Luis Almagro se juega su carta con Venezuela
Con la invocación de la Carta Democrática Interamericana para Venezuela, el secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), Luis Almagro, se ha jugado, literalmente, la principal carta que tenía en su baraja para afrontar la crisis que vive el país sudamericano.
El paso dado no ha sido una sorpresa. El jefe de la OEA lleva meses endureciendo el tono frente al Gobierno de Nicolás Maduro. Sí ha sorprendido -y hasta molestado- el momento elegido, cuando está en marcha una nueva iniciativa de diálogo liderada por tres expresidentes, el español José Luis Rodríguez Zapatero, el dominicano Leonel Fernández y el panameño Martín Torrijos, que cuenta con el apoyo explícito y mayoritario de la región, incluso de Estados Unidos.
¿Se ha precipitado Almagro, como afirmó en su momento la canciller argentina, Susana Malcorra, que acaba de reiterar que la Carta no es la mejor manera de resolver la crisis venezolana? ¿O ha logrado ya el uruguayo su objetivo, vista la oleada de iniciativas diplomáticas en marcha desde que aumentó su presión?
Al igual que la mayoría de expertos consultados por este diario, David Smilde considera que la invocación de la Carta fue “totalmente aceptable y apropiada”, puesto que la situación de la democracia en Venezuela es “crítica y requiere atención, discusión y facilitación multilateral”, según el especialista en Venezuela de la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos (WOLA).
Sin la presión de Almagro, coincide Michael Shifter, presidente del Diálogo Interamericano, “es dudoso que la OEA hubiera abierto siquiera un espacio para debatir Venezuela”.
El siguiente paso, y el más crítico, será la convocatoria de una reunión especial de la OEA entre el 10 y el 20 de junio, tal como ha solicitado Almagro, para discutir la situación de Venezuela y la aplicación de la Carta Democrática. Esto podría llevar en caso extremo a la suspensión de Venezuela de la OEA, pero antes existe todo un abanico de posibilidades, como los buenos oficios, para intentar una solución a la crisis del país. No obstante, para dar cualquier nuevo paso, Almagro requiere primero del apoyo de al menos 18 países que coincidan en su evaluación sobre la “gravedad” de la alteración constitucional en Venezuela y que aprueben por tanto dar los siguientes pasos.
Algo que la mayoría de los expertos considera difícil, sobre todo en vista de la tibieza con que fue acogida su decisión de activar la Carta.
“Hay poca voluntad entre la mayoría de los Estados miembro para apoyar la invocación de la Carta”, señala Shifter. “Esto se vio en la declaración notablemente ‘ligera’ sobre Venezuela que se aprobó el miércoles y que más que nada consagró el principio de no intervención”, apunta sobre la reunión que convocó Argentina en un intento de frenar a Almagro. La cita acabó, tras más de diez horas de negociaciones, con una declaración muy descafeinada en la que se hace una llamada al diálogo nacional con oferta de apoyo regional si Caracas acepta.
Un desenlace “desalentador”, lamenta Eric Farnsworth, vicepresidente de Americas Society/Council of the Americas. “El diálogo está bien, pero esta estrategia ya ha sido intentada con anterioridad y el gobierno (de Maduro) la ha manipulado con resultados predecibles”, recuerda. “Mientras, el tiempo sigue corriendo desde el punto de vista de la capacidad para convocar un referéndum revocatorio este año”, alerta.
Pese a todo, el entorno de Almagro considera que este “ya ganó”, puesto que incluso la inocua resolución impulsada por Argentina y otra decena larga de países, o la celebración misma de una reunión para hablar sobre Venezuela aunque su gobierno intentó impedirlo, demuestra, afirman, que el secretario general ha logrado lo que pretendía: movilizar a la comunidad regional que hasta ahora casi no se atrevía a levantar la voz contra Caracas.
Smilde no lo ve tan claro. “No creo que ya haya ganado. De hecho, creo que se ha arriesgado bastante”. Si su iniciativa invocando la Carta fracasa o recibe pocos apoyos, se producirá un “desgaste serio del liderazgo de Almagro y de las posibilidades de que la OEA tenga un impacto positivo en la crisis venezolana”, advierte.
Almagro “se lo ha jugado todo”, coincide Peter Schechter, director del Adrienne Arsht Latin American Center. Pero con su maniobra, al menos obligará a que los Estados se definan, opina. “Tendrán votar a favor de Venezuela o a favor de la OEA. Hay que mojarse”.
“Por primera vez, alguien pone en aprietos a aquellos líderes regionales que por tanto tiempo han preferido titubear y esconderse atrás de insípidos boletines instando a la inexistente unidad venezolana”, celebra.
Al igual que la diplomacia argentina, Shifter no cree que la solución a Venezuela esté en la Carta Democrática. Aun así, subraya, “la región tiene que hablar sin ambigüedad sobre las violaciones de derechos humanos y de principios democráticos en Venezuela, o en cualquier parte del hemisferio”. Y para ello se debe aprovechar cualquier foro, acota Farnsworth. “Desde la inminente Asamblea General de la OEA (a mediados de mes) a Naciones Unidas, Mercosur, Unasur, Celac o la Cumbre Iberoamericana”, reclama.