera que el Congreso de México apruebe el uso de la reelección, que, según Estévez, podría ayudar a México a detener la corrupción, especialmente a nivel municipal, donde, teóricamente, los alcaldes tendrán que luchar por mantenerse en sus despachos en cada nueva legislatura, en lugar de saquear las arcas públicas durante tres años, como sucede actualmente. “Los políticos mexicanos tienen mucho talento para desobedecer la ley con distintas artimañas, como ocultarse entre bastidores, leer entre líneas o, incluso, a costa de infiltrarse entre los entes reguladores” dijo Estévez. ¿Por qué debería de cambiar eso?”

“Un saludo a la bola de pendejos que forman parte de la ´prole”

 

Como si esto fuera poco, no pasó mucho tiempo hasta que la hija del matrimonio presidencial Paulina Peña se mandó una declaración que ha levantado más polvareda aun en la estricta separación entre lo anecdótico permitido y lo culturalmente prohibido.

La hija del presidente en una infeliz publicación en su cuenta del twiter dijo: “¡Un saludo a la bola de pendejos, que forman parte de la prole y sólo critican a quien envidian!”. Ese comentario le valió una respuesta del filósofo y escritor mexicano Héctor Jesús Zagal Arreguín que le escribe: “No tengo el gusto de conocerte. No sé cómo eres, desconozco tus cualidades, tus aficiones, tus intereses. Entiendo tu molestia al escuchar las críticas a tu padre. Son gajes del oficio. Deberás irte acostumbrando a los ataques contra él. En una democracia, la crítica es un ejercicio fundamental. Tu padre es una figura pública y, por ende, sus actos serán juzgados con rigor. “¿Por qué son tan duros con él?”, te preguntarás. Bueno, los funcionarios públicos ganan mucho dinero. Hay miles de personas dispuestas a sufrir críticas y cuestionamientos con tal de figurar en la nómina oficial. El sueldo bien vale esos golpes. ¿No?

Pero no es de tu padre de quien quiero hablar, sino de ti. ¿Te confieso algo? Me aterra que hayas utilizado la expresión “hijos de la prole” como un insulto. No me asustaría que los llamaras “babosos”, “tontos”. Es más, no le preocupa el que nos hayas llamado “pendejos”. En cambio, no se puede excusar tu menosprecio a los hijos de los trabajadores, de los obreros.

¿Oíste del escándalo de las Ladies de Polanco? Descalificaron a un policía llamándolo “asalariado”. Algo similar hiciste tú: descalificas a la mitad del país por su condición social. ¿Qué tiene de malo ser hijo de un obrero? Sabes, yo soy nieto de un minero, un proletario. No me da vergüenza decirlo. ¿Te avergonzarías de tu padre si fuese un vendedor de tamales o un plomero?

Sin pretenderlo, con tus palabras has revelado tu clasismo. Desprecias el trabajo manual. Minusvaloras a quienes se mantienen con su esfuerzo. ¡Qué tristeza que así piense la hija de un presidente!

“Hijos de la prole” son, en efecto, quienes estudiaron en escuelas públicas, quienes utilizan el metro, quienes no comen cortes argentinos y quesos españoles, quienes no utilizan zapatos de miles de pesos, quienes no se atienden en el hospital ABC, quienes no viajan en helicóptero. Los hijos de la prole, por el contrario, deben hacer largas horas de filas en las clínicas del seguro social, deben comer carbohidratos (tortillas), deben estudiar en salones sin computadoras, deben apretujarse en los transportes públicos. Los hijos de la prole, querida Paulina, ganan en un año lo que tu padre gana en una semana.

Cuando leas estas líneas has el siguiente ejercicio. Revisa lo que llevas puesto encima: perfume, cremas, desodorante, ropa, zapatos, celulares, aretes. Suma el total. ¿Sabes que traes encima más de lo que una indígena gana durante un año de trabajo duro?

Paulina, me da terror que pienses así. Tu lapsus reveló tu “realidad”: vives en una burbuja color de rosa. “Hijos de la prole” no es un insulto, sino un título honorable. Este país, depende de los obreros, de los campesinos, de los empleados, depende de esas personas a quienes menosprecias.

Ojalá este gravísimo desliz, no sea fruto de la educación que recibiste en casa. Ojalá y sea culpa tuya, fruto de tu arrogancia (tan propia, eso sí, de la clase alta mexicana). ¿Qué será de México si lo llega a gobernar una persona que desprecia al proletariado?

Mira Paulina, me parece que por tu bien, debes inscribirte en una escuela pública, reducir tu escolta al mínimo, tomar el metro en horas pico, y ponerte a trabajar. Por si no lo sabes, muchos de los “hijos de la prole” se pagan sus estudios con su trabajo: los hay campesinos, vendedores, obreros. Algunos trabajan desde niños. Paulina, haz puesto en riesgo el futuro político de tu padre. Pero lo que es más grave: pones en peligro el futuro de México.