Marco Rubio contra el lobby petrolero, la interna del gobierno de Trump ante Venezuela

Descifrando la Guerra
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Mientras Rubio apuesta por una confrontación frontal con Venezuela –en parte en tanto socio de China en América Latina–, el lobby petrolero -que ha operado históricamente como contrapeso a los impulsos intervencionistas- insiste en preservar canales no hostiles de negociación. La dinámica reciente permite afirmar que la línea Rubio ha logrado imponerse sobre la estrategia representada por el sector energético.

Venezuela está en el foco de Estados Unidos. La administración de Donald Trump, impulsada fundamentalmente por el secretario de Estado Marco Rubio, un perfil ideológico con vínculos familiares y políticos con las derechas y extremas derechas latinoamericanas, ha decretado una suerte de cerco multinivel contra el gobierno de Nicolás Maduro.

No obstante, no existe algo parecido a un consenso al respecto de cómo presionar a Caracas. Algunos sectores optan por una lógica de presionar para renegociar; otros solo aceptan como horizonte deseable la caída del Estado bolivariano y el fin de las casi tres décadas de gobiernos chavistas.

La bifurcación estratégica que atraviesa hoy el establishment republicano frente a Venezuela se expresa con particular nitidez en la tensión entre la línea beligerante representada por Marco Rubio y la postura más pragmática encarnada por el lobby petrolero.

Trump, entre Rubio y el lobby petrolero

Mientras Rubio, heredero directo de los sectores más radicalmente anticastristas y antichavistas del sur de Florida, impulsa una estrategia de máxima presión orientada a clausurar cualquier vía negociadora y a consumar un cambio de régimen, el complejo hidrocarburífero norteamericano –con Chevron como actor más destacado– prioriza la estabilidad que garantice la continuidad del flujo energético.

En la visión de Rubio, Venezuela constituye el último bastión a derrotar en una cruzada ideológica que busca revertir veinte años de derrotas estratégicas, desde el fracaso del ALCA hasta el despliegue de proyectos soberanistas como ALBA-TCP, Petrocaribe, UNASUR o la CELAC.

El lobby petrolero adopta un enfoque más comedido. Bajo esta perspectiva, la interdependencia estructural entre ambas economías –desde las refinerías del golfo de México diseñadas para procesar crudos pesados venezolanos hasta el peso de la Faja del Orinoco como principal reserva probada del planeta– torna demasiado riesgosa cualquier escalada que pueda interrumpir el abastecimiento.

Rubio encarna, así, una línea intransigente que contribuyó a desplazar la narrativa dominante de la “ilegitimidad democrática” hacia la lucha contra el narcotráfico y el supuesto Cártel de los Soles, abriendo la puerta a sanciones, recompensas millonarias por la cabeza de Nicolás Maduro y una agresiva campaña militar en el mar Caribe.

El lobby petrolero, por su parte, ha operado históricamente como contrapeso a los impulsos intervencionistas, moderando el impacto de las sanciones energéticas, prorrogando licencias que permiten mantener operaciones mínimas y evitando, en la medida de sus posibilidades, escaladas militares.

En el contexto actual, esto quedó patente en la figura de Richard Grenell, enviado de Trump para Misiones Especiales, quien en los últimos meses ha intentado –sin mucho éxito– salvaguardar los intereses del sector en Venezuela a través de una vía más diplomática.

La diferencia entre ambos enfoques no es meramente táctica, sino estructural. Mientras Rubio apuesta por una confrontación frontal con Venezuela –en parte en tanto socio de China en América Latina–, el lobby petrolero insiste en preservar canales no hostiles de negociación.

La dinámica reciente permite afirmar que la línea Rubio ha logrado imponerse sobre la estrategia representada por el sector energético. El viraje se evidencia en el despliegue militar en el Caribe, en la escalada retórica y en la sincronización entre agencias de inteligencia, estructuras estatales, conglomerados mediáticos y Estados caribeños afines a Washington –como Granada o Trinidad y Tobago– que han instalado el marco que habilitaría el uso de la fuerza.

Habiendo confirmado la renovada importancia dada al hemisferio occidental y, más específicamente, a América Latina, en su nueva Estrategia de Seguridad Nacional, la disputa entre Marco Rubio y el lobby petrolero adquiere un marco más nítido.

La estrategia de Richard Grenell buscaba retomar el espíritu negociador de los Acuerdos de Catar –firmados bajo la presidencia de Joe Biden–, prorrogar el alivio a las sanciones decretado en 2023 y ofrecer a Venezuela un respiro macroeconómico. Sin embargo, todas las decisiones de la Casa Blanca desde el verano de 2025 apuntan en la dirección opuesta.

 


"La realidad no ha desaparecido, se ha convertido en un reflejo"

Jianwei Xun
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