Los presidentes de EEUU y Brasil son apuntados por rupturistas y sectores influyentes de los dos países acuden al debate sobre un impeachment para recortar sus mandatos.
Aires de impeachment se escuchan rugiendo en el horizonte de la política. Cuando no, los rumores llegan cargados desde Brasil y, aunque parezca extraño, la ola hace epicentro también en los Estados Unidos. Los apuntados: Jair Bolsonaro en Brasil y Donald Trump en EEUU, aunque por circunstancias distintas. Trump está a un año de culminar su mandato y se ha puesto a trabajar en la reelección con un lema sugerente que endulza los oídos de las clases medias del país. Si cuando ganó la nominación para hacerse del control de la Casa Blanca estampó el estribillo visceral “Hagamos de los Estados Unidos grande de nuevo”, hoy no menos atractivo resulta su “Mantengamos la grandeza de los Estados Unidos”. Pero antes de que este sueño pueda cumplirse, sectores de la política norteamericana han puesto el dedo sobre la llaga apuntando al mandatario.
El informe Mueller, publicado en su integridad hace un par de semanas, difícilmente habrá convencido a ningún republicano de quebrar la piñata que forma el partido en torno a Trump. Tras casi dos años de investigación, el fiscal especial exonera al presidente de conspiración con Rusia. Mueller no presenta cargo alguno, tampoco acusa a Trump de obstrucción a la Justicia. Sin embargo, aporta 10 episodios que, a su juicio, pueden constituir material para acusarlo por el delito de “traición a la Constitución y a la Seguridad Nacional”. A este episodio se debe sumar uno reciente que ha abierto los ojos en la oposición para reactivar un juicio de destitución contra el presidente después de que se filtrara una conversación entre Trump en el presidente de Ucrania en el que el norteamericano presiona para que se investigue al hijo de su posible rival en las elecciones de 2020, Joe Biden.
Este incidente ha reactivado el pedido de un impeachment hasta el punto de que tres de los principales candidatos demócratas, las senadoras Elizabeth Warren y Kamala Harris y el exministro Julián Castro, lo han apoyado públicamente.
Un poco al sur, su amigo Jair Bolsonoro, a quien le está costando afianzar su mandato a menos de un año en el cargo ya enfrenta los primeros reclamos de un impeachment. El manejo político en las cámaras legislativas que parecía sólido con la conformación molecular de bancadas oficialistas y de oposición están tratando de poner freno a los exabruptos de Bolsonaro al que se suman sectores de las fuerzas que apoyaron su vertiginoso ascenso al Planalto. Si a Trump el impeachment es por hacer de EEUU “más grande de nuevo” con aspavientos como aquel pedido al presidente de la FED de reducir las tasas o sino “marchaos a casa”, a Bolsonaro se lo apunta por su indiferencia en temas que para el Brasil son moneda de uso corriente. El mandatario brasilero le restó importancia a la brutal matanza en una cárcel (62 presos fueron asesinados en la prisión de Altamira, en el norte del país); justificó el trabajo infantil y afirmó que no hay hambre en Brasil. Esta última declaración a tono de desespero cuando se mostró desafiante ante una sociedad que sabe que uno de los principales temas en la agenda de cualquier Gobierno es reducir los índices que mantiene al gigante latinoamericano sumido en los lugares más bajos en materia de desarrollo social.
También ninguneó a los habitantes de la zona nordeste del país, la más pobre de Brasil y la que menos atención merece del Gobierno, de este y los anteriores; y le restó peso a los crímenes cometidos durante la dictadura: provocó al presidente de la Orden de Abogados de Brasil (OAB), Felipe Santa Cruz al asegurar que él sabía cómo había muerto su padre, desaparecido durante la dictadura. “Es importante que yo separe mi papel de hijo extremadamente agredido de mi rol como presidente de la OAB. La Orden no debate el pedido de impeachment de Jair Bolsonaro, pero pide que el presidente se comporte como presidente y respete la Constitución y las leyes”, contestó Santa Cruz, de quien se esperaba una presentación ante la Justicia. Pero el fantasma del juicio político no se desvanece.
“En estos siete meses, Bolsonaro se convirtió en el presidente más impopular de la historia brasilera. Pero no sé si están las condiciones dadas para un impeachment. Más importante que discutir si este presidente cometió un crimen, me parece entender si Bolsonaro está mentalmente capacitado para gobernar”, analiza el periodista brasilero Thomas Traumann. Bolsonaro se convirtió en el presidente más impopular de la historia brasilera, y se expone a un impechment como Rousseff, Trump y Abdo.
“Yo soy así. No existe una estrategia. Si estuviese preocupado sobre 2022 (año en que podría buscar la reelección) no haría esas declaraciones”, contestó Bolsonaro en reportaje con el diario O Globo. Pero entre sus aliados militares hay alarma: una reunión de emergencia los convocó para trazar un plan para exponerlo menos y limitar sus declaraciones.
En la cuerda floja
En el círculo rojo de Bolsonaro insisten que el pedido de impeachment es un blef de la oposición. Pero Brasil tiene una historia de juicios políticos recientes. El que llevó a la renuncia en 1992 de Fernando Collor de Mello, y más recientemente la destitución de Dilma Rousseff: proceso que se inició a fines de 2015 con la aceptación del presidente de la Cámara de los Diputados, Eduardo Cunha (hoy condenado a más de 15 años de prisión) de una denuncia por crimen de responsabilidad ofertada presentada por el procurador Hélio Bicudo y los abogados Miguel Reale y Janaina Paschoal.
Hoy Reale figura justamente entre los juristas consultados para deponer a Bolsonaro. El autor de la petición de destitución de la expresidenta ya había calificado las declaraciones del presidente Bolsonaro como “ultrajantes”, “crueles” y hasta reveladoras de presunta “insania”. “Yo ni siquiera hablaría de juicio político sino de incapacidad para ejercer el cargo”, marcó duro Reale. “Es inaceptable lo que dijo Bolsonaro”, se sumó Joao Doria, gobernador del estado de San Pablo y aliado del presidente. Y los diputados opositores ya hacen cuentas para el quórum necesario para pedir el juicio político del presidente por falta de decoro.
Desde Dilma, en la región los pedidos de impeachment ya no parecen imposibles. En Paraguay se dan en simultáneo discusiones para apartar a Mario Abdo y a su vicepresidente Efraín Alegre. Todo deviene de las negociaciones que el presidente llevó con Brasil por la energía generada en la planta de Itaipú, y que Paraguay vende “a precio irrisorio” según la oposición del Frente Grande.
En Estados Unidos, los rumores de impeachment y hasta de una deposición por “insania” para dejar a Mike Pence a cargo, sonaron desde los primeros meses de la asunción de Donald Trump en 2016. Pero al magnate lo salvó la creciente economía. Hoy, hasta Nancy Pelosi, la diputada demócrata que impulsaba el juicio político ha decidido freezar sus planes: el ataque directo contra un presidente que se ha vuelto fuerte los pone en riesgo de perder los distritos que hoy controlan.
A Bolsonaro en cambio, la economía no lo acompaña: las estimaciones de crecimiento cayeron del 2,5% al 2% para este año. El mercado ya comenzó a pasarle factura y el vicepresidente Hamilton Mourão marca sus diferencias en la política comercial asegurando que la “apertura de la noche para el día va a acabar la industria brasilera”.
Es la economía, estúpido
Desde la izquierda, ya comenzaron a articularse -al reiniciarse las actividades legislativas tras el receso inviernal-, para presentar un pedido de impeachment. “No podemos tapar el sol con la mano. Bolsonaro tiene que ser impedido. Es un criminal que idolatra a genocidas, torturadores y dictadores. Él y su clan milicia no llevan al país a un Estado policial autoritario que corroe la democracia”, resaltó el diputado Paulo Pimenta, líder en la Cámara baja del Partido de los Trabajadores (PT). “Bolsonaro necesita dejar de lado las polémicas. Llevamos siete meses de gobierno y todos los días tenemos alguna confusión. Brasil necesita muchas cosas, el país está pasando por una transformación, pero él no colabora para que la situación esté más calma”, insiste el vice líder del PSL en la Cámara baja, el diputado Alexandre Frota.
Los diputados que están llevando adelante las reformas a la ley previsional -y que pretenden avanzar en una nueva reforma laboral- no quieren la crisis política que traería un juicio político. Y le piden al presidente que se modere y se concentre en la economía. Ese es el objetivo principal para recuperar la confianza, pero Bolsonaro parece más interesado en crear crisis constantes que opacan los logros de la gestión: en el último mes, el súper ministro de economía Paulo Guedes y el canciller Ernesto Henrique Fraga Araújo se anotaron el acuerdo de libre comercio entre el Mercosur y la Unión Europea, un acuerdo comercial con Estados Unidos, el proyecto de la reforma previsional en el Congreso y la leve reducción del desempleo.
Si Bolsonaro no se modera como le piden, Mourão es una opción tangible: se muestra en reuniones con empresarios, miembros de la sociedad civil, diplomáticos, medios de comunicación y líderes de la oposición. “El vicepresidente ha demostrado ser una persona muy constructiva, informada y moderada”, lo festejó el embajador alemán en Brasil, Georg Witschel.
Una encuesta reciente de Datafolha señala que apenas el 18% de los brasileños considera que el desempeño de Mourão es “malo u horrible”, la vereda opuesta de Bolsonaro que tiene menos del 30% de imagen positiva, la peor calificación para un nuevo presidente en la historia de Brasil.
“Como cucarachas”
Más de 60 presos murieron durante un motín que tuvo lugar en una cárcel de la localidad brasileña de Altamira, en el norte de Brasil. El motín que se originó cuando un grupo de presos entró en otro módulo donde permanecían recluidos miembros de una facción rival tuvo al menos a 16 personas decapitadas, mientras que un número indeterminado falleció por el fuego provocado, según O Globo. Bolsonaro se negó a comentar sobre la masacre. Sin embargo, días después fue a la carga con una reforma legislativa que ampara a la Policía y los ciudadanos que disparen a presuntos delincuentes.
“Los criminales morirán como cucarachas” (con la nueva ley proarmas), sostuvo el presidente brasileño que intentará que el Congreso apruebe el paquete de medidas que “provocarán un importante descenso de la criminalidad”, según sus propias palabras.